miércoles, 24 de agosto de 2016

Ubi periculum


Artículo de Luis Marín Sicilia



Parece que la única obsesión de Sánchez es amargar y enfangar la investidura del actual presidente en funciones, como si con su obstinación y su empecinamiento, con ese encapricharse conque Rajoy pruebe la cicuta del fracaso, pretendiera dejar de ser el único político que, por su atrevimiento infundado, no consiguiera ser investido”

“Si el 2 de septiembre la investidura resulta fallida habría que imponer a la clase política una especie de ‘Ubi periculum’, aquella constitución que hace 742 años impuso el papa Gregorio X, ante la falta de acuerdo de los cardenales durante más de dos años para su elección”

No extrañe que la ciudadanía pueda exigir que los 350 diputados del Congreso no abandonen la sede de la Carrera de San Jerónimo a partir del fallido día 2 -si se produjera- hasta que elijan Presidente del Gobierno. ¡Y a dieta de pan y agua, es decir, sin cobrar un solo euro si no consiguen su objetivo!”


El 20 de julio último, casi un mes después de las últimas elecciones, en mi habitual artículo semanal en este diario, hacía hincapié en que la responsabilidad de los partidos implicados en la investidura era que la misma "reporte los mayores beneficios a la sociedad", añadiendo que, a cambio de medidas concretas, C's y PSOE, como parte final de la negociación para dicha investidura, deberían abstenerse los socialistas y apoyarla los de  Ciudadanos, ya que "difícilmente el PSOE impediría la gobernabilidad ante el apoyo de 170 diputados".

¿Estaba acertado en mi veredicto o, por contra, mi sueño de vivir en una democracia madura se verá frustrado por unos políticos sectarios, empeñados en anteponer sus intereses de partido a los generales del país? La respuesta a tal incógnita la conoceremos en breve, pero en este momento no resulta muy halagüeña ya que, si bien C's ha entendido perfectamente su papel reformista, negociando en estos momentos aspectos programáticos con el PP, Pedro Sánchez mantiene una actitud cerril de bloqueo que solo puede deberse a su afán personal de subsistencia partidaria, simplificando su acción política en torno a una fobia inclemente contra Rajoy.

Parece que la única obsesión de Sánchez es amargar y enfangar la investidura del actual presidente en funciones, como si con su obstinación y su empecinamiento, con ese encapricharse conque Rajoy pruebe la cicuta del fracaso, pretendiera dejar de ser el único político que, por su atrevimiento infundado, no consiguiera ser investido. Con razón el filósofo Gomá ha dicho que la vulgaridad en España está resultando insoportable.

Cualquier político con sentido de Estado sabe que la toma de decisiones es difícil cuando se busca el interés general, y ello requiere actitud pedagógica para hacerlas comprensibles a los ciudadanos. De tal virtud carece Pedro Sánchez, tan solo interesado en el proselitismo ideológico-partidario, lo que le está alejando de sus compañeros con experiencia de gobierno que, cada vez en mayor número y calidad, le están aconsejando el abandono de su pertinaz postura negativa. De seguir obsesionado con agradar a la militancia de su partido, olvidando lo que está en juego para el conjunto de los españoles, es posible que aquellos le aplaudan pero será muy probable que los ciudadanos le vuelvan la espalda. Llenará las plazas de sus fieles partidarios, pero vaciará las urnas de papeletas socialistas.

Una sociedad desencantada por la extensión de la corrupción, donde el mérito y la competencia han sido sustituidos por la mediocridad y la incompetencia, asiste esperanzada a la firma de principios regeneradores suscrita por PP y C's, aunque sabemos que la corrupción anida en la condición humana, tal como Honoré de Balzac concluía, a través del pícaro Vautrin de su novela "Papá Goriot": "la corrupción está en todas partes, se reproduce, es el arma de la mediocridad, nunca retrocede".

Ante el carácter innato de la corrupción las reformas del pacto deben dirigirse al reforzamiento de las instituciones y a la independencia de las mismas, ya que la corrupción más grave se produce cuando los políticos se crean espacios de poder y de impunidad, lo cual solo se combate con dos cosas: unas reglas claras y estrictas que protejan los derechos ciudadanos y unas instituciones independientes que garanticen que esas reglas se aplican. Ambas cosas han fallado en España y esa ha sido la causa última de la corrupción. Por ello, hay que sacar a los partidos políticos de las instituciones que garantizan las reglas: Comisiones de Telecomunicaciones, del Mercado de Valores, de la Energía, del Consejo General del Poder Judicial, del Tribunal de Cuentas y del Tribunal Supremo y de los Superiores de las autonomías, entre otras, las cuales no funcionan correctamente o están bloqueadas por la intromisión de los partidos.

Lo más trascendental ante la investidura es que la mayor parte de las reformas propuestas necesitan el consenso del PSOE, por lo que resulta insólita la postura del "rey del NO", cuando Sánchez podría exigir determinadas medidas en beneficio de todos a cambio de su abstención. Esta postura responsable parece no casar con quien, lejos de buscar puntos de encuentro, se solaza plácidamente en las playas de Mojacar, Vera o Ibiza, llegando al extremo de anunciar un "no" a unos presupuestos aún no elaborados que, en todo caso, si no se presentan antes del 15 de Octubre en Bruselas, costarán a los españoles 6.100 millones de euros.

Por todo ello, si el 2 de septiembre la investidura resulta fallida habría que imponer a la clase política una especie de "Ubi periculum", aquella constitución que hace 742 años impuso el papa Gregorio X, ante la falta de acuerdo de los cardenales durante más de dos años para su elección. Las gentes de la localidad de Viterbo, en el Lazio italiano, donde se celebraba el cónclave, se impacientaron y para obligarles a una pronta decisión, encerraron a los cardenales en el palacio donde se hallaban, le quitaron la techumbre y redujeron su régimen a pan y agua. A los treinta y cuatro meses de la vacante fue proclamado papa Teobaldo Visconti, con el nombre de Gregorio X.

Visconti, para impedir que se volvieran a repetir los cónclaves interminables, publicó la citada constitución "Ubi periculum" (traducido literalmente: “en caso de peligro”) por la que, al morir un papa, los cardenales, en un plazo máximo de diez días, se encerrarían con doble llave, se les pasaría la comida por la ventana, reduciendo su dieta progresivamente a una sola comida de día y otra de noche, sin más ingredientes, a partir del octavo día, que pan, vino y agua. Aprendida la lección, su sucesor, el cardenal francés Pierre de Tarentaise, fue elegido papa el primer día de escrutinio con el nombre de Inocencio V.

Copiar de una institución tan secular y sabia como la Iglesia siempre ha sido una buena medida para subsistir. Por ello, no extrañe que la ciudadanía, harta como los habitantes de Viterbo, pueda exigir que los 350 diputados del Congreso no abandonen la sede de la Carrera de San Jerónimo a partir del fallido día 2 -si se produjera- hasta que elijan Presidente del Gobierno. ¡Y a dieta de pan y agua, es decir, sin cobrar un solo euro si no consiguen su objetivo!

Esta "Ubi periculum" política sería la venganza de los ciudadanos, hartos de que los partidos se rían de ellos, llamándolos a las urnas mientras ellos se pavonean de sus impresentables postureos sectarios e improductivos.




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