lunes, 9 de enero de 2017

El silencio de los corderos


Artículo de Antonio Barreda


El régimen ha avanzado implacable desde hace ya casi cuarenta años. No conoce Andalucía otro amo que la Junta de Andalucía, un amo que la ha descosido por todos sus márgenes, desde la costa a la sierra, desde la sierra hasta los valles. El quejío del andaluz ya no suena porque está subvencionado. Ya no se escucha el canto que arrancaba lastimero en las profundas gañanías, ni tampoco se escucha el compás seco y triste del que desconoce que ya no tiene futuro, ni ahora se ve ya el humo de las cocinas subiendo al monte porque el hambre ya no baja al río. Hoy el señorito dirige y pisa en las tapias a los que el régimen elige desde el coche oficial. Ya no quedan caballos desbocados con bridas de oro, pero sí hay lacayos que susurran que hemos ganado. 

Los que levantaban la voz más allá de los márgenes están hoy colocados en las inmensas dehesas que ha levantado “la Junta” como islas en medio de las arterias por donde se desangra su propia administración. Allí hay una atalaya desde donde la sultana dirige a su tropa y llama a la guerra. Desde allí es donde esconde la mirada de los ojos de los niños que llegaron con una bandera blanca y verde tatuada entre sus manos. Ya no hay sal en las salinas, ni hay verde en el mar. Solo hay una voz profunda que dirige una tropa ciega que no sabe dónde va, pero que sí sabe muy bien dónde está la soldada que se cobra a fin de mes.

Desde el BOJA se escribe hoy la historia. Todos los nombres. Ya no hay quien cuente nada porque los contadores no tienen papel sobre el que escribir. Todos callan. El BOJA manda. El BOJA lo riega todo. Hay hipotecas que pagar y niños a los que dar de comer. Y la sultana avanza hacia el norte gracias al silencio de todo un pueblo. El mismo paralelismo que llevó al poder a lo peor de Europa. El mismo silencio cómplice. No hay verso sobre verso, ni espina sobre espina. La misma canción cantada ahora en andaluz.

No hay banderas por los pueblos que reclamen una tierra sobre la que ejercer de poderoso símbolo. La lejía de la Junta de Andalucía los ha dejado a todos huérfanos y sin herencia que reclamar. Ya no somos hijos de Blas Infante, sino hijos del régimen que llegó como el sol naciente para iluminarlo todo el 28 de cada mes de febrero. Y cada año, en la Plaza Roja del Teatro Maestranza se recuerda en forma de medalla quién está conmigo y quién está contra mí. Pero sobre todo quién nunca será recordado. El olvido construye profundas fosas donde descansan generaciones enteras de andaluces regadas son subsidios que compran el hambre y la voluntad de resistir.

Hasta las escuelas están cerradas. Ya no hay caminos. Ni tampoco recuerdos. Ya no hay nada que enseñar. El espíritu crítico dejó hace años de florecer en la escuela, quebraron sus alas y rompieron su columna. No hay que enseñar a pensar, a elegir en libertad. Todo lo que cuenta el régimen es la verdad. Enfrente está el frío y el vacío infinito donde se pierde la memoria colectiva de todo un pueblo. Quien dude no existe. Quien piense deja de existir. Quien señale está condenado. La palabra en libertad está hoy prisionera de las hojas del BOJA. Y muchos de nuestros nombres están hoy tallados en el ostracón que nos condena a todos los que somos críticos.

Pero no está todo perdido. Aún queda quien señala por la calle. Quien, orgulloso, muestra el camino de la corrupción y los pecados del régimen a los ciegos que miran para otro lado. Son los mismos que hoy conservan los hilos de Mariana Pineda entre sus labios. Que tienen la palabra para hacer despertar la conciencia de todos los que están inconscientes, sedados por el soma del régimen que llega cada fin de mes a la nómina. Son los que recuerdan de dónde venimos y qué es lo que somos. Son todos los que hoy cantan una oda a aquella vieja esperanza del 4 de diciembre y no al 28 de febrero.

Hoy debemos ser todos como imanes. Unos con otros. Transmitiendo con una sola voz todo lo que ocurre en el Sur y que nadie cuenta. Ser la lluvia que todo lo inunda y que limpie los días y los años corruptos que aún quedan en el sur. Y si caes, levántate y anda. Y si te hieren, lame las heridas y sigue caminando, sigue contando porqué estás ahí, en nombre de quién estás ahí. Sigue contando los días aciagos que aún quedan por contar, porque al final hay luz, y hay libertad. Que nadie lo cuente por nosotros en nombre del régimen, porque entonces todo un pueblo habrá perdido. Somos nosotros los que debemos contar, lo que tenemos que contar. En nuestro propio nombre.


3 comentarios:

  1. Buenísimo artículo

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  2. Qué bonito y qué terrible a la vez. Leyendote me entraron ganas de llorar, pero, aún así, gracias, Antonio, por esta luz que entre tanta tiniebla nos traen tus palabras.

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  3. Magnífico, como es habitual en tí, Antonio.

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