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miércoles, 26 de octubre de 2016

Una raya en la izquierda


Artículo de Luis Marín Sicilia


Hace casi un siglo, en diciembre de 1919, la Agrupación Socialista Madrileña aprobó la permanencia en la II Internacional y se propuso trabajar para la unificación con la III Internacional, la comunista auspiciada por Lenin en Rusia”

“Si se analiza desapasionadamente lo acaecido durante el mandato de Pedro Sánchez al frente del PSOE, junto a los recientes acontecimientos que han culminado con la formación de una gestora que dirija al partido hasta el próximo congreso, estamos viviendo un proceso similar al de hace un siglo”

La crisis del PSOE ha servido para poder visualizar la raya que separa a las dos izquierdas históricas de nuestra patria. La socialdemocracia de corte reformista y europeo, y la izquierda radical próxima al asambleísmo populista propio de los regímenes comunistas y bolivarianos”


La vida a veces es tan anodina que periódicamente, bien por ignorancia o bien por la tozudez de sus protagonistas, nos ofrece episodios repetitivos de situaciones pretéritas. Este es el caso, "mutatis mutandis", con que nos han obsequiado el simpar líder socialista Pedro Sánchez y su legión populista de seguidores de la nada, imbuidos de una concepción excluyente y primaria de la política y de la gobernación compleja de un Estado moderno.

Hace casi un siglo, en diciembre de 1919, la Agrupación Socialista Madrileña aprobó la permanencia en la II Internacional y se propuso trabajar para la unificación con la III Internacional, la comunista auspiciada por Lenin en Rusia. Llevados por el furor juvenil, un grupo de las Juventudes Socialistas decidió, en abril de 1920, romper con el PSOE y fundar el Partido Comunista de España (PCE).

En abril de 1921 un congreso extraordinario del PSOE fue informado desfavorablemente por Fernando de los Ríos sobre lo visto en Rusia, proponiendo no aceptar las 21 condiciones de la Internacional comunista (III Internacional) para su incorporación a la misma. El PSOE mantuvo su línea reformista de la II Internacional, lo que motivó que el mismo 13 de abril en que terminó el congreso extraordinario, los "terceristas" abandonaran y fundaran el Partido Comunista Obrero Español, que poco después se fusionó con el PCE, quedando adherido a la III Internacional o Komintern.

Si se analiza desapasionadamente lo acaecido durante el mandato de Pedro Sánchez al frente del PSOE, junto a los recientes acontecimientos que han culminado con la formación de una gestora que dirija al partido hasta el próximo congreso, estamos viviendo un proceso similar al de hace un siglo, en el que los "sanchistas" serían los diletantes obsesionados con llevar al histórico partido socialista a la aceptación de una especie de III Internacional camuflada en el andamiaje populista del movimiento conocido en el argot político como Podemos.

Desde hace un siglo, en el PSOE han convivido dos almas, la socialdemócrata pura y la radical de izquierdas más próxima a planteamientos populistas seudorrevolucionarios. Los grandes servicios que el socialismo español ha rendido a la sociedad se han producido siempre cuando ha puesto en escena su capacidad reformista, propia de la socialdemocracia. La modernización de España, que las nuevas generaciones parecen ignorar, solo ha sido posible gracias a que personas como el presidente González, ese al que no dejan hablar en la Universidad para vergüenza de la nación, entendieron que la reforma y el diálogo son los requisitos elementales para el progreso de los pueblos.

Si hay algo más negativo para una sociedad moderna es el enquistamiento en actitudes frentistas y excluyentes como las protagonizadas por Sánchez con su latiguillo infumable del "no es no", compendio inescrutable de la profundidad del pensamiento que encierra quien, incomprensiblemente, ha liderado a un partido centenario y ahora, después de haber perdido el rango que ostentaba, nos anuncia que "la militancia recuperará pronto y reconstruirá su PSOE". Solo le falta que convoque asambleariamente a su militancia y, tal como las juventudes hicieron hace un siglo, decidan incorporarse a ese movimiento asambleario y populista conocido como Podemos.

La ronda de consultas del Rey terminó ayer con la designación de Mariano Rajoy como candidato a la presidencia del Gobierno de España. Con los acuerdos del Comité Federal del PSOE se abrirá una legislatura que me atrevo a calificar como de las reformas. La falta de mayorías absolutas obligará, tal como ocurrió en la época de UCD donde se consensuó la Constitución y otras reformas de calado, al diálogo y al entendimiento, renunciando todos a su programa máximo en aras de la actualización de las coordenadas de nuestra convivencia.

