lunes, 10 de agosto de 2015

Las calles de Madrid

Artículo de Sergio Calle

No importa que cambien los nombres del callejero de la capital del Reino. No es relevante que sustituyan unos personajes por otros porque lo fundamental, lo realmente sustancial, es que nunca modificarán el hecho de que el Frente Popular perdió la guerra incivil española que, como bien nos recuerda el gran historiador americano Stanley G Payne, fue un conflicto de “malos contra malos”. Y la derrota vino porque una guerra se gana con un ejército, y la República, que licenció el suyo, tuvo que transformar en un ejército, en plena campaña militar, las milicias indisciplinadas y cerriles de la primera hora. Aquella decisión tan solo consiguió retrasar la derrota como ya había apuntado la mente preclara de Azaña que afirmaba lo siguiente:
 
“Formar columnas de paisanos sin instrucción, sin armamento ni disciplina, exaltar su espíritu político, copiar en ellas la fisonomía y la jerarquía de los partidos y pretender que funcionen como ejército es un enorme dislate”.

Por otro lado, la marinería republicana tuvo la delirante idea de arrojar a sus mandos por la borda al considerarlos proclives al alzamiento. Y aquello, como no podía resultar de otra manera, terminó en un desastre absoluto. También se podría recordar aquel infausto día en el que los anarquistas Durruti, Sanz y García Oliver irrumpieron con sus botas polvorientas y sus armas calientes en el lujoso despacho del Presidente de la Generalidad, Lluis Companys, líder de un partido republicano burgués y éste, que tenía más miedo que un gazapo ante la visión de la fría serpiente, les dice;

“Sois los dueños de Barcelona y de Cataluña. Lo habéis conquistado todo, y todo es vuestro. Si no me necesitáis o no me queréis como Presidente de Cataluña decídmelo en seguida. Si creéis que en mi puesto, con los hombres de mi partido, mi nombre y mi prestigio-sic- puedo ser útil en la lucha, podéis contar conmigo y con mi lealtad como hombre y como político”.

Companys pasó del estado gaseoso del Estat Catalá al de los anarquistas o estalinistas y a una guerra civil dentro del conflicto que también plasmó George Orwell en su “Homage to Catalonia”. Y rodeado de idiotas, como dijo Don Manuel Azaña, gobierne usted si puede. Y por eso perdieron la guerra.

Desgraciadamente son legión el número de españoles que tienen esa guerra en la cabeza. Algo sorprendente cuando la mayoría no la vivió pero, pese a ello, se siguen identificando con los valores de ese Frente Popular que tantas desgracias trajo. Como no aplican mi precepto de analizar con ojos del siglo XXI un conflicto tan pretérito, llegan hasta el extremo de cambiar los nombres de las vías como si, de alguna forma mágica, pudiera provocar que Franco no se les muriera en la cama. Empero, la realidad es que el gallego, con su eterna mala leche, les venció una y otra vez demostrando que era un lince en el arte de la guerra.

Por otra parte, las calles de media España llevan nombres de grandes personajes ilustres a los que casi nadie ha leído y de los que el populacho sabe mucho menos que de las andanzas de Belén Esteban. Preferiría yo que ninguna avenida, plaza o calle llevara el nombre de Cervantes si con ello mis compatriotas se dedicaran a leerlo pero, eso es como esperar que Susana Díaz vaya a abandonar el lado del mal para meterse a misionera en África. Permutar unos nombres por otros en esta España desmemoriada no es ya gran cosa. Por mí como si a la Calle Lope de Vega se la dedican a Falete el Grande. La verdad es que parte de la izquierda española más radical sigue viviendo en 1937 y, así no hay manera de avanzar por la maravillosa vía de la moderación que reclama el futuro.

Carmena puede alterar todos los nombres de las calles que quiera. Incluso de rebautizarlas con los apodos de sus familiares enchufados en el ayuntamiento de Madrid. Me da exactamente igual. Lo sustancial es que siguen abrazados a una derrota que les llegó por idiotas, cretinos y sobrados. Franco, desde donde quiera que vayan los dictadores tras la visita de la parca, se debe estar partiendo el culo con el espectáculo.



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