sábado, 6 de agosto de 2016

Democracia como animal de compañía


Artículo de Manu Ramos


Están todos los tertulianos con los nervios por los suelos. Desde las más altas cotas del periodismo del régimen claman al cielo por un gobierno. Dicen que esto no pasaría en una “democracia avanzada”. Sin embargo, estando en frente del abismo, “avanzar” tiene como consecuencia precipitarse en él. Nunca he sabido a qué se refieren los que hablan de avanzar, ¿hacia dónde? Parece que he llegado tarde y ya se ha dicho hacia dónde “avanzamos”.

El eterno dilema de los apellidos de la democracia sigue siendo un asunto a tener en cuenta porque el terreno de los adjetivos calificativos es un ámbito de poder en el lenguaje que siempre está en liza. Al poner esos dichosos apellidos a un concepto tan estudiado y conocido en la ciencia política como la democracia sólo se demuestra un interés en volver a establecer las reglas de juego de forma que beneficien al nuevo Adán que pone nombre a las cosas por primera vez en su vida. Hay grandes descubridores del Mediterráneo en el siglo XXI. 

Democracia joven 

El que pone adjetivos, al retratar lo que ve, muchas veces proyecta el negativo de lo que piensa. Me explico: al denominar a la democracia “joven” o “vieja” se está incurriendo en una prosopopeya política, es decir, se le está otorgando características humanas a unas reglas, un sistema. Uno, como ser humano, tiende a humanizarlo todo y a la democracia, que es un simple régimen de poder, se le intenta imponer características humanas como la de envejecer. Con Franco se llegó a denominar “democracia orgánica” pues se basaba en lo que consideraban los tres pilares naturales de la vida: familia (donde se nace), municipio (donde se vive) y sindicato (donde se trabaja). Al final, como en todos los totalitarismos, el que impone características humanas a la democracia lo que intenta es imponer su ideal de vida, su ideología. Como hacen nuestros padres cuando somos menores: cómo tenemos que comer, vestir, leer, etc. Pero la sociedad es una unión de seres libres y no de infantes ¿no es así? 

Más o menos democracia 

Otra forma de desdibujar el concepto es graduándolo. Como si con una válvula pudiéramos añadir al ambiente más cantidad o menos. Pensemos, para aclarar la referencia metafórica de la democracia, que se trata de las reglas de ajedrez. Cuando en el siglo XVIII se comprendió que el poder sólo puede ser frenado por otro poder, se ideó un sistema que enfrentaba a los poderes para eliminar el poder total. Basada en ese descubrimiento, la democracia tiene una serie de reglas básicas y muy sencillas que tienen que respetarse: el poder de la nación es legislar y el del estado es el de hacer que las leyes se cumplan. El poder judicial casi no es poder porque sólo debe dictar sentencia de forma independiente, eso sí. Para que este sencillo sistema funcione es necesario que existan representantes de la nación y del estado. Ya están las reglas y las piezas de ajedrez puestas en el tablero.

Ahora bien, ¿cómo podemos decir que en una partida hay más o menos ajedrez? O se juega al ajedrez o se juega a otra cosa. Y un chico de 13 años puede jugar con una mujer de 56 años incluso sin hablar el mismo idioma. Y no hace falta árbitros pues las reglas son constitutivas del juego. Es decir, si no se respetan las reglas no existe el juego. Lo mismo ocurre con la democracia. Si no se respetan los principios básicos (separación de poderes y representación) se pueden poner todos los calificativos que se quiera pero ya no es democracia. De hecho, cuando alguien intenta poner adjetivos calificativos es precisamente porque quiere disfrazar la inexistencia de la misma. 

Democracia homologable

Uno de los complejos más habituales de los españoles (y de los países muy sometidos a la hegemonía cultural dominante) es la de necesitar que desde el extranjero se le de aprobación. En los primeros gobiernos de Felipe González era patente la necesidad de “homologarse” con Europa. Lo que se apuntaba en los informes de adaptación a la Comunidad Económica Europea como una equiparación económica para poder competir en un mercado común pasó a ser un objetivo político. No se sabía hacia dónde, hoy día tampoco lo sabemos. La Unión Europea está fracasando en el plano político. Pero Felipe González repetía una y otra vez que debíamos tener una “democracia homologable” ¿por quién? Lo duro fue la respuesta a la pregunta “¿a cambio de qué?”, pero eso es otra historia.

No es necesario que venga un organismo certificador de democracias. No hay que “homologar” la democracia pues no es algo complicado de entender. Sólo los trileros de la política como el socialdemócrata González pueden complicar con su léxico endiablado lo que cualquier persona puede entender. Además, como en España no hubo un periodo de libertad constituyente y, por tanto, no pudimos decidir si queríamos monarquía o república, partidocracia o democracia, los gobiernos posteriores se encargaron que desde fuera le pusieran el sello de “democracia homologada” a el engendro que teníamos aquí. Menudos calificadores: los derrotados tras la II Guerra Mundial. 

Democracia real (ya)

Cuán lejos parece ya el grito del 15M. Ya no vemos grandes manifestaciones como las de aquél 2011. Por entonces se hablaba de “democracia real”. Después de mucha confusión parece que a lo que se referían con “real” es a “participativa”. Eso ya es algo que sí existe, o existió como forma de gobierno. Por diferenciar los dos únicos conceptos que sí tienen una base política e histórica, encontramos en el siglo V a.C.  la democracia ateniense, la participativa, y en el siglo XVIII la democracia representativa, la que descubrieron los padres de la patria de EEUU.

Tras las tiranías e inestabilidades que provocaron las ciudades-estado de la democracia griega en la Antigüedad, cualquiera que conociera el pasado tenía bastante rechazo a esa forma de gobierno. Pero con la idea de la libertad política y la separación de poderes, los norteamericanos incluyeron la base representativa para configurar un sistema que, hasta ahora y como suele decirse, es el menos malo. Por lo tanto sólo existen en realidad dos formas de calificar de forma descriptiva y conceptual a la democracia: participativa/asamblearia o representativa.

Ambas son compatibles pues se pueden emplear en decisiones colectivas de diferentes ámbitos. Es lógico realizar una asamblea entre vecinos, cuando se trata de un número reducido, e imposible llevar a cabo este sistema en el gobierno de un estado. Pero aquí sí nos referimos a la estructura misma de la relación de poder. No se entra en el ámbito ideológico.

Por tanto y resumiendo, las reglas están claras y el que se empeña en decir que el pulpo es un animal de compañía es porque es el dueño del Scattergories y se quiere adueñar también de las palabras.



http://www.eldemocrataliberal.com/search/label/Manuel%20Ramos

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