miércoles, 29 de junio de 2016

De sueños y pesadillas


Artículo de Luis Marín Sicilia


“Los ‘salvapatrias’, se vistan de peronistas, bolivarianos, populistas, secesionistas o comunistas, o en última instancia se disfracen de socialdemócratas, se han equivocado de sociedad y se han confundido respecto a la capacidad del pueblo español para detectar las mentiras”

“Ni hay ensoñaciones ni el miedo va a cambiar de bando, porque la España callada, que sufre y trabaja, hace tiempo que olvidó los bandos, por mucho que estos nuevos brujos de la política se empeñen en resucitarlos”

“Apelar a la democracia directa, como se ha hecho en el Reino Unido de Gran Bretaña, es enfrentar la democracia parlamentaria con el populismo, en nombre del cual se han cometido los mayores desafueros de la Historia


Pues resulta que los españoles parece que no querían "cambio"; más bien estaban inclinados a reivindicar "reformas". Lejos de sustituir una cosa por otra, es decir abandonar la situación presente para tomar otra diferente que los "progres" vendían como exigencia del cambio, la gente, que no es tan tonta como algunos pretendían, ha optado por mejorar algo mediante modificaciones concretas, que en eso consiste la reforma.

En parte porque la ciudadanía se ha percatado, con eso de los ayuntamientos del cambio, que para sus profetas el cambio ha terminado siendo tan solo un cambalache donde se han ubicado sus novias, compañeros, parientes y demás especímenes, y en parte porque el "Brexit" del Reino Unido ha acreditado lo pernicioso que es dejar al albur de la demagogia, el egoísmo y el populismo el futuro de los pueblos, los españoles han interiorizado que es la vía de las reformas no traumáticas la mejor fórmula para el progreso de la sociedad, circunstancia, además, que es la que ha prevalecido en nuestro país desde la Constitución de 1978.

El 26-J hizo pensar a una mayoría notable de ciudadanos que el riesgo del cambio podría convertirse en una pesadilla con un despertar amargo, por lo que se han inclinado por poner su esperanza en el sueño de mejorar lo que hay, que, aunque exige reformas, no es tan malo como la España pobre, hambrienta, desahuciada, miserable y esquilmada que pintaban los agoreros.

Todo indica que los españoles se han dado cuenta a tiempo de quienes son los que representan una amenaza para la convivencia, el mayor valor de los logros conseguidos por la Transición democrática. Y ha triunfado la moderación, la concordia, el equilibrio y la mesura. Los "salvapatrias", se vistan de peronistas, bolivarianos, populistas, secesionistas o comunistas, o en última instancia se disfracen de socialdemócratas, se han equivocado de sociedad y se han confundido respecto a la capacidad del pueblo español para detectar las mentiras. Y ha vuelto, por ello, el ceño fruncido al rostro de Iglesias y los suyos que confundieron sus pretensiones totalitarias con la sonrisa de un país.

En tiempos de incertidumbre, y el "Brexit" ayudó a entenderlo, Rajoy fue visto como el mejor valladar ante el populismo porque la inquietud que provoca el vértigo nos lleva a apoyarnos en personas y organizaciones solventes, expertas y con solera. Lo contrario es mirar al precipicio añadiendo al vértigo la pesadilla. Un análisis inteligente de la realidad ha llevado a la sociedad española a alejarse de la desazón del populismo incierto y camaleónico, así como de la vulgaridad y el atraso al que lo hubiera condenado.

La política, la gran política, es algo más que el postureo mediático y la inundación de paisajes virtuales en las redes sociales, especialidad para la que los profesores ayudantes podemitas, incapaz ninguno de opositar a cátedra, son expertos maestros. Ni hay ensoñaciones ni el miedo va a cambiar de bando, porque la España callada, que sufre y trabaja, hace tiempo que olvidó los bandos, por mucho que estos nuevos brujos de la política se empeñen en resucitarlos.

España es un país más maduro y sensato de lo que se pretendía transmitir. Y ha apostado por un gobierno de diálogo, que dé estabilidad y promueva las reformas institucionales que la sociedad demanda, especialmente en materia de educación, sanidad, pensiones, relaciones exteriores y de índole constitucional como lo referente al poder judicial y a la estructura territorial del Estado. Todo ello exige responsabilidad, experiencia, compromiso y diálogo entre los partidos llamados constitucionalistas que, de no hacerlo, provocarán una enorme crisis política de imprevisibles consecuencias.

Para quienes creemos en la importancia de nuestra Constitución, cuya reforma exige capacidad política de altura, es reconfortante que el PSOE siga siendo el referente de la izquierda democrática española. Si un partido socialista en la oposición a UCD supo pactar con ésta nuestra Carta Magna, no se entendería que un PSOE en la oposición al PP no fuera capaz, junto a Ciudadanos, de reformarla en los aspectos que mejoren nuestro sistema político de convivencia.

Apelar a la democracia directa, como se ha hecho en el Reino Unido de Gran Bretaña, es enfrentar la democracia parlamentaria con el populismo, en nombre del cual se han cometido los mayores desafueros de la Historia, provocando el atraso, la fractura social, la incertidumbre política y la degradación económica. Apelar a referéndums secesionistas como pretenden los podemitas y sus marcas de confluencia, es romper la soberanía nacional y abrir una espita de consultas interminables que dejarían en mantilla a los reinos de taifas.

Los españoles han dado su confianza mayoritaria a Mariano Rajoy, ese hombre de tan poco carisma como de ejemplar serenidad y templanza, valores ambos de especial importancia en estos tiempos veleidosos. Bien que el PSOE no acepte una gran coalición, para salvaguardar su papel de líder de la oposición, pero debe interpretar correctamente el veredicto de las urnas, dejando gobernar al PP, solo o en coalición con Ciudadanos, exigiendo a cambio de su abstención algunas reformas institucionales.

Los españoles agradecerían a sus políticos la altura de miras que el momento exige. Porque es mucho lo que nos jugamos para el progreso social y el avance económico, y las generaciones futuras no perdonarían que sus representantes hubieran tirado por la borda, por intereses sectarios y mezquinos, las posibilidades de mejora que la actualidad ofrece.

Mejor es participar del sueño de la recuperación con los adversarios políticos, buscando desde la moderación puntos de encuentro, que entregarse a la pesadilla de la confrontación estéril y bastarda para desembocar en la fractura social y el precipicio económico.


1 comentario:

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