lunes, 12 de octubre de 2015

Muchas lunas


Artículo de Sergio Calle Llorens


Llevo leídas algunas columnas sobre los cien días de gobierno de Susana Díaz. La cosa va desde el celo hagiográfico de los numerosos aduladores que ofrecen sus plumas, solo les ha faltado ponerle  una guirnalda a la palabra Andalucía, hasta las críticas más furibundas contra la gestión de la fea sevillana. Como observador de la política empírica quiero contribuir al debate señalando un pequeño detalle: no han sido cien días sino doce mil setecientos setenta y cinco. Mi cuenta numérica se basa en las tres décadas largas que lleva la secta del capullo señoreando por estos lares.

Una época en la que la política ha oscilado entre el energumenismo y la cháchara de café. La carta náutica de un naufragio anunciado en la que todos, incluso los turiferarios del régimen, han terminado vomitando a barlovento.  Ni siquiera la Junta, que supo encontrar a gacetilleros que por convicción, interés o servilismo ayudaron al florecimiento del mito del socialismo andaluz, defiende ya que la aventura regional haya sido un éxito para la sociedad. Lo único diáfano, al margen de la inutilidad de todos los presidentes de la taifa, es la adscripción ideológica de aquellos que trabajan en la administración paralela que tan cara nos sale.

Andalucía es, y en eso incluyo los cien días de Susana Díaz, hablar, escuchar con fingida atención, nunca negarse, prometer a medias y aplazar siempre. De la primera modernización a la cuarta. De la Andalucía al máximo a la región de mínimos con escuelas prefabricadas y listas de esperas kilométricas para ser operados en los hospitales. De las soluciones habitacionales de Manuel Chaves -aquellos pisitos eran latas también- a las vacaciones para las amas de casa. Del pleno empleo al paro perpetuo. El buque andaluz se ha agitado tanto a babor estos años que parece estar borracho, y ni un cielo curvado en la noche aterciopelada cuajada de estrellas nos hace olvidar este estropicio meridional.

A diferencia de lo que afirmaba la propaganda oficial, Andalucía hay más que una y por eso no podemos pagarla. Una autonomía hecha a imagen y semejanza de una rancia aristocracia ajena al comercio. Un autogobierno dirigido por gente de temperamento claramente sádico que no ha dejado ni uno solo colectivo sin robar. Doce mil setecientos setenta y cinco lunas en las que cada vez que un socialista se ha acercado a un presupuesto, nos hemos preparado para la confusión y el desfalco. El sueño andaluz, que tanto ansiaban y necesitaban algunos, se ha convertido en la peor de las pesadillas. No hace falta ser licenciado en óptica para ver que Andalucía, desde un punto de vista político, no podrá funcionar jamás.

Doce mil setecientos setenta y cinco jornadas que han valido para hacer de oro a los sindicalistas y para ascender a una legión de mediocres. Fuera de esta autonomía, los socialistas estarían sacándonos la basura y cavando zanjas. En verdad, nunca se vio tal cantidad de gurruminos tocando poder. Decir que Andalucía funciona es un eufemismo de proporciones cósmicas grotescas.
De todo este tiempo se puede concluir que los dirigentes de la taifa son alérgicos a gobernar. Al menos a gobernar bien. Algo que no parece afectar a los andaluces que viven ajenos al ideal platónico de la perfección. Aquí el pueblo es feliz con sus Vírgenes, sus romerías y su canal sur donde los andaluces aparecen retratados como garrulos, porfiados, tercos, cansinos y ciertamente descerebrados.

A todo esto, los cien días de Susana Díaz se me antojan los mejores de toda la autonomía por una razón fundamental: la de Triana ha estado básicamente de baja maternal sin poder hacer demasiado daño. Y eso, en una región cuyo modelo educativo sirve para extender la idiocia colectiva, es decir mucho. Una vez incorporada al trabajo, la presidenta ha decidido no volver a la facultad a formarse para que los demás nos podamos seguir formando una pésima opinión de ella y de la terrible autonomía andaluza. En cualquier caso, podrían tomar los socialistas los cien días de Susanita, o las miles de jornadas en la que mandaron los anteriores, para ir de rodillas a cada capital de provincia para pedir perdón por todos los daños ocasionados en este tiempo que a mí me parece un siglo interminable.


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