miércoles, 5 de abril de 2017

La toga y la mujer del César



Artículo de Paco Romero


“Igual que hace dos mil años, según Plutarco, no era suficiente con verificar la honestidad de la mujer del César sin que, además, la aparentara, la imparcialidad a la hora de hacer Justicia no basta con ser sino que debe parecerla”


Es costumbre casi inveterada contemplar las mudanzas, puerta giratoria mediante, de “cualificados” representantes de los poderes del Estado danzando de uno en otro, o brincando con alborozo del ejecutivo a las multinacionales del sector energético o bancario.


Desde que los inaugurara la ahora estrellada y entonces relumbrante estrella judicial apellidada Garzón hasta que, de momento, la culminara antier Eloy Velasco, parecidos comportamientos en este deambular se han patentizado en los constantes trasiegos, cruzando las anchas alamedas del legislativo, desde la acera del poder judicial a la del ejecutivo, billete de vuelta incluido.

Con ser todas ellas prácticas deleznables desde el punto de vista democrático, y a erradicar por tanto, hoy centro el tiro de la honradez en esos jueces que posiblemente no hayan perdido lo más preciado de su condición, la imparcialidad, pero sobre los que, quiérase o no, se decanta una mácula de sospechas bien por ser quiénes son o han sido, bien por hacer lo que hacen; en todo caso, por haber traspasado aparentemente la delgada línea de la independencia, de la neutralidad y, por tanto, de la ecuanimidad, poniéndose al servicio de una parte del espectro político o, simplemente pero igual de invalidante, por incurrir en comportamientos rutinarios que les inhabilitan para el sagrado derecho de impartir Justicia.

Nos remontamos a hace cuatro años, cuando en plena recta final de la instrucción judicial del caso Nóos, el juez José Castro fue sorprendido en una terraza de Palma tomando un gin-tonic con la abogada de la acusación popular del proceso Virginia López Negrete, instrucción que la Audiencia Provincial mallorquina, en primera instancia, ha dejado en agua de borrajas.

El hecho de que un juez, cuyos autos contemplaban continuos llamamientos a la ejemplaridad, compartiera un momento de ocio con la acusación popular despertó susceptibilidades, lo mismo que ha ocurrido ahora con Julián Pérez-Templado -el juez ante el que ha declarado como imputado por el “caso Auditorio” el ayer dimitido presidente de Murcia- quien, de forma parecida, fue fotografiado tomando unas cervezas con un ex concejal del PP murciano. Por si no fuera suficiente, Pedro Antonio Sánchez, hace un par de días, sumó a su larga lista de imputaciones (tantas como de archivos) otra, esta vez de la mano del ex Director General de Justicia de la Generalidad Valenciana en los tiempos peperos y hoy juez de la Audiencia Nacional.

Las causas de abstención de los jueces están reguladas en la Ley Orgánica del Poder Judicial: “haber ocupado cargo público o administrativo con ocasión del cual haya podido tener conocimiento del objeto del litigio y formar criterio en detrimento de la debida imparcialidad”, “amistad íntima o enemistad manifiesta con cualquiera de las partes” o “haber ocupado cargo público, desempeñado empleo o ejercido profesión con ocasión de los cuales haya participado directa o indirectamente en el asunto objeto del pleito o causa o en otro relacionado con el mismo”.

Desde fuera parece claro que en ninguno de los asuntos señalados se dan -o se dieron- las causas descritas, lo que no debiera ser óbice para que, conocidas las relaciones cuasi profesionales y/o las aparentes ligazones de armonía o disonancia que se derivan de sus procederes, los magistrados hubieran dado el paso atrás. Al igual que Castro, ninguno de los mencionados parecen dispuestos a apartarse de los encargos encomendados; todo lo contrario: han confirmado su continuidad pese a las recusaciones en marcha basándose en fundamentos seguramente ciertos y legítimos.


Sin embargo, igual que hace dos mil años, según Plutarco, no era suficiente con verificar la honestidad de la mujer del César sin que, además, la aparentara, la imparcialidad a la hora de hacer Justicia no basta con ser sino que debe parecerla: tomar una cerveza con un correligionario, aunque sea remoto, de una de las partes, o haber servido en primera línea los designios políticos de los justiciables, son motivos invalidantes no solo en pos del bien común en forma de correcta administración de la Justicia, sino también en amparo de los propios protagonistas sobre los que caerá el marrón de la sospecha sea cual sea el fallo que reflejen en su decisión final.

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