lunes, 3 de octubre de 2016

Los idus de Pedro


Artículo de Antonio Barreda

Esperaba Susana y su grupo a Pedro en la escalinata de Ferraz para asestarle el golpe definitivo. Ella que siempre aprendió a llegar a los sitios traicionando, dando codazos y cortando cabezas llegó al comité federal para destronar a Pedro. Antes mandó a los subalternos Pradas y Verónica para que fueran anunciando a la prensa que llegaba la sultana del Sur para tomar el poder por la fuerza. Susana llegó el sábado con la lista de cortesanos federales a los que había que quitar de en medio, y la encabezaba un tal Pedro.


El día antes ya se había orquestado el golpe, el viejo rey emérito del PSOE Felipe González se dirigió a la nobleza y señaló como traidor a Pedro. González aún conserva el halo de místico de cuando se hacía llamar Isidoro, de cuando nombraba herederos a dedo como nombró al perdedor Almunia. Y los de la UGT recordaban los tiempos en que mandó a Alfonso a quemar a Nicolás Redondo en su propio terreno de juego. Felipe sabe mucho de traiciones y de Maquiavelo. Hasta Alfonso llegó a enterarse años después que su gran Felipe lo había mandado ejecutar.

Y Susana llegó subiendo despeñapedros para tomar el poder por la fuerza, para echar a Pedro de Ferraz y quedarse con la llave y la escritura. Venía con todo el poder de Triana llamando a la puerta de la historia socialista, como reina regente de un trono que siempre había considerado suyo. El usurpador iba por libre desde que Susana le enseñó la puerta. Maniobró para atrincherarse en un Ferraz con olor a conspiración, a golpe y a muerte. Pero los nobles de Susana tenían la lección aprendida desde los tiempos gloriosos de Guerra: el que se mueve aquí no sale en la foto. Afilaron las dagas en las piedras de Ferraz y buscaron en el Comité a Pedro para enseñarle como las gasta la sultana de Triana.

El miércoles empezaba a llegar el olor de la guerra al PSOE federal. Pradas y sus acólitos habían sellado el casus belli por la tarde, a la hora en la que suena siempre el último aviso de la plaza de la Maestranza de Sevilla. Y el toque de corneta sonó en Madrid para llamar a las tropas a tomar por asalto el sábado el comité federal. Verónica Pérez, la fiel lacaya de la Sultana apareció para concentrar a toda la prensa, como heraldo que anuncia con lictores que la sultana llagaba al senado de Ferraz para entronarse reina. Yo soy el poder aquí y ahora en nombre de mi reina, en nombre de la princesa de Triana, en nombre de la duquesa de San Telmo.

Pedro entendió que estaba solo. Se había enrocado con el peligroso PSOE del País Vasco y de Cataluña, en esos territorios donde juegan a romper los mapas todos los independentistas. Era la última carta de Pedro. Iceta lo animaba a presentar alternativa, los vascos a presentar batalla interna. Pero los hombres de estado ya lo habían dejado solo. Los barones no querían unir su destino al destino de los que querían romper España. Su destino estaba sellado fuera y solo le quedaba la batalla interna.

El comité empezó con Susana imponiendo su fuerza. Verónica o la nada. Los míos en la mesa. Y al sentarse Pedro en medio de su rota ejecutiva Susana le daba la espalda. Que no quiero verlo, dile a la luna que venga, parecía decir a lo García Lorca, cantándole a la muerte de Sánchez Mejías. Ella sabía que quien controla la mesa lo controla todo y a todos. Y desplegó las artes del codazo, las artes de la zancadilla y de la fuerza. Los de Pedro empezaron a no callarse, a levantar la voz, a quejarse, a presentar batalla en lo orgánico. Ellos que se habían considerado los tribunos de la plebe tomaron la palabra y los estatutos para tirarle a Susana que tenían alternativa a todo eso. Y se desbocó el caballo de Pablo Iglesias avergonzado de ver a los suyos como un comité del tercer mundo. Ya no había palabra sino pelea, ya no había razón sino ansia de victoria. O caes o te caigo. O te vas o te echo. Le decían una y otra vez a Pedro.

Aquello dejó la democracia en la puerta y abrió las puertas de la dialéctica de la guerra. Cada palabra tomada era un receso de 4 horas. Cada propuesta lanzada era un tiempo muerto de 4 horas. No habría acuerdo salvo en entregar la cabeza de Pedro. Y este cogió el toro por los cuernos. Aquí se vota mi propuesta. Y trajeron una urna sin precintar para que votaran sin listas ni nombres. ¡Tongo!, ¡sinvergüenzas!, se escuchó en la sede de lo que hasta hace una semana era el principal partido de la oposición, era el partido que dio dos presidentes de gobierno, era el partido que gobernaba Andalucía casi 40 años.

Yo vengo a hablar por vuestra boca muerta, pronunció Susana a lo Canto General de Neruda. Aquí no hay urnas ni papeletas, ni conchas ni ostracón para votar. Aquí se alza la mano porque lo digo yo. Hay que derribar la propuesta de Pedro a cara descubierta. A esa hora el país estaba atónito de que un partido de gobierno derribara todas las barreras internas, borrara todas las líneas rojas y defenestrara a su propio secretario general. Y se votó y Susana miró como lideresa uno a uno a sus filas y a su gente. 132 levantaron la mano para decirle NO a Pedro, frente a 107 que se sintieron como los últimos de Filipinas cuando tomaron el sí a Pedro. Ahí cayó la cabeza de todo un secretario general.

Los idus de Pedro resultaron ser los días aciagos del PSOE, resultaron ser donde perdió el favor de los nobles ante su pueblo. Luena recordó a Tito Livio en Aníbal contra Roma. Sabes vencer Pedro, pero no sabes aprovechar la victoria. Y no supo nunca quitarse de en medio a Susana, no supo nunca desde el federal romper el socialismo del sur. Y hoy Susana cabalga vestida de reina por las estancias y los pabellones de un Ferraz que aguarda a que tome posesión del trono de hierro.



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