En la izquierda quedará patente lo que hasta ahora estaba desdibujado con la obsesiva pretensión "sanchista" de mimetizarse con Podemos: que existe una línea, una raya indubitada, entre los planteamientos populistas y el afán reformista socialdemócrata. Aquellos, los populistas, no creen en las instituciones, salvo que las ocupen, tal como ocurre en la Venezuela que siguió la doctrina podemita. Estos, los socialdemócratas, respetan a las instituciones y las utilizan para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, no para domesticarlos como hacen los nuevos discípulos de la III Internacional. La apelación a la calle de Iglesias y a la militancia de Sánchez son dos caras de la misma moneda, la de la falta de respeto a la normalidad democrática.

Como bien dice Ignacio Camacho, "el enemigo del populismo es la normalización de la política", razón por la que a Pablo Iglesias no le gusta el aburrido mundo de la actividad parlamentaria, la búsqueda de consensos, el juego de mayorías y minorías y el debate duro pero civilizado de la confrontación entre los representantes de la soberanía popular. Lo suyo es la calle, las movidas, las protestas ante cualquier defecto del sistema en vez de buscar sosegadamente puntos de encuentro para la reforma de tales defectos.

Ante el fracaso de no haber conseguido asaltar el poder, las instituciones ya no interesan a Iglesias, por la misma razón que el "sanchismo" se rebela ante los acuerdos de los órganos competentes de su partido. Y ambos tienen el atrevimiento de tildar a la investidura del ganador de las elecciones como un "golpe a la democracia", cuando el verdadero golpe es el que los populistas han puesto en marcha boicoteando a Felipe González en la Universidad o alentando el cerco al Congreso el día de la investidura, hechos ante los que cabe preguntarse: ¿Y estos chicos cuando van a trabajar en algo serio? ¿No piensan salir nunca del confort de las movidas universitarias? ¿Cómo alguien puede dudar aún de la nefasta decisión de Sánchez para emparejarse con tales personajes? ¿Acaso Pedronono piensa en construir algo serio confiando las decisiones trascendentes a las bases de su partido?

En contra de quienes piensan en una difícil y corta legislatura, tengo la intuición de que vamos a vivir un proceso de reformas de amplio consenso, que nunca hubieran sido posibles con un gobierno de mayoría absoluta, cualquiera que fuera su signo. El PSOE volverá a ser el partido socialdemócrata que impulsó las grandes reformas de calado social de las que hoy disfrutamos. El PP asumirá un papel reformista y de consenso similar al protagonizado por UCD en la fructífera Transición. Y C's cumplirá un papel arbitrario y equilibrador en una época en que estas tres formaciones, que sin duda defienden el orden constitucional, acometerán la puesta al día de nuestro régimen de libertades. 

Enfrente de ellos, los nostálgicos de la calle, los demagogos de la militancia y los egoístas del privilegio intentarán poner palos en las ruedas de esta especie de segunda transición, tan necesaria como demandada por la opinión pública. Desde unas líneas rojas que no pueden cruzarse como son la unidad de España, la soberanía nacional y la igualdad de los españoles, se pueden, y se deben, abordar reformas sobre la legislación laboral, la seguridad ciudadana, el Pacto de Toledo sobre las pensiones, el modelo territorial, la lucha contra la corrupción, la independencia del poder judicial, pactos de Estado sobre la educación y la violencia de género y un número amplísimo sobre la problemática que acucia al ciudadano.

Pablo Iglesias y Pedro Sánchez son amantes del asambleísmo más primario, el que les ha permitido ocupar la cúspide de sus respectivas formaciones. Pero engañan a quienes quieren ser engañados. Endulzan a la masa prometiéndoles que votarán, no cada cuatro años sino "todos los días", porque se les consultará todo, y "podrán participar porque hablando vamos a arreglar el mundo". Pero, una vez en la cima, como dijo el propio Iglesias, "los jefes se reunirían en una cafetería para tomar las decisiones importantes". Y Sánchez, una vez aupado, cesará a militantes electos a troche y moche, sin consultar con nadie. Pactos en ayuntamientos, diputaciones y autonomías sin pedir opinión a la militancia, para después, cuando democráticamente ha dejado el liderazgo, reclamar dicha consulta en contra del criterio del órgano competente. 

La crisis del PSOE ha servido para poder visualizar la raya que separa a las dos izquierdas históricas de nuestra patria. La socialdemocracia de corte reformista y europeo, y la izquierda radical próxima al asambleísmo populista propio de los regímenes comunistas y bolivarianos. La madurez del pueblo español terminará colocando a cada una de ellas en su sitio, para que ocupen el lugar preeminente y secundario que, respectivamente, han tenido en la historia reciente de la democracia española.



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