viernes, 22 de julio de 2016

No hay mayor demócrata que un islamista (turco)





Artículo de José Antonio Peña


Vaya por delante que Turquía ocupa en el Democracy Index 2015 de la The Economist Intelligence Unit la posición 97ª entre 167 países. Según este Índice, Turquía es un régimen híbrido, sumido además en una deriva que lo conduce inexorablemente hacia un régimen autoritario, pues desde 2011 viene cayendo posiciones, concretamente desde la 88ª. Turquía, que, incómoda en la Primavera Árabe, encontró mejor acomodo en el Otoño-Invierno (Neo)Islamista (que es también fascismo y populismo), sale particularmente mal parada en el apartado de libertades civiles, tan detestadas, antes como primer ministro y ahora como presidente, por Recep Tayyip Erdogan y la caterva islamista del AKP, con un pavoroso 2’94 de 10 -frente al 4’71 de 2011- que significa empatar con Cuba o el Congo en la posición 144ª y estar sólo por delante de Myanmar, Bielorrusia, China, Gambia, Yibuti, Bahréin, Burundi, Sudán, Eritrea, Yemen, Laos, Irán, RDC, Uzbekistán, Tayikistán, Guinea-Bissau, Arabia Saudí, Turkmenistán, Guinea Ecuatorial, República Centroafricana, Chad, Siria y Corea del Norte (todos ellos, podrá comprobarse, países ejemplares en materia de libertad). Por su parte, el Índice de Libertad Moral de la Fundación para el Avance de la Libertad, que mide una cuestión particularmente relevante en lo que al islamismo respecta -la moral-, sitúa a Turquía por detrás de Cuba y prácticamente en el pelotón de países con insuficiente libertad moral.


Conviene aclarar esta realidad porque, siguiendo muchos medios de comunicación la madrugada del 16 de julio (en la que hasta nuestro 23-F salió a relucir) y declaraciones posteriores de dirigentes políticos, podía el ciudadano medio interiorizar que Erdogan es George Washington y que estaba perpetrándose el golpe en Nueva Zelanda o en Suiza; sin embargo, nada más lejos de la realidad, por relevante que Turquía sea para la OTAN y la UE, y para los corredores energéticos regionales (que ésa es harina de otro costal…). Y es que en nuestro notablemente idiotizado Occidente muchos consideran libertad prácticamente cualquier cosa que no sea el apaleo sistemático de la población por parte del aparato del estado (principal fuente histórica de sufrimiento humano), más aún si han mediado algunas elecciones en las que decidir sobre cualquier aspecto de la vida individual y donde por tanto tienen todos la oportunidad de imponer su criterio al resto. Hasta de democracias contextuales tenemos que escuchar hablar frecuentemente, que ya son ganas de canallería. Los conceptos, ya se sabe, los carga el diablo; y los necios, que son peores que el diablo. Es como si a las mujeres alojadas en casas de acogida que menor maltrato han sufrido las consideramos “mujeres contextualmente respetadas por sus maridos” (en Turquía, por cierto, la calamitosa situación de la mujer la evidencian cifras como los 200 asesinatos por honor de mujeres que según fuentes se perpetran anualmente, mujeres en muchas ocasiones arrojadas al vacío o en numerosos casos inducidas al suicidio, para limpiar la honra familiar).

No podemos cejar en el empeño los liberales y libertarios de hacer entender, por ardua que resulte la tarea, que como siempre todo se reduce en última instancia a una cuestión de libertad individual, y no de procedimientos democrático-electorales (como los que sin duda existen, aunque disminuidos, en Turquía) para imponer posturas vía estatal y aritméticas parlamentarias coyunturales, menos aún bajo la permanente sombra de las Fuerzas Armadas, por más guardianas del laicismo que sean o afirmen ser, o por más que muchos instintivamente empaticen, como en la madrugada del golpe, con cualquiera que se oponga a la élite califal. Ésta, por cierto, pese a haberle visto al lobo las orejas y la cabeza entera, y pese a haber recibido seria advertencia castrense (que como en otros casos quizá quedó en eso por deserciones in extremis), rápidamente anunció limpia y ordenó masivas detenciones de sospechosos de colaboracionismo, entre los cuales muchos están cayendo que nada tuvieron que ver y que pese a ello serán objeto de abusos. La gran limpieza continúa, afirmaba nada menos que el ministro turco de Justicia -palabras muy apropiadas para el ministro del ramo- un día después del golpe, cuando las detenciones se contaban por miles y alcanzaban incluso al entorno presidencial (el 18 de julio superaban los 7.500, y en ascenso). Ya el día posterior al golpe, de hecho, ante la previsible purga y venganza que los islamistas llevarán a cabo, surgieron las primeras reacciones de dirigentes estadounidenses, alemanes y franceses, menos entregados que el día anterior a la causa de un Erdogan que pretende reintroducir la pena de muerte -abolida para postularse a la UE- y que incluso ha sido acusado de perpetrar un autogolpe, y que por su parte se ha revuelto contra Obama a cuenta del papel que Estados Unidos y el clérigo turco Fethullah Gülen -allí exiliado- pudieran haber jugado en él.

La plena separación entre estado y religión, y la laicidad, que además por supuesto no aceptan los islamistas, resultarán en Turquía insuficientes, como se ha evidenciado en todo el mundo, sin -para empezar- una legislación adicional que garantice a cualquier padre la plena libertad educativa de sus hijos (también inusual en un Occidente donde según el Democracy Index hay sólo 20 democracias plenas), incluida la esfera religiosa, sin intromisión del estado turco, ni de los imanes ni del conjunto de la sociedad. Ésta, por difícil que resulte de asumir en Turquía incluso a medio plazo, por lejana que hoy se antoje, es en realidad la única solución. Otra no existe, salvo que prefiramos permanecer en el error de aceptar que todo continúe dirimiéndose vía electoral, y que, por tanto, al ser hoy mayoría los islamistas turcos siguen legitimados para, mediante una masiva e instrumentalizada democracia, imponer al resto su cosmovisión. Precisamente por ello el islamismo turco no cuestiona la democracia (al contrario, a su legitimidad apeló Erdogan en la enloquecida arenga vía FaceTime), y también precisamente por ello se resiste a la separación entre estado y religión (más aún a la plena libertad educativa para los padres). ¿Cómo si no podría continuar imponiendo el Islam?
  

(“El Herald Post”, julio de 2016)


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