domingo, 19 de junio de 2016

¡Que trabaje Ruton!


Artículo de Luis Marín Sicilia


Aspirar a alcanzar el poder vendiendo demagogia es algo tan antiguo como la ambición humana, ese impulso ardiente que lanza a los hombres en búsqueda de riqueza, fama, poder o dignidades. Los nuevos políticos que ambicionan el poder resultan ser tan antiguos que no salen de sus obsesivas propuestas de jugosos beneficios para los más necesitados, loable intención que ennoblece al hombre. Y para ello hablan de mínimos vitales, rentas de inserción, rentas garantizadas y otras denominaciones igualmente atractivas.

La última propuesta de "renta garantizada" que ese genio de la economía, el podemita  Nacho Álvarez, presentó en el Círculo de Bellas Artes, hablaba de una renta que beneficiaría a 7.800.000 ciudadanos (el 16,5 % de la población española) con un coste, razonable según él, de 15.000 millones de euros que suponen el 1,5 % del PIB. Se garantizarían 600 euros y se establecería un complemento salarial para los que ganaran menos de 900 euros, hasta alcanzar esta cifra.

Como se trata de ver quién puja más en la subasta de los votos, Pedro Sánchez no quiso quedarse descolgado y habló de un "ingreso mínimo vital", olvidando todos que las autonomías tienen establecidas ayudas para las familias realmente necesitadas y desconociéndose si las propuestas verbenero-electorales son o no complementarias de aquellas.

A todo ello añadamos que los benefactores de la nueva política, a costa de nuestros bolsillos, pujan por ofrecer gratuitamente a quien, según ellos, necesite los servicios de luz, agua, calefacción, gas y demás suministros básicos. La última propuesta del ínclito Nacho Álvarez, formulada esta semana, consiste en que las multas sean proporcionales a la capacidad económica del infractor. A partir de ahí, el campo está abonado para que el IBI, el impuesto sobre el alcohol, el de hidrocarburos y un largo etcétera se fije en función de la renta de quien compre una casa, beba cerveza o llene el depósito del coche.

Quizá sea llegado el momento de poner a estos demagogos en su sitio, empezando por esa mentira de que aspiran a parecerse a los países nórdicos en su búsqueda del Estado de bienestar. Pretenden ocultar que, precisamente para salvar dicho bienestar, fueron tales países los primeros en limitar los excesos igualitaristas, introduciendo los copagos, la capitalización parcial de las pensiones y otras medidas liberalizadoras de la economía, evitando así la quiebra del sistema.

El nivel liberalizador de Noruega, Suecia y Dinamarca ha llevado a que los funcionarios no tengan puesto vitalicio, se han privatizado telecomunicaciones y electricidad, no hay fijación legal del salario mínimo, el despido es libre y prácticamente gratis en Dinamarca, los impuestos se han bajado notablemente y se ha reducido el IVA, se garantiza la libertad educativa mediante el cheque escolar, el copago sanitario está generalizado, el parado que no acepta un puesto de trabajo pierde el subsidio de desempleo... y así un largo etcétera. Y sin embargo, es justo en esos países donde mejor funcionan las prestaciones sociales, porque son prácticamente imposibles las conductas pícaras.

Si nuestros prohombres de izquierda van a seguir por la vía del "todo gratis" van a acabar con la gallina de los huevos de oro provocando el hartazgo de quienes, con sus impuestos, sostienen el tinglado. Y que se dejen del cuento de que será a los ricos a quienes se les subirán los impuestos, porque todos sabemos que, para estos pretenciosos iluminados, son ricos los que ganan más que ellos. 

Recuerdo que terminando la autarquía franquista, con el despertar de la sociedad de consumo, allá por los años sesenta del siglo pasado, la empresa de electrodomésticos Askar lanzó un anuncio de su marca Ruton que hizo furor. Con el electrodoméstico Ruton no había que lavar, ni enfriar, ni encerar, ni limpiar, ni planchar,... Todo lo hacía el artilugio y, lógicamente, se popularizó el eslogan publicitario "¡Que trabaje Ruton!"

Cuando se brea a los que trabajan, para acopiar fondos destinados a los que no lo hacen, se activa una dinámica perversa si no se pondera adecuadamente la complejidad del proceso. La ausencia de estímulos provoca la ruina de las sociedades. Así ocurría en los países del Este europeo antes de la caída del muro de Berlín, como pude comprobar en 1984 cuando, invitado por la Fundación Friedrich Naumann, aprecié "in situ" las diferencias con la zona occidental donde se popularizó el comentario de que los trabajadores de la zona comunista "lo primero que hacían al salir de la fábrica era sacarse las manos de los bolsillos".

No cabe duda de que la progresiva robotización de la actividad económica va a mermar las oportunidades laborales, por lo que la cohesión y el orden social exigirá atenciones sociales para los más desfavorecidos poniendo en marcha políticas solidarias profundas y eficaces, pero sin que ello suponga una carga excesiva para los que, con su trabajo y esfuerzo, posibilitan tales ayudas.

Si la presión fiscal y las cargas sociales resultan asfixiantes para quienes trabajan, el resultado será el de la indolencia. "¡Que trabaje Ruton!" dirán los afectados, porque a ellos no les trae cuenta hacerlo. Y entonces, los apóstoles del igualitarismo habrán conseguido su objetivo: igualarnos en la miseria, que es donde únicamente se puede ser iguales.


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