miércoles, 17 de agosto de 2016

El debate que viene



Artículo de Luis Marín Sicilia



Los modelos nórdicos fueron los primeros en conseguir, con políticas igualitaristas, eso que se ha llamado Estado de bienestar. Lo que ya no se dice con tanta claridad es que fueron, precisamente esos países, los primeros en imponer medidas y recortes para hacer posible su permanencia ante los riesgos y abusos que el ‘todo gratis’ estaba generando”

En términos ideológicos, se acredita una vez más que la única doctrina que se confronte con posibilidades de éxito al socialismo es el liberalismo, surgido en España y, paradójicamente, de tan poca influencia en nuestra sociedad”

Las dos grandes ideologías que desde la moderación han construido la sociedad moderna de progreso, deben asumir el reto que se avecina lejos de dogmatismos que solo conducen a la frustración del socialismo real o al abuso del liberalismo salvaje


Hay debates que se ven venir, porque la sociedad, en un momento dado, va a tener que pronunciarse cuando intuya que de su resolución correcta depende su futuro. Es lo que ocurrió cuando, saliendo de una dictadura, los que entonces contábamos entre 30 y 50 años tuvimos que buscar fórmulas suficientemente amplias que, buscando el equilibrio entre seguridad y libertad, dotaran a nuestro país de los instrumentos necesarios para articular paisajes de progreso y bienestar. Los frutos de aquel debate, con sus defectos y sus virtudes, están ahí y nadie puede negar el enorme salto cualitativo producido en España desde 1978 hasta nuestros días. Basta para ello visitar, sin prejuicios ideológicos, las hemerotecas de la época.

Las generaciones que ahora están también entre los 30/50 años son las que tienen que afrontar el futuro de sus hijos, puliendo y mejorando los defectos indudables que el sistema que pusimos en marcha quienes protagonizamos la Transición, están manifestándose. No es suficiente con señalar tales defectos; es necesario señalar el procedimiento para reformarlos, el cómo y el cuando, y ese es el desafío que deben afrontar las nuevas generaciones.

En términos de estricta política es indudable que debe limitarse el enorme poder de los partidos, convertidos en entes burocráticos de estructura profundamente piramidal, lo que está provocando el desencanto de quienes identifican democracia con representatividad. Para profundizar en tal principio deberían acometerse reformas de calado, con grandes exigencias a las clases populares, valorando incluso la conveniencia o no de cambiar el régimen constitucional de la proporcionalidad por un sistema de mayorías por distritos electorales, al modo de los países anglosajones, o por el contrario establecer mecanismos que garanticen la gobernabilidad en torno al partido más votado.

Pero más trascendente, en mi opinión, serán otras cuestiones de indudable interés social que van a ocupar el centro de muchos debates. Mientras mi generación, por exigencias del momento político, hubo de centrarse en cuestiones como el equilibrio entre el binomio libertad-seguridad, alumbrando la Constitución de la Concordia, los tiempos actuales van a demandar de la sociedad y de sus clases dirigentes las fórmulas adecuadas para afrontar el debido equilibrio entre igualitarismo y excelencia.

Los modelos nórdicos, encabezados por Suecia, fueron los primeros en conseguir, con políticas igualitaristas, eso que se ha llamado Estado de bienestar. Lo que ya no se dice con tanta claridad es que fueron, precisamente esos países, los primeros en imponer medidas y recortes para hacer posible su permanencia ante los riesgos y abusos que el "todo gratis" estaba generando.

Aceptado universalmente en Europa el derecho de todos a la educación, la sanidad y la jubilación, el gran debate que resultará insoslayable es si el mantenimiento de tales principios resultará posible con más medidas igualitaristas o si acaso no es llegado el momento de poner en marcha medidas que premien la excelencia, el esfuerzo, el mérito y el conocimiento. Simplificando podríamos decir que se trataría de optar entre seleccionar a los más inteligentes a costa del resto, o si es preferible eliminar las diferencias perjudicando a quienes podrían destacar.

