viernes, 3 de julio de 2015

Carta de un profesor al Rey



Majestad: aunque es vuestro hijo Don Felipe el actual Rey en activo, os escribo a Vos por la razón de que sois Vos, y no vuestro hijo, quien firmó mi Título de Profesor de Violoncello. Os lo adjunto en sobre aparte. La firma, como veréis, es vuestra. “Yo, Juan Carlos I, Rey de España, y en mi nombre el Ministro de Educación, concedo el Título de Profesor de Violoncello a D. Eduardo Maestre, blablablá, firmado el día tal del año cual”. Lo tenía en casa, sin enmarcar, porque como soy interino, cada cierto tiempo tengo que fotocopiarlo para adjuntarlo en vaya su Majestad a saber qué asuntos administrativos!

Pero hoy se lo envío de vuelta a su Majestad. Quiero decir que se lo devuelvo. El original, sí: el original. No una fotocopia compulsada! Os envío mi título de Profesor de Violoncello. Vamos: lo que se dice un señor Título! Un montón de años de estudio! Y no sólo del instrumento, que son horas y horas diarias; sino de Historia del Arte, Estética, Armonía, Transporte, Análisis… Mucho más estudio que para acabar Filología, carrera que abandoné tras cuatro años en la cafetería de la Facultad! Dónde va a parar! Recuerdo, Majestad, que yo bromeaba con mi hermano, que es médico, diciendo que la de Medicina era una carrera menor porque eran sólo 6 años, mientras que Violoncello eran 10 (ahora son 14 añitos!). Y eso, si no estudiabas además, como hice yo, los cuatro años de Armonía, los tres de Contrapunto y Fuga simultaneados con los de Composición: una locura! Las demás carreras serias, como Medicina, Derecho, Física, etc. me parecían un juego de niños al lado de mi brutal currículo académico (esto es broma, Don Juan Carlos: lo digo para que no se me cabreen los señores arquitectos, notarios y químicos!)

Pero ahora veo, Majestad, que todo era un espejismo; que haber estudiado como una bestia durante tantos años, asistido a tantos y tantos cursos de verano con profesores extranjeros, haber participado en decenas de grupos de cámara, en montones de orquestas; haber hecho, además, un Máster de Dirección de Orquesta de dos años; haber estudiado Dirección de Coro, haber dirigido coros profesionalmente durante siete años, haber creado una orquesta minimalista de alto estandin y haberla hecho debutar, haber impartido clases en la privada durante ocho años y en la pública durante diez más, por lo visto no sirve de nada a la hora de juzgar si un alumno está o no capacitado para aprobar.

E incluso si un alumno ha sido aprobado por mí, tampoco vale mi criterio para decidir con qué nota: si un notable, un sobresaliente o un simple aprobado raso. Porque mi criterio ya no es válido, Majestad! No, al menos, si no se fundamenta en las Tablas de la Ley que han confeccionado unos cuantos contratados laborales de la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía; tablas que, a mi juicio, están tan fuera de la Realidad como lo estaría Manuel Chaves en el Primer Congreso Mundial de Hombres Íntegros.

Desde hace años vengo denunciando el neovictorianismo que tapona y obstruye las arterias por las que debería fluir la iniciativa, la creatividad y, en definitiva, la inteligencia. Agazapados y ocultos bajo el disfraz de abanderados del Progreso, los altos cargos, los técnicos y los políticos que componen el corpus central de la Administración socialista (la única que nos ha gobernado a los andaluces desde que murió Franco, el otro dictador que hubo antes de este Régimen) representan el más intolerante e hiperburocrático lobby -y el más alejado del verdadero progreso- que haya gobernado cualquier región de Europa (salvando la Grecia que destruyeron los socialistas griegos, el PASOK, cuya situación es hoy noticia de primera plana cada día).

Esta intolerancia, esta rigidez de la que hacen gala los socialistas andaluces ante la casuística diaria que supone la verdadera docencia ha sumido a nuestra Enseñanza en las simas de la abyección. Los informes PISA nos abofetean públicamente cada tres años, situándonos en el furgón de cola de la Educación en Europa. Y esto sucede sin que dimitan, inmediatamente y en bloque, todos y cada uno de los responsables de la Consejería de Educación andaluza!!!

