Artículo de Sergio Calle Llorens
Yo, Sergio Calle Llorens, de
nacionalidad española y residente en algún lugar de Finlandia que todavía no puedo señalar en el mapa, quiero reconocer
públicamente que he mantenido dos contactos con el mundo de la prostitución; el
segundo, y más reciente, tuvo lugar en un polígono del sur adonde fuimos a vender cuando el coche nos
dejó tirados y las señoras putas tuvieron a bien empujar el vehículo hasta su
resurrección. El primero, y más lejano en el tiempo, tuvo como protagonista a
un primo mío tan “tonto” que, de haber
vivido lo suficiente y con la pertinaz práctica, hubiese llegado a Consejero de
la Junta de Andalucía. Como no paraba en sus prácticas onanistas y
al ser su madre señora muy pazguata y católica, hubo de ser mi progenitora la
que le buscara la meretriz. Así, el joven pudo disfrutar de los efluvios del
querer cada cuarto día de la semana. Tan contento estaba con el “ars Amandi” de
su “novia” que, fuera o no el día señalado para su desahogo carnal, cualquier
momento era bueno para gritar a pleno pulmón; “mañana es jueves, mañana es jueves”. Con los años, Amparito, que así se llamaba la dama,
decidió retirarse algo arriñonada de tanta jodienda pero con unos buenos
ahorros en la butxaca. Mi allegado, que no pudo soportar su ausencia, se nos
murió de pena.
Tal vez por todo ello, siempre he sido muy favorable a la idea de la
legalización del oficio más antiguo del mundo.
Esa mujer Amparito, lo juro,
tenía más clase aún siendo aflautadora profesional de miembros, que muchas de
las señoras que he ido conociendo a lo largo de mi existencia. Hizo, justo es reconocerlo, una gran labor
social por un impedido mental. Es obvio que estas pobres anécdotas familiares
no deben de tomarse como base a la hora de legalizar el mundo de la
prostitución. Empero, mi lado liberal me hace
ponerme del lado de su reconocimiento jurídico al ser más las ventajas que los inconvenientes que
aportarían a la sociedad. Además que el PSOE plantee la ilegalización de las
mancebías es motivo suficiente para hacer justamente lo contrario.
Pensemos en Suecia, lugar donde la prostitución está prohibida y, curiosamente,
es la nación donde más violaciones se producen de todo el mundo. Si nos atenemos a los datos oficiales, los
terribles forzamientos son protagonizados por “no occidentales”, un eufemismo
para evitar la palabra árabe. Parece que, además de retrógrados, los seguidores del profeta Mahoma no saben que cruzando el puente
de Öresund, que une Suecia con Copenhague, la prostitución
es tan legal como la zoofilia y, tal
vez eso explique, aunque solo sea en parte, que haya más cerdos que personas en
la tierra de Hans Christian Andersen.
Y cuando escribo cerdos, quiero decir criaturas de cuatro patas. Curiosamente, tanto Pablo Iglesias como Albert
Rivera tienen a Dinamarca como
el país modelo a seguir. En Andalucía,
que no es modelo de nada bueno, esas prácticas son semilegales y de ahí que las
piaras de cerdos del parlamento mantengan todo tipo de relaciones de “amistad”
con los animales rosados de los periodistas del régimen.
La legalización de la prostitución traería, si es a nivel europeo,
menos mafias, más recaudación fiscal y menos violencia contra las mujeres.
Podemos, como muy bien afirma el escritor danés Mikael Jalving en su obra “Absolut
Sverige”, hacernos los suecos pero, con leyes o sin ellas, el comercio de
carne va a seguir presente porque, en todas las épocas y en todas las culturas,
hay hombres tan patéticos que pagan por sexo.
Recordemos, como ejemplo ilustrativo de lo que digo, a ese Consejero andaluz que se gastaba
nuestro dinero en pilinguis y en cocaína. Muchos andaluces entrevistados sobre
el asunto respondieron que “en épocas de congresos políticos”, los prostíbulos
de la zona aumentan la clientela y por tanto; el negocio. Vaya que a las Mesalinas y a sus parroquianos se
les escucha decir con regocijo, y a
todas horas, aquello de; “mañana es jueves, mañana es jueves”.
¡Legalización ya!
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