La grandeza de la democracia reside en que tiene el mismo valor el voto de un premio Nobel que el de un analfabeto, y quizá sea este, como decía Churchill, uno de sus defectos. Pero lo que ahora me interesa destacar es que ese principio democrático no puede llevarnos al absurdo de incorporarlo, sin más, al ámbito social y a la debida correlación entre mérito y esfuerzo con su correspondiente compensación.

Resulta absurda esa tendencia, a veces preñada de envidia, con la que se comentan los honorarios y las ganancias, en términos económicos, de los distintos personajes de nuestro entorno social. Y resulta, además de absurdo, sorprendente, lo fácilmente que se aceptan las desorbitadas ganancias de los famosos, sean deportistas, artistas o tertulianos, mientras producen farisaicos gestos de escándalo lo que puedan ganar determinados científicos, intelectuales, empresarios o profesionales cuya aportación al bienestar y mejora social rebasa con creces al que puedan realizar esos "genios" surgidos a veces de la telebasura.

Ante el empeño de algunos en profundizar en el igualitarismo, tan querido por el neocomunismo populista de Iglesias y los suyos, e ignorando si Pedro Sánchez y sus mariachis lo secundarían, hay que aceptar, nos guste o no, los términos del debate confrontando esa vocación adormecedora con los principios del esfuerzo y la responsabilidad que, por desgracia, hoy no están de moda en España. En términos ideológicos, se acredita una vez más que la única doctrina que se confronte con posibilidades de éxito al socialismo es el liberalismo, surgido en España y, paradójicamente, de tan poca influencia en nuestra sociedad.

El profesor y economista de Maryland (EEUU) William L. Anderson recuerda que  "a cambio de atención médica gratuita, beneficios sociales, jornada laboral reducida y subsidios para casi todo", los europeos pagan altísimos impuestos lo que está provocando el empobrecimiento relativo, pronosticando que, de no rectificar, los europeos van a aprender por el camino más duro y "matarán la gallina de los huevos de oro".

En Gran Bretaña, viendo la dureza que nos espera si seguimos por la senda igualitarista, donde nadie vería premiado su esfuerzo, ni por ende generaría riqueza, la nueva primer ministro Theresa May va a recuperar las escuelas "grammar school", centros estatales de secundaria, en los que solo podían estudiar los alumnos más brillantes y esforzados, seleccionados por unas pruebas de acceso a los once años. En su afán igualitarista Tony el laborista Blair las prohibió en 1998 y ahora la “premier” May, de extracción familiar modesta, y que estudió en una de esas escuelas, considera que, gracias a ellas, los de baja extracción social tienen las mismas posibilidades que los de alta cuna, de ahí el empeño en su recuperación.

El imperio de la medianía ha sido siempre una pretensión de los totalitarismos de todo signo, como fórmula para el sometimiento de las masas. Ya seiscientos años antes de Cristo, como recordaba la semana pasada en este diario José Luis Roldán, en Efeso se expulsaba a los que sobresalían, para no soliviantar la gobernanza de los mediocres.

Desde la óptica liberal, es este el gran reto objeto del debate que viene: frente a la "progresista" idea de igualar a todo el mundo en la medianía, hay que premiar a quienes aspiran a más con su inteligencia y su esfuerzo. De acertar en los términos del debate depende el futuro de la nación, y con él, el de todos nosotros.

Las dos grandes ideologías, liberalismo y socialismo, que desde la moderación han construido la sociedad moderna de progreso, deben asumir el reto que se avecina lejos de dogmatismos que solo conducen a la frustración del "socialismo real" o al abuso del "liberalismo salvaje" y, desenvolviéndose en el espacio moderado del centro sociológico, encontrar el equilibrio correcto entre igualdad y excelencia que garantice la supervivencia del Estado de bienestar.


CODA.- Hoy debe producirse el acercamiento del PP a las peticiones regeneradoras de C's que pongan en marcha el proceso hacia la investidura. Si Pedro Sánchez sigue enquistado en su estrategia de supervivencia personal, lejos del papel que debe corresponder al líder de un partido de gobierno, además de poner en riesgo de fractura a su propio partido, puede ocurrirle como a aquellos que no solo perdieron la guerra que querían eludir sino que, a mayor abundamiento, se quedaron sin honra.



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