viernes, 3 de abril de 2015

La procesión


Por entre las calles fluyen, a veces ordenada y a veces en aparente desorden, capirotes en ristre mecidos por la circunspecta voz del jefe de tramo que con una vara metálica marca el paso de la procesión. Ese rito anual, que llena de vida las calles de muchas ciudades y pueblos con la conmemoración de la muerte, se corresponde con el fenómeno mental que acontece en muchas mentes españolas. El filósofo francés Émile Bréhier sostuvo en 1922, hablando de la filosofía de Plotino, que “los hombres del final de la antigüedad y de la edad media piensan las cosas bajo la categoría de procesión, como los de los siglos XIX y XX las piensan bajo la categoría de evolución (proceso)”.

Toda procesión se realiza mediante semejanza de lo secundario con lo primario, así pues, vivimos en una constante procesión política. No hay alternativa sino alternancia, no hay avance sino estatismo, no hay progreso sino procesión. Y todo con un origen, un misterio, un mito que conmemorar: la transición. Venimos repitiendo la misma procesión sin ningún fervor, con bastante agnosticismo, pero todo sea por mantener las costumbres, según dicen algunos. Unas costumbres políticas que vienen de la dictadura de Franco: no meterse en política y no cuestionarse las cosas no vaya a ser que te metas en problemas.

Como el origen de esta procesión es corrupto, pues ni hubo libertad constituyente y simplemente se cambiaron las leyes fundamentales del reino por esta carta otorgada que tenemos hoy, todo en nuestra vida política es similar y homogéneo. Incluso los nuevos elementos que se incorporan como cofradías que vienen a innovar el rito, rápidamente ingresan en las filas tras la orden del capataz y enfundan sus rostros bajo la tela que los confunda con la masa procesional. No hay cambio, sólo hay un recorrido por el que transitar, una “carrera oficial”.

En una República Constitucional, el valor fundamental debe ser la libertad política que no lleva a otro resultado que el progreso hacia donde cada nación quiere dirigirse. Acertada o equivocadamente. Para eso lo primero es partir de una constitución hecha en libertad, no un papel redactado por seis “padrinos” cuya redacción descubrió ya en su tiempo Pedro Altares enCuadernos para el diálogo. Ni hubo cortes constituyentes pues no se votaron diputados para ese cometido ni hubo debate sobre el contenido de la constitución. Fue un simple papel que se presentó delantes de los españoles con un Sí/No cuyo subtexto implícito era escoger entre una vuelta al pasado franquista o iniciar un nuevo e idílico porvenir. Los españoles votaron sin poder elegir y desde entonces procesionan cada uno en su cofradía, venerando un misterio inexistente. Teniendo rey sin ser monárquicos, pagando a partidos que defienden ideas que no son las suyas, rezando las letanías del 78 sin pensar en lo que se dice (“el trabajo que nos ha costado conseguir la democracia”, “esta democracia que nos hemos dado”, “vivimos en una democracia homologable”... etc).

Aquí, en Andalucía, vivimos el epítome de esta procesión pues, a base de repetir el mismo esquema, en nuestro mini-estado hemos fosilizado incluso la posibilidad de cambio en la formación de la cofradía. Los andaluces han seguido llevando el cirio aún cuando se ha agotado la vela. Sigue la línea procesional aunque ya se ha adentrado en el desierto y no existen poblaciones alrededor. Terrorífica estampa. Los mayores casos de corrupción y los mayores índices de desempleo no han hecho recapacitar a los nazarenos si el recorrido estaba equivocado. La orden del capataz es clara: “más paso y vista a suelo”. Quién diría que hay rostros debajo de esos capirotes, que hay ojos tras los orificios de las telas. El silencio y la obediencia es ejemplar, para una cofradía. No para la política.

Los andaluces olvidaron el progreso y continúan en su procesión. No hay derecha o izquierda, arriba o abajo. Sólo la voz del capataz y del jefe de tramo gritando: “¡tos por igual!




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