viernes, 29 de julio de 2016

¿Para cuándo la negociación con el Daesh?

Artículo de José Antonio Peña

Sí; escuchando con estupefacción, casi en directo, las noticias sobre la mortal carrera del tráiler en la bella Niza, me pregunté cuándo habríamos de sentarnos ya en la mesa negociadora con el Daesh, al socaire de negociaciones como las perpetradas con ETA o las FARC -éstas poseen incluso Web, para ensalzar a Tirofijo– y que tan positivas y decentes consideran muchos. En cambio otros las consideramos inmorales, y además la base de futuras organizaciones y acciones terroristas, toda vez que generan en ellas esperanzas de éxito, siquiera parcial. Dejando a un lado las eventuales conexiones y entramados entre algunas organizaciones terroristas y determinados aparatos estatales, que han hecho correr ríos de tinta tampoco desmentidos precisamente por las persistentes negociaciones y enredos entre unas y otros (a ver quién explica de una vez qué es el Daesh, qué pretende, y quién lo apoya), lo cierto y verdad es que en muchos casos los estados mantienen hacia el fenómeno terrorista un comportamiento variable, irresponsable, desconcertante y hasta sospechoso, que permite a los terroristas albergar esperanzas de consecución de sus fines, o al menos de ser finalmente amnistiados u obtener trato favorable, en lugar de transmitirles que su probabilidad de éxito es igual a cero y que jamás serán objeto de excepción alguna (lo que no significa que determinadas demandas de los terroristas -demandas, no acciones violentas- puedan ser legítimas).

Sin ir más lejos, en España, casi 60 años después del surgimiento de una ETA autora de crímenes que podrían perfectamente ser considerados de lesa humanidad (existe una batalla judicial en curso), parece que tras múltiples negociaciones offshore finalmente la organización terrorista ha decidido replegarse (sin disolverse) después de un proceso negociador absolutamente opaco rumiado en las cañerías estatales. La inmoralidad, y el error cara a futuro, son sublimes. En primer lugar, desde el momento en que el estado establece algún tipo de negociación con una organización terrorista, está ya directa o indirectamente concediéndole el rol de interlocutor válido y ascendiendo a los terroristas desde el estatus de meros delincuentes al de actores políticos. En segundo lugar, en la medida en que el estado, por contra, no negocia con violadores, maltratadores o ladrones de chalets -ni con perturbados como el de Múnich-, está reconociendo aunque sea implícitamente que la demanda terrorista es digna de ser introducida en la agenda política, y también implícitamente que ha sido introducida bajo presión y que por ende requiere un abordaje singular y soluciones singulares, con ulteriores consecuencias también singulares para los terroristas, lo que subsiguientemente convierte en incómoda la existencia misma de sus víctimas, que es ya cuando la miseria moral alcanza su máximo grado.

En España, la larga y penosa lucha contra ETA que llevaron sobre sus hombros miles de guardias civiles y policías -que se jugaron la vida, perdiéndola muchas veces- la enturbió el estado al contravenir su propio ordenamiento jurídico mediante una guerra sucia inmoral e ilegal que acabó con la vida de varias decenas de personas (además de ser un fatal error estratégico) y al negociar repetidamente con etarras, hablando de mano dura unas veces y de mano blanda otras, sin asumir que la cuestión no va de manos, ni duras ni blandas, sino de cumplimiento de la ley, sin más, ni con durezas ni con blanduras. El contenido de la última negociación seguramente no lo conoceremos en profundidad en décadas, pero en cualquier caso no podemos dejar de interpelar al estado sobre qué ha dialogado con una banda terrorista que tiene a sus espaldas 858 asesinatos consumados y más de 10.000 en grado de tentativa, y miles de heridos, extorsionados, perseguidos, secuestrados, torturados y obligados a abandonar Euskadi (cifras ampliamente superadas por otras, como las propias FARC). Los liberales y libertarios defendemos el impecable cumplimiento de las leyes -que deben ser pocas y nítidas- y la igualdad ante ellas, plenamente conscientes de que la seguridad completa no existe y de que la civilización no inmuniza completamente frente a un terror ante el cual las cesiones y concesiones son inmorales -y además no funcionan-, más aún si sus beneficiarios son terroristas que han desposeído a otros de su cuerpo -de su vida-, aquello que según el formidable Rothbard es lo primero que cada individuo posee.

Nos reencontraremos en septiembre.


(“El Herald Post”, julio de 2016)


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