domingo, 29 de marzo de 2015

Nuestra Hun Sana Díaz


El domingo pasado, mientras el PSOE de Andalucía ganaba las elecciones por enésima vez en la región y muchos (tampoco tantos, no nos pasemos) pensaban seriamente en sacar las maletas del altillo para hacerlas y pirarse de una comunidad sin solución, un servidor, que ya está fuera, se recreaba de alguna forma con las perspectivas de futuro de un país bastante lejano pero que, en cierto modo, guarda bastantes parecidos con Andalucía. Hablamos de Camboya.

El pasado verano, el Financial Times publicaba un análisis de la nación de los templos de Tomb Raider, comparando los 30 años que su primer ministro, Hun Sen, lleva en el poder, con los 32 del camerunés Paul Biya, los 34 del presidente de Zimbabue, Robert Mugabe o los 42 que llegó a durar en Libia el dictador Gaddafi. 

El reportaje daba cuenta de la esperanza que, desde hace dos años, se ha abierto entre la población camboyana. Ésta, tras décadas de opresión y genocidio, empieza a soñar con una democracia que acompañe a las mieles del crecimiento económico ya existente, que este año será del 7% del PIB gracias a la poderosa industria textil y que ha tenido como consecuencia el paulatino surgimiento de una clase media en las ciudades. La esperanza comenzó exactamente en julio de 2013, cuando la oposición del Partido del Rescate Nacional de Camboya (qué nombre más apropiado), liderado por Sam Rainsy, estuvo apunto de cantar victoria entre sospechas de que Hun Sen había vuelto a manipular los comicios.

A diferencia de Andalucía, donde la ilusión de principios de los 80 ha cedido claramente a la resignación de nuestros días, la historia de las últimas tres décadas en Camboya ha seguido justamente la evolución opuesta, y da ganas a uno de pedir la ciudadanía de este país. Desde la toma del poder de los Jemeres Rojos de Pol Pot y la consiguiente matanza de 1,7 millones de personas entre 1975 y 1979, el país vivió -precisamente durante los mismos años de la llegada al poder de los socialistas en España- el ascenso al gobierno por parte de movimientos políticos pro-vietnamitas que, en 1985, colocaron a Hun Sen como primer ministro. Desde entonces, y en palabras de la enviada especial de las Naciones Unidas en Camboya, Surya Subedi, ''la manera en que ha sido gobernado el país los últimos 20 años ya no es sostenible''

Sin embargo, el crecimiento económico espectacular y la vuelta del exilio del líder opositor Sam Rainsy, que ha boicoteado activamente el parlamento hasta lograr presionar a Hun Sen para ceder una comisión tan importante como la de Derechos Humanos, han dado un empuje importante a la sociedad civil, que sale a la calle en masa, a veces dando la vida, para pedir mejores salarios y el fin de una corrupción en la que Hun Sen ''tiene profundamente hincadas las rodillas'', en palabras de la opositora Mu Sochua.

Pero aún queda una gran diferencia entre los déspotas que gobiernan Camboya y los que campan a sus anchas por Andalucía, y que hacen tener muchas más esperanzas en el futuro del país asiático. Mientras en Andalucía los gobernantes han sabido mimar y anestesiar a la población por medio de subvenciones, cargos políticos y otras prebendas, aparte de un desempleo brutal y un crecimiento escaso que hacen depender aún más a la población de la redentora administración de la Junta, en Camboya el gobierno se gana el enfado del entorno rural como consecuencia de la expropiación de tierras de labradores para otros proyectos y, según los periodistas David Pilling y Michael Peel, por la propia idiosincrasia de la población camboyana. Según los reporteros, en un país donde más de la mitad de los habitantes tienen menos de 24 años, donde hay ganas de cambio y progreso y donde el Internet aún no tiene la extensión que conocemos en Europa, la organización en las grandes ciudades está alcanzando unas cotas envidiables para cualquier regenerador andaluz.

Esto lo sabe muy bien Hun Sen, en quien algunos ya ven un ''deseo pragmático de cambio'' e incluso la posibilidad de abandonar el poder. Después de todo, el propio primer ministro llegó a confesarle, lacónico, un proverbio camboyano muy revelador a su rival político durante las conversaciones del verano pasado: ''cuando el nivel del agua sube, los peces se comen a las hormigas; pero cuando el nivel baja, las hormigas se comen a los peces''

¡Qué buen aviso para nuestra Hun Sana Díaz, quien, no les quepa duda, en los cuatro años que vienen hará todo lo posible para que las aguas de Andalucía sigan estando estancadas!





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