miércoles, 28 de septiembre de 2016

Cuestión de supervivencia

Artículo de Luis Marín Sicilia

“Sánchez ha lanzado un reto de enorme envergadura a quienes saben de política, con mayúsculas, en su partido, y estos ya no pueden dejar de sentirse concernidos”

“En el fondo de la cuestión chocan dos concepciones de la política”

“La única contraprestación ventajosa para Sánchez es que ostentaría un buen cargo en Podemos donde, como hizo Garzón, desembarcaría”



Los acontecimientos en el PSOE se suceden a una rapidez tal que cuesta lo indecible hacer análisis, más o menos objetivos, sobre el resultado final de la confrontación que, ya sin ningún tipo de recatos, han emprendido los distintos sectores del partido. Ello no obstante si es posible atisbar, cada vez con más certeza, la razón ultima que inspira a cada uno de ellos.
Sin duda, por muchos requiebros que quiera dar el ínclito Pedro Sánchez, el oficialismo actual solamente pretende salvar su silla y la de sus adeptos. De no ser así, la actitud del vigente secretario general socialista habría sido mucho más coherente, empezando por esa cantinela del cambio y del progreso, tan pueril y falsa como pretender que un gobierno con populistas, separatistas y radicales de mil colores pueda llamarse progresista y de izquierda, cuando contaría con el apoyo de lo más granado de la burguesía catalana y vasca. Un cóctel de tal naturaleza solo serviría para echar a Rajoy de La Moncloa y, unas semanas después, convertir a Sánchez en expresidente del Gobierno, con una buena paga vitalicia que retribuiría, es un decir, sus "enormes desvelos" como estadista al servicio del interés general de los españoles.

Sánchez ha lanzado un reto de enorme envergadura a quienes saben de política, con mayúsculas, en su partido, y estos ya no pueden dejar de sentirse concernidos. El PSOE tiene pendiente su Congreso, el cual se celebraría, según acuerdo del órgano competente, una vez formado gobierno en España. La alcaldada pretendida por el secretario general de convocar un congreso extraordinario no tiene cobertura estatutaria y, si el PSOE quiere subsistir, no puede pasarla por alto. Ni tampoco puede aceptar ese tufillo bolivariano y populista, consistente en consultar a la militancia algo, como es la línea política, que es competencia del Comité Federal, el cual, en plenitud de funciones, se reúne el próximo sábado.

Y es en ese Comité Federal donde se va a dilucidar un futuro que afecta a la propia existencia del actual partido socialista y, por extensión, a la gobernabilidad venidera de la duodécima potencia económica mundial. Es mucho, por tanto, lo que se juega el sábado en la sede del PSOE, donde un personaje que no ha hecho ninguna aportación de valor en su vida, tanto pública como privada, desafía al partido más antiguo del panorama político nacional, advirtiendo sin recato que, pese a quien pese, y lo pida quien lo pida, por muy competente que sea en la materia, no piensa abandonar la Secretaría General del PSOE.

En el fondo de la cuestión chocan dos concepciones de la política. Una, la de anteponer el interés personal al general, tanto de la propia organización como del país al que se pertenece. Esta es la consecuencia de esa lamentable profesionalización de la política, convertida en una escalada de personajes que no tienen retorno a la actividad privada, porque nunca en ella encontraron empleo. Y otra, una concepción más trascendente del servicio público, lo que explica la enorme preocupación que inunda a las socialistas de viejo cuño y a quienes hoy tienen responsabilidades de gobierno.

La consecuencia del resultado de esa confrontación resulta meridianamente clara: si impone sus tesis Sánchez, el PSOE terminará engullido por Podemos y sus convergencias, consiguiendo Pablo Iglesias haber cazado la pieza más soñada, quedando el viejo partido en la irrelevancia más absoluta. La única contraprestación ventajosa para Sánchez es que ostentaría un buen cargo en Podemos donde, como hizo Garzón, desembarcaría. Si los adversarios de Sánchez le tuercen el pulso, el PSOE entrará en un periodo de reorganización y reestructuración, que haga inviable en el futuro aventurerismos como el que padece últimamente. Pactará los grandes temas de Estado con los constitucionalistas, limitará las veleidades de sus federaciones cuando pongan en duda el concepto de España y propondrá las pertinentes reformas, internas y externas, con la solidez del pensamiento socialdemócrata puesto en riesgo por la deriva populista y "progre" de la actual dirección.

El interés de España requiere formaciones sólidas, fuertes y homologables con los países de nuestro entorno, ajenas a ese batiburrillo de siglas que tanto parece envidiar Pedro Sánchez y que tan solo tiene éxito temporal en países sudamericanos a los que va sumergiendo en el desencanto y la ruina. Por eso, cuando Sánchez juega a Podemos, gana Podemos porque siempre se elige el original y no la copia.

En contra de falsas proclamas de progreso, infladas de simplismos populistas, los españoles, y así lo han reafirmado vascos y gallegos, quieren estabilidad, seguridad, moderación y solvencia intelectual de sus líderes. Las protestas genéricas, las descalificaciones oportunistas y las soluciones mesiánicas están siendo puestas en el invernadero de las conciencias ciudadanas, porque ya se va teniendo la suficiente memoria como para saber con quien se juega cada cual los cuartos, lo fácil que es predicar y lo difícil que resulta dar trigo y, sobre todo, porque ha pasado el tiempo suficiente para irlos conociendo a todos.



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