A ver, Don Juan Carlos: intento comprender cómo hemos llegado a esto. En serio: lo intento!!! Y, siendo todo lo comprensivo que me permite mi carácter, acierto a dilucidar que hubo un tiempo, en origen, en el que, con el ánimo indiscutible de garantizar a los alumnos una enseñanza libre de abusos, y para que no volviéramos a los tiempos oscuros en los que un maestro te cateaba y no había modo ni manera de explicar ni modificar dicho suspenso, se establecieron mecanismos que impidieran los abusos que en esa época sucedían sin posibilidad de recurrirlos. Pero la hipertrofia de los mecanismos urdidos por esta Administración socialista para dotar de garantías de limpieza las calificaciones de los alumnos ha logrado que pasemos al extremo opuesto; porque ya no es suficiente que el profesor aplique su experiencia docente, su juicio, su capacidad de discernir la calidad del trabajo de cualquier alumno, Majestad, sino que tiene que justificar cada una de sus decisiones calificativas basándolas en criterios previos a la actividad del docente; criterios que podrán coincidir o no con los que verdaderamente aplica el profesor a diario con cada alumno, pero que en prácticamente ningún caso (ni en institutos, ni en colegios, ni en academias, ni en conservatorios, y ni mucho menos en la Universidad) son en los que se fundamenta en realidad una decisión a la hora de calificar.

Porque, y esto nadie se atreve a decirlo, existe en el complejo circuito cerebral de los seres humanos algo mucho más fiable, integrador y completo que la aplicación de una serie de ítems estándar; se trata de una actividad tan milagrosa como sencilla, que hemos utilizado desde siempre y a la que últimamente se ha dado en llamar fuzzy logic o lógica difusa.

La lógica difusa se utiliza cuando la complejidad del proceso en cuestión es muy alta y no existen modelos matemáticos precisos, o bien en procesos que claramente no son lineales. Y también la usamos cuando se mezclan definiciones con conocimientos que no están estrictamente definidos porque por su carácter impreciso o subjetivo no pueden estarlo! Un ejemplo de lógica difusa es el típico caso de estar conduciendo durante un día muy nuboso hacia un destino al que debemos llegar a determinada hora y, al mirar el reloj del coche, constatamos que vamos a llegar tarde: la lógica difusa hará que incrementemos la velocidad en la proporción exacta sin necesidad de arriesgar nuestra vida y con ciertas garantías de llegar en punto. Combinamos factores imposibles, en ese momento, de medir exactamente (velocidad, tiempo, distancia, riesgo de accidente, potencia del vehículo, pericia del conductor, aceleración, posibilidades de que llueva, etc.) y los cuadramos todos a la perfección.

Sin embargo, al corregir un examen de Matemáticas, y aunque algún alumno superdotado pueda utilizar la lógica difusa para alcanzar los resultados correctos en los problemas planteados, el profesor no puede (ni debe) calificar los exámenes de sus alumnos aplicando dicha lógica difusa, pues las respuestas o son exactas o no lo son.

Pero en una enseñanza artística, cuyo mejor resultado posible es arrancar las lágrimas o la ovación emocionada a un auditorio al final del curso escolar, se hace no ya sólo imposible aplicar criterios y parámetros predefinidos en una arrogante Programación, sino también indeseable. No puede ser más que a través de la fuzzy logic como hay que llegar a valorar el conjunto de factores que han determinado, grosso modo, el progreso técnico-artístico de cada alumno.

De hecho, es así como se hace, Majestad. Y quien me discuta esto e insista en que para calificar a un estudiante de piano se coloca ante la ristra de Objetivos y Contenidos de la Programación del centro en el que imparte clases y va valorando una tras otra las frases hediondas que componen dicha retahíla exangüe, o no se ha enterado de qué significa la Enseñanza Artística, o se ha equivocado de profesión de medio a medio!

Que luego, a la hora de enfrentarse a la reclamación oficial de una calificación, se agite como un espantajo sobre nuestras cabezas la Programación para justificar un suspenso o una nota mediocre, vale; pero el proceso de calificación que ha llevado al docente a valorar al alumno con esa nota mala o floja se ha basado, en todos los casos que conozco, en la lógica difusa, también conocida como sentido común más pericia.

A qué viene tanto miedo a confiar en los profesores? Es que los que nos dedicamos a la Enseñanza no disfrutamos mucho más aprobando y dando buenas calificaciones a nuestros alumnos que teniéndoles que dar malas noticias a sus padres? No hablo sólo por mí, sino por la práctica totalidad de los profesores que conozco, que son muchos: los de conservatorio, los de instituto de Secundaria, los maestros y los profesores universitarios. Cuando se suspende a algún alumno, uno se lo piensa muchísimo antes de hacerlo; pero no por la lucha conceptual/emocional encarnizada que a veces se abre inmediatamente después con los padres del suspendido, sino porque suspender a un alumno implica un revés que actúa a menudo como un golpe a la totalidad del alumno. Aunque sé que hay casos excepcionales en sentido contrario, no conozco personalmente a ningún docente que esté contento con su trabajo cuando tiene que suspender a algunos alumnos.

