martes, 1 de noviembre de 2016

Pinturas negras


Artículo de Paco Romero


El sábado acabó -o eso queremos creer- la última de las habituales y recurrentes etapas oscuras de nuestra historia que tan genialmente supieron plasmar nuestros genios: las pinturas negras de Goya o el tétrico periodo negro de Picasso no fueron más que clarividentes adelantos del arte a nuestra situación actual.

El 6 de diciembre de 1978, el 88,5 % de los españoles que ejercieron el derecho de sufragio eligieron el camino de la reconciliación firmando un pacto que enterraba por mucho tiempo un hacha de guerra decenas de veces blandida en defensa de causas y honores -casi siempre- inconfesables.

Aún en vigor, los frentes que nuestra actual Constitución ha soportado evidencian su fortaleza. El histórico contubernio con nacionalistas, independentistas, populistas o intransigentes, patentizaron los primeros ensayos para zarandearla, reabriendo al tiempo unas heridas que la gran mayoría de españoles daba prácticamente por cicatrizadas.

Sí, el mes próximo se cumplirán 13 años del Pacto del Tinell -alianza firmada en el salón del mismo nombre del Palacio de los Condes de Barcelona- y centrado en dos puntos fundamentales: por un lado, la elaboración de un nuevo Estatuto de Cataluña; por otro, la inclusión de la cláusula que excluía la posibilidad de cualquier pacto de gobierno o de acuerdos de legislatura con el centroderecha nacional, tanto en la Generalidad como en las instituciones de ámbito estatal.

No solo el interés general o la racionalidad, también los propios intereses del partido socialista, han hecho posible descabalgar a este quijote sin Sancho ni sanchistas, que desde ayer y según sus propias palabras ("truco o trato en la noche de Halloween”), se iba a patear España en busca de apoyos.

El debate ahora se centra en la duración de la legislatura: casi todos auguran que será corta. No tiene porqué serlo: Está claro que el momento precisa de diálogo y de entendimiento pero, sobretodo, de una puesta en escena donde se patentice que se sabe y se quiere dialogar, dejando en evidencia a los que lo niegan; donde se revele que Rajoy no es “el dóberman”, pero tampoco un caniche; donde las malas prácticas políticas cedan ante estrategias consensuadas y, al contrario, donde las ansias revisionistas abdiquen ante las políticas exitosas que han dado resultados; donde se reconozcan sus limitaciones pero sin renunciar a los principios; donde, en fin, los apoyos se ganen sin convertirse en una marioneta en manos de terceros.


El avieso Pacto del Tinell y el Duelo a garrotazos con el que concluyó la investidura no deben ser sino el epílogo del Guernica eterno que los españoles pergeñamos con gruesos trazos en determinados momentos de nuestra historia.


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