martes, 13 de junio de 2017

Rebeldes y envidiosos


Artículo de Luis Marín Sicilia


Es rebelde quien rechaza, en mayor o menor grado y con más o menos virulencia, a la autoridad y a la ley de que aquella proviene”
 
“Es envidioso quien siente tristeza o enojo por no poseer lo que tiene otro, sean bienes materiales o sean cualidades personales”




1. Rebeldes.-  Un grupo de residentes en una planta de un edificio llevan tiempo queriendo imponer a los demás habitantes del mismo determinadas reformas que afectan a la estructura de todo el inmueble. Primero pretendieron hacerse pasar por únicos intérpretes de los vecinos de esa planta, siendo así que tal circunstancia no se correspondía con el sentido de las votaciones de la comunidad de propietarios.

En su manifiesta voluntad de burlar la ley y despreciar los acuerdos de la comunidad, recurrieron al simulacro de tratar el asunto como de su exclusiva competencia, olvidando el parecer de los demás propietarios de las diecisiete plantas que integran el edificio. Obcecados con un invento que bautizaron con el pretencioso nombre del derecho a decidir sobre su planta, han venido realizando una serie de actos intrascendentes jurídicamente pero de notoria publicidad, para trasladar la imagen de que los demás propietarios del inmueble no le dejan disponer a sus anchas de la planta que ocupan, afectando con ello a sus sacrosantos derechos sobre una parte del edificio.

Algunos portavoces rebeldes han sido puestos a disposición judicial por los legítimos representantes de la comunidad de propietarios, al haber realizado actos contrarios a acuerdos adoptados por el órgano máximo que vigila el cumplimiento de la ley que a todos los propietarios obliga. Y han quedado inhabilitados para ocupar puestos de representación de la comunidad durante determinados plazos.

Intentando trasladar la imagen de que los vecinos de las otras dieciséis plantas les tienen manía y no les dejan actuar por libre, han visitado organismos y tribunas de toda índole para explicar su situación, encontrándose con la dura realidad de que todos ellos los han calado y les han hecho saber que no se pueden hacer obras de reforma en un edificio por parte de los dueños de una de sus plantas, sin el consentimiento de los propietarios de las demás, ya que los elementos comunes del edificio son propiedad de todos sus dueños y no sólo de los de una determinada planta.

Como su obsesión es no respetar la ley, ahora dicen que, pese a todas las advertencias, el día uno de octubre próximo iniciarán las reformas que los demás les niegan. La comunidad de propietarios del edificio ha hecho saber que, en cuanto se pase de las palabras a los hechos, se les aplicará todo el peso de la ley.

Queda saber en qué momento los rebeldes de la planta diecisiete del edifico suscribirán algún contrato o documento que ponga en marcha la obra que pretenden realizar sin contar con los propietarios de las otras dieciséis plantas. Y a partir de ese momento, se percataran todos, incluso con el regocijo de la mayor parte de los habitantes de la planta rebelde, que una cosa es amagar y otra dar. Y los rebeldes seguirán el camino que la ley reserva a quienes deciden hacer caso omiso a los preceptos de obligado cumplimiento.

 


2. Envidiosos.- Hace años, Amancio Ortega, en un momento trascendental para él y para el futuro de su empresa, padeció un cáncer gravísimo del que fue tratado en EEUU. Según cuenta Covadonga O'Shea en su libro "Así es Amancio Ortega, el hombre que creo Zara", su empresa lo necesitaba y pidió tiempo, se refugió en su fe y, tras superar el trauma, esperaba tener "salud y luz para que me ayude a hacer las cosas bien hasta el final".

Hoy todo el mundo sabe quién es Amancio Ortega, un español que lleva años situado, para orgullo nuestro, en el podio de los tres hombres más ricos del mundo. Y la Fundación Amancio Ortega es pionera en ayudas, becas y asistencias sociales de todo tipo. Esto sería suficiente, como ocurre en los grandes países, para valorar y ensalzar las virtudes de un triunfador. Pues no; en España una caterva de resentidos que, a mayor inri, pretenden pasar por progresistas, están empeñados en cuestionar cualquier cosa que provenga del prohombre gallego.

Conocedor por propia experiencia de la angustia, la ingravidez de la duda, la impotencia y el miedo que provoca la enfermedad cancerígena, ha dispuesto 320 millones de euros para que los hospitales españoles puedan renovar sus equipos de radioterapia. El presidente de la Sociedad Española de Radioterapia Oncológica, Pedro Lara, ha dicho que con tal decisión "Amancio Ortega va a salvar muchas vidas".

Las nuevas máquinas se adquirirán de acuerdo con los organismos públicos sanitarios, con criterios de  inmediatez, transversalidad y sentido práctico, mejorando y complementando otras obsoletas que impedían que alrededor de un 30 % de pacientes no pudieran ser tratados por la insuficiencia de los equipos de radioterapia.

El hecho de que Amancio Ortega lleve años donando ingentes cantidades para beneficio de los más necesitados y mejora de la sanidad nacional no es suficiente para quienes no pueden aportar ni un solo ejemplo de su verdadero desprendimiento en favor del prójimo. Comunidades Autónomas como Andalucía, Aragón, Cataluña, Canarias, Galicia, el País Vasco, entre otras, e instituciones como Cáritas o el Banco de Alimentos, pueden dar fe de lo mucho  que deben a la fundación del magnate gallego.

Pues bien, personajes del tres al cuarto, a los que el populismo rampante les da un protagonismo sin base sólida para ello, han pretendido descalificar la acción solidaria de Ortega con seudo pretextos técnicos tan variopintos como que "se utiliza la tecnología de forma incorrecta", o "se piden pruebas diagnósticas innecesarias", o que los servicios públicos sanitarios "deben financiarse con los impuestos y no con donaciones", como si ambas cosas fueran incompatibles.

Otros han ido más allá en su afán descalificador arremetiendo contra el donante al que instan a "mejorar las condiciones laborales de sus trabajadores", poco menos que acusándole de explotarlos miserablemente y olvidándose de la opinión de los propios trabajadores que no debe corresponderse con lo que expulsan por su boca los protagonistas del insulto, para los cuales "no hay que aceptar ni agradecer este tipo de donaciones", porque "no queremos limosnas de millonario".

Que España es un país de envidiosos lo sabíamos desde tiempo inmemorial. Pero ahora el tema se agrava porque están accediendo al dominio público, a través de los medios y las redes sociales, individuos de los que no se conoce ninguna aportación real a la mejora del conjunto de la sociedad pero que, encaramados a variopintas plataformas de opinión, predican el resquemor como método de relativizar los méritos ajenos. Y de la típica envidia española estamos pasando al odio al rico, al desprecio por el que triunfa, y siempre queriendo hablar en nombre de un "pueblo" indeterminado cuya "representación" se arrogan por su cara bonita.

Mientras estos energúmenos braman contra los benefactores, Amancio Ortega seguirá, como pedía en su enfermedad, "haciendo las cosas bien hasta el final". Y los envidiosos, los incompetentes y los frustrados continuarán con su sarta de sandeces para ocultar el rencor que cobija su fracaso vital y su ausencia de iniciativas socialmente productivas.


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