Y es que el suspenso al alumno lleva implícito un fracaso del profesor! Creedme, Don Juan Carlos: un fracaso! Yo lo siento así! En algunas ocasiones he vivido como un fracaso personal no haber conseguido que un alumno consiga tocar piezas que teóricamente debería poder tocar. Bien porque el alumno no sabe medir el valor de las notas; bien porque no estudia en casa; bien porque tiene profundos problemas de coordinación psicomotriz. En cualquier caso, a veces he topado con niños que no han progresado nada en todo un curso y yo no he sabido modificar, romper esa homeostasis en la que el alumno entró: malos resultados, desidia, desánimo, malos resultados, etc. Sé perfectamente que esto se despacha en la conciencia de cada uno con un “es que este niño no vale para la Música”. Y en no pocos casos, y tal y como está planteada la Educación Musical en España, ésta suele ser la cruda realidad; pero si aceptamos el sueldo, debemos también aceptar las reglas del juego, y todos los niños que entran en un conservatorio tienen el mismo derecho a ser atendidos, sean un Napoleón o sean un Mozart.

Quiero decir con este circunloquio que suspender a un alumno es, para el profesor, un acto de rendición, una entrega de las llaves de la ciudad al enemigo, un desfilar cabizbajo entre tambores destemplados. Pero, y a pesar de todo, el suspenso define, clarifica, ilumina el camino del progreso individual. Un profesor que suspende con criterio es un experto en la materia que ejecuta el juicio de valor, un guía que porta un candil entre las sombras: la última esperanza de que haya justicia en el mundo, a ojos de los alumnos!

Pero lo ideal es que un maestro sea un buen comunicador, factor que no se tiene en cuenta en absoluto en las decimonónicas oposiciones que la Administración plantea como única entrada válida al universo de la Enseñanza, y que para desgracia de los alumnos futuros es lo que realmente debería importar a la hora de dedicarse a tan compleja profesión. Su actividad docente no sólo construye edificios internos en el currículo del alumno respecto a la Literatura, la Física, el Derecho Romano o la Historia del Arte, sino que edifica en el espíritu del que asiste a sus clases toda una urbanización personal por la que podrán pasear y hacer futin otras disciplinas en el futuro. Suspender a unos es ratificar al resto y mostrar nítidamente cuál es el camino a la excelencia. Si se persigue y se castiga el acto doloroso de suspender, se están bombardeando las carreteras, los puentes y los aeropuertos hacia el futuro.

Y esto, Majestad, es lo que hace la Administración andaluza desde hace décadas: perseguir, castigar, desautorizar a los profesores que cometen el terrible pecado de suspender a algún alumno. Cada curso que acaba, miles de alumnos suspendidos por su falta de disciplina en el estudio, por su desidia y la de sus padres o porque directamente no tienen capacidad para abordar los contenidos que se prevén en la Programación de las muchas materias que conforman el currículo de un estudiante elevan reclamaciones a las distintas Delegaciones de Educación de la Junta de Andalucía, y allí son valoradas por comités de expertos (expertos en cuestiones administrativas!) que, en la mayoría de los casos, anulan el suspenso y, desautorizando de por vida al profesor ante los alumnos, aprueban al reclamante, calcinando para siempre en la cabeza de éste los conceptos de esfuerzo, disciplina y amor por el conocimiento.

Lo importante para la Consejería de Educación andaluza, a mi juicio y basándome en los años que hace que estoy viendo lo que veo, es la obtención de estadísticas que “demuestren” que la Educación en Andalucía es de altísima calidad. De nada importan ni los informes PISA que nos lanzan violentamente contra la pared cada tres años, ni los pobres resultados, en la contratación por las empresas, de profesionales egresados de las Universidades andaluzas: para nuestros políticos socialistas no hay realidad lo suficientemente contundente como para estropear una buena mentira!

Es tal el infierno de papeleo abstruso que se abre bajo los pies del profesor que ha decidido suspender a un alumno; son tantas las explicaciones pormenorizadas que hay que dar por escrito ante la Directiva de los centros docentes (y para las que hay que desandar por el camino de la lógica lineal lo que se trazó gracias a la más rápida y fiable lógica difusa), que los profesores, los maestros y hasta los catedráticos (aún hay catedráticos?) antes prefieren aprobar -aunque sea por los pelos y basando dicho aprobado en la innegable capacidad del alumno para papar moscas- que suspender y enfrentarse a un castillo kafkiano que, al final, será resuelto injustamente a favor del alumno holgazán por un comité de bien pagados en unas oficinas que, al contrario que las aulas en donde damos clases los verdaderos profesionales de la docencia, están frescas y bien iluminadas.

A qué nos conduce esto, sin remedio y dramáticamente? A qué situación nos aboca esta presión deplorable a la que los políticos socialistas, cuyo único objetivo es la estadística final (aunque sea falsa como un abrazo de Pablo Iglesias), someten a sus directivos, éstos a los inspectores, éstos a los directores de los centros de enseñanza, y éstos –finalmente- a los profesores? Pues es sencillo responder: al falseamiento de la realidad; a la ocultación de la verdadera situación académica. Y al correr de los años, encontramos alumnos con una casi total ausencia de recursos pero que han ido promocionando sin que nadie se haya atrevido a levantar la liebre; alumnos desprovistos de cualquier posibilidad real de ejercer una profesión que requiera cierta destreza expresiva, cognitiva, abstracta o psicomotriz.

Nuestras Universidades andaluzas se están poblando de jóvenes con un bajísimo nivel de preparación académica. En los conservatorios prosperan adolescentes sin cualidades artísticas ni recursos técnicos suficientes como para plantarse en un escenario y ofrecer no ya un concierto, sino una simple pieza.

Pero el problema no se puede contemplar ya desde la Física newtoniana, sino desde la cuántica! Porque no sólo entran en la Universidad alumnos con baja capacitación académica, sino que la plantilla de profesores de la Universidad misma se está nutriendo desde hace años de los alumnos que salen de nuestros institutos y colegios, y que, si bien son lo más granado de entre los estudiantes, no dejan de ser –no lo olvidemos- lo más granado de la población estudiantil andaluza: la de más bajo resultado académico en toda Europa!!!

Quién va a detener, Majestad, esta procesión con banda de música, nazarenos y penitentes, monaguillos con incensario y hermano mayor que se dirige sin remisión hacia el abismo? Quién podrá salirse de ella y empezar a quitar la venda de los ojos a los que caminan hacia el despeñadero? Yo no tengo las soluciones, qué más quisiera yo! Pero sí creo vislumbrar las preguntas que hay que hacerse como parte esencial de la Educación, como profesional de la Enseñanza y como ciudadano; porque, además de profesor, soy padre de dos hijos, uno de los cuales ya tiene 15 años y es técnicamente imposible que conozca otro universo educativo ya que el andaluz (el más inadecuado y retrasado de Europa), y un bebé de cuatro meses de vida para el que reclamo un giro copernicano en la política educativa, además de un cambio drástico de rumbo en la manera de comprender la formación de la juventud.

Por supuesto, apoyo sin fisuras el establecimiento de garantías suficientes que impidan o dificulten extraordinariamente los casos de calificaciones arbitrarias por parte de algún profesor que haya perdido el norte de su profesión; pero reclamo enérgicamente y también sin fisuras la confianza en el juicio del docente, en su capacidad de discernir, en su criterio experto y en su buena fe. Ya está bien de persecuciones y castigos a los profesores que deciden calificar con un suspenso a aquellos alumnos que realmente lo merecen!

Habrá que abrir un debate profundo acerca de lo que estamos consiguiendo con esta forma de gestionar la Educación; toda la Educación: desde la base hasta la cúspide! Habrá que plantear, sobre la mesa y sin paños calientes, la angustia que produce en los profesionales de la Enseñanza tener que renunciar, por la fuerza o, peor aún, por la autocensura, a los propios valores educativos que lo llevaron a dedicarse a formar a los más jóvenes. No nos queda otra: o paramos y damos marcha atrás buscando un camino mejor, o caemos todos al precipicio al que el neovictorianismo de los que se la cogen con papel de fumar nos arrastra sin remedio.

Y si no hacemos nada por impedirlo y los años que me quedan como profesor debo pasarlos contemplando este genocidio cultural, ruego a Su Majestad tenga a bien recibir este Título que me otorgó hace años pensando en que quien lo recibía habría adquirido la capacidad de discernimiento y juicio suficiente como para impartir clases y lo utilice para limpiarse sus reales posaderas, pues, tal y como está la cosa, es para lo único que sirve.


http://www.eldemocrataliberal.com/search/label/Eduardo%20Maestre

3 comentarios:

  1. Como siempre, tus artículos son el agua fresca de las mañanas al levantarnos. Lo único achacable es que no tengas una mayor frecuencia. El de hoy, genial. Soy hijo de un maestroescuela de hace más de 50 años y su criterio no difería en nada del tuyo.

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  2. Como siempre, tus artículos son el agua fresca de las mañanas al levantarnos. Lo único achacable es que no tengas una mayor frecuencia. El de hoy, genial. Soy hijo de un maestroescuela de hace más de 50 años y su criterio no difería en nada del tuyo.

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  3. Muchas gracias, amigo, por sus amables palabras. La verdad es que es un honor para mí coincidir con la opinión de su padre.

    Reciba un afectuoso saludo.

    Eduardo Maestre

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