martes, 11 de julio de 2017

La tentación populista

Artículo de Luis Marín Sicilia


"Además de los movimientos fascistas y comunistas del siglo pasado, actualmente los mejores expertos en manejar las masas son los movimientos populistas"

"Debiéramos aprender de la contundencia con que en situaciones similares se han pronunciado Italia con el Veneto, Alemania con Baviera o EEUU con Texas"


Uno de los mayores logros del mundo moderno, si no el más importante, fue la liberación de la persona individual y la exaltación de la libertad como valor intrínseco del ser humano. La base de los sistemas democráticos es el individuo que, al reafirmar su propia personalidad, se constituye en un ser autónomo cuya fortaleza reside en su capacidad racional y en su voluntad, elementos definitorios de la dignidad humana.

A esta defensa de la propia identidad se contrapone lo que podríamos llamar el "hombre masa". Mientras la "persona individuo" se inserta en la sociedad para impulsar su mejora, buscar la justicia social y el progreso económico de su entorno, el "hombre masa" pierde su personalidad, diluye su individualidad y corre el riesgo de perder su dignidad al masificarse.

La masificación es un riesgo propio de las sociedades modernas, ya que la inmersión del individuo en un sujeto colectivo como es la masa, con la que comparte ciertos comportamientos sociales o culturales, puede degenerar en una anulación de su voluntad individual, proscribiendo la racionalidad que queda subordinada a las emociones expandidas por el grupo dominante de la masa.

Además de los movimientos fascistas y comunistas del siglo pasado, actualmente los mejores expertos en manejar las masas son los movimientos populistas, los cuales generan discursos basados en la idea de la confrontación. Así surgieron los movimientos populistas hispanoamericanos más recientes. Así entró Podemos en la lucha política, confrontando a los de abajo con los de arriba, o al pueblo con la casta. Y así ganó Pedro Sánchez las primarias socialistas, confrontando a la militancia con la élite del partido.

Curiosamente, todos estos movimientos terminan sirviendo para el surgimiento de liderazgos personalistas, por lo que, al final, resultan menos democráticos de lo propugnado, ya que solo han utilizado el criterio participativo para encaramarse al poder, poniendo en cuestión la tesis de Ernesto Laclau sosteniendo que "el populismo garantiza la democracia". Así, el populismo más primario, en el que podríamos enmarcar a Jesús Gil y a Nicolás Maduro, se contrapone a otros más ilustrados como el griego de Tsipras o el podemita de Iglesias. Los primeros, los más burdos, suelen terminar en la perversión y la indignidad. Los más ilustrados, como los segundos, en una decepción colectiva.

Tentado por ese magnificado proceso de primarias, cuyo carácter populista tiene su base en una militancia que repudia a la élite, el socialismo europeo está en una profunda crisis: la militancia derribó a líderes solventes en Italia, Reino Unido y Francia, encumbrando a Renzi, Corbyn y Hamon, y los ciudadanos italianos, británicos y franceses, alejados de pretensiones ideológicas partidarias, dieron la espalda a esos líderes populistas elegidos por las bases.

¿Qué pasará con Sánchez? Los primeros pasos no son muy esperanzadores. Obsesionado con ser la izquierda no se le nota ningún esfuerzo por asumir el liderazgo de una oposición de gobierno. Y no es solo que acreditara su falta de rigor y coherencia con los acuerdos europeos comprometidos, es que su ambigüedad ante el mayor desafío de la política interna conocido en décadas (la cuestión catalana) lo aleja de resultar fiable en las grandes cuestiones de Estado. Decir que apoyará al Gobierno en defensa de la legalidad (¡solo faltaría que no lo hiciera!) no es suficiente si acto seguido le impele a que se den pasos de entendimiento con los rebeldes, sin especificar a qué tipo de pasos se refiere, dando la sensación de que culpa al Gobierno de la cerrazón separatista. Los populistas, por desgracia, solo miran al corto plazo y a sus intereses partidarios. El compromiso y la corresponsabilidad no van con ellos.

Ante quienes solo tienen el mensaje de "referéndum o referéndum" no caben ambigüedades. Ni el derecho internacional, ni las Naciones Unidas, ni el derecho comparado, ni siquiera la legislación nacional y la propia de la autonomía, legitiman el desafuero que una minoría pretende llevar a cabo al nordeste peninsular. Debiéramos aprender de la contundencia con que en situaciones similares se han pronunciado Italia con el Veneto, Alemania con Baviera o EEUU con Texas. Y cumplir con las reiteradas resoluciones de la ONU de 1955, 1970 y 2015 que niegan rotundamente las pretensiones de los sediciosos.

España es el lugar común, la hacienda propia donde se han cruzado, han soñado, han sufrido, se han mezclado y se han reproducido millones de personas durante cientos de años con un casi único defecto del que nunca nos reponemos: la secular incapacidad de sus dirigentes, en casi todas las épocas de su dilatada historia, para comprometerse en un sentido compartido de nuestra propia identidad. Por ello una vez más, por desgracia, hay que recordar el lamento del cantar de Mío Cid: "¡Qué gran vasallo si hubiera un gran señor!". ¡Qué gran nación si tuviera mejores dirigentes!



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