lunes, 9 de octubre de 2017

Hay que aplastarlos!



Artículo de Eduardo Maestre 


“Tengo que confesarle que a lo largo de mi vida no he sentido tanta tristeza como la que ahora siento al contemplar a aquellos que están intentando romper la unidad de España”. Esta frase, extraída de una entrevista realizada en TVE 24H la noche del 5 de octubre, no la dijo Santi Abascal, el líder de VOX, ni Alejo Vidal-Quadras, ni José María Aznar, representantes indudables de algo parecido a lo que podríamos llamar derecha española, sino José Bono, un socialista de los antiguos que no se cortó un pelo a la hora de pedir “prisión incondicional para Puigdemont” y sus numerosos cómplices, exigir la inmediata asunción del mando de los mozos de escuadra y “la aplicación del Artículo 155 de la Constitución”.

Bono, para solaz de los que lo escuchamos en directo, dejó claro que no había habido violencia policial alguna; que si comparásemos la irreprochable actitud de las Fuerzas de Seguridad españolas enviadas a Cataluña con cualquiera de las cargas que se producen semanalmente en Francia, Alemania, Inglaterra o Estados Unidos nos percataríamos de que aquí había habido un absoluto control del uso de la fuerza -cosa que ya sabíamos todos, pero que conviene recordar al partido socialista actual, que parece no tenerlo claro. Y en esa línea, el histórico Presidente de Castilla-La Mancha reprobó a los parlamentarios de su propio partido por querer reprobar a la Vicepresidenta Sáenz de Santamaría, jugada sucia e inoportuna que el desnortado grupo socialista, olvidando su compromiso de Estado, pretende realizar en el Parlamento con el único objetivo de quemar más aún a un Gobierno que ya se achicharra en su socialdemocracia subconsciente en vez de unirse al mismo (esto también lo dijo Bono) “para formar un fuerte Gobierno de concentración” que haga imposible la destrucción de España desde dentro.

He comenzado el artículo citando a un socialista para dejar claro que por encima de las veleidades que rigen la minúscula política española sobrevuela una voluntad común: la de preservar la unidad de nuestra nación. Esta voluntad, representada en la frase de un socialista clásico, se vuelve transversal porque, pese a que el socialismo español de estos últimos años haya estado regido por un imbécil superlativo como fue Zapatero y ahora por un cretino cósmico como es Sánchez (si buscan cretino en la Wiki, les saldrá la foto de Pedro Sánchez), una silenciosa mayoría de los socialistas españoles parece tener clarísimo que con la unidad de España no se juega. A estos millones de socialistas resignados súmenle ustedes todos los votantes light de Ciudadanos, todos los de VOX, todos los melancólicos votantes del heroico y desaparecido UPyD, y, aunque no lo crean, más de la mitad de los votantes de Podemos -que de ninguna manera quieren quedarse sin país. Una vez tengan ustedes esta suma parcial hecha, añádanle los traicionados votantes del PP. Se encontrarán con que la casi totalidad de los españoles tenemos clarísimo que de independencia, nada.

Los enemigos de España

Entre los enemigos de España hay que hacer algunos distingos: están los golpistas directos, los cómplices, y los tibios de corazón. Pero me pregunto ¿cuántos españoles pueden ser los insurrectos? Entre golpistas directos, cómplices y tibios de corazón, ¿cuántos españoles están apoyando el Golpe de 2017? Hagamos cuentas!

Por golpistas directos entiendo a todos los parlamentarios en rebeldía (PdeCat, ERC y las CUP), Trapero y sus secuaces los mozos de escuadra, TV3, la ANC, Ómnium Cultural, todas las asociaciones del tipo Institut de Nòva Història, y finalmente todas las bases del estilo de Arrán, verdaderos energúmenos incendiarios. Llamo cómplices a los responsables de los bomberos catalanes, a los alcaldes de muchos ayuntamientos, a los capos de los estibadores y a la casi totalidad de los directores de los colegios y demás centros de enseñanza, además de los cabecillas de Podemos y sus franquicias -En Comú y derivados. También hay que incluir en este grupo de cómplices o colaboradores necesarios al PNV y sus amenazas de no aprobar los Presupuestos Generales del año que viene, al Bildu vasco, al Bildu navarro y a los prosecesionistas valencianos que sueñan entre cerveza y cerveza con salirse de Europa. Y, finalmente, llamo tibios de corazón (uno de los peores cánceres en los que se apoyan siempre los fascismos para prosperar) al PSOE del mayor cretino que vieron las Españas, Pedro Sánchez, claramente en minoría dentro del partido socialista desde que fue elegido secretario general por segunda vez pero que aparece a diario en los medios junto a la albóndiga bailonga para pedir diálogo de manera compulsiva. Incluyo igualmente en esta perniciosa tibieza a los medios de comunicación panfletarios: desde El País a Público; así como a algunas cadenas de televisión nacionales como La Sexta, Cuatro TV y hasta Antena3 TV, que dan cuerda a diario a los curas separatas, a los cientos de millones de falsos heridos en las inexistentes cargas policiales y a todo indepe que quiera bramar contra el Estado español, que es como estos mastuerzos llaman a su país, aterrorizados ante la idea de que si pronuncian en voz alta el nombre tabú de España, España pueda, de repente, existir!

¿Cuántos pueden ser todos éstos? Tres millones? Cinco millones? Seamos generosos: ¿podrían ser siete millones de españoles? Muchos millones me parecen, pero concedámosles el beneficio de la firmeza: siete millones. El resto, unos cuarenta millones de españoles, tenemos clarísimo lo que queremos. Que no estemos acostumbrados a organizarnos para salir a la calle a liarla como lo están los delincuentes habituales de las CUP, los Bildu, los podemitas y otros terroristas urbanos profesionales no quiere decir que no tengamos claro de parte de qué estamos! Y aquí llega el momento de la propuesta.

La lexía los nacionalismos, así, en plural, es una construcción conceptual con la que no estoy de acuerdo; no existen distintos tipos de nacionalismo. Sólo existe uno: el Nacionalismo. Que haya surgido en distintos países y en diferentes épocas no añade ni quita color, forma ni sabor al concepto nuclear del mismo, que no es otro que una amalgama compacta de tres ideas fijas claramente definidas: Yo soy superior a ti, Yo me voy a apropiar de lo tuyo, y Yo voy a acabar contigo. Esta sucesión de axiomas surge, si a ustedes no les importa que hagamos una breve incursión en el terrorífico universo del subconsciente colectivo, de un sentimiento previo de incapacidad personal, de impotencia social, quizás de tristeza por no poder imponer de inmediato una imagen ideal que sustituya mágicamente a la Realidad concreta de un momento específico en la Historia de cualquier nación. Cuando el nacionalismo –como es el caso en Cataluña- tiene acceso al Poder, lo primero que hace es intentar por todos los medios transformar la Realidad a golpe de decreto, pero como le resulta imposible imponer esta idea poblada de unicornios con barretina, decide superponerla.

Un poco de Historia

Tras el Pacto de Versalles los alemanes que perdieron la Primera Guerra Mundial lo perdieron todo; no sólo las fábricas, los negocios, las propiedades, sino la posibilidad de recuperarse en virtud de su trabajo. Las condiciones impuestas por los países vencedores, especialmente la Inglaterra de principios de siglo y la vengativa Francia, que vieron en este inmisericorde pacto la posibilidad de tomarse la revancha por los que consideraban injuriosos siglos anteriores, fueron leoninas, draconianas. Los alemanes se hundieron no sólo económica sino moralmente. A principios de los años 20, el ánimo de la clase trabajadora alemana estaba por los suelos; hasta que apareció una figura de oratoria electrizante que combinaba en sus discursos la injusticia de los vencedores, el orgullo de ser alemán y una clara propuesta acerca de quiénes eran los enemigos internos a erradicar. A la cabeza del Partido Obrero Alemán, un grupo que se presentaba como socialista pero que realmente era un conglomerado nacionalista colocaron a este brillante orador. El Partido Obrero Alemán dejó de considerarse nacionalista y socialista para llamarse a sí mismo nacionalsocialista. Hitler, un oscuro cabo superviviente de una guerra cruel y perteneciente al ejército derrotado supo reconducir el sentimiento de venganza latente que anida siempre en el corazón de los grandes pueblos vencidos hasta llevarlos a organizarse y demostrar al mundo que los descendientes de Odín, los hijos de Thor eran una raza superior, un pueblo maltratado injustamente por la envidia que provocaba en las decadentes naciones europeas; un pueblo constituido por gigantes míticos que estaba llamado a demostrar su supremacía por encima de todas las razas. Yo soy superior a ti.

Acto seguido, y una vez afianzado en el Poder a través de una compleja combinación de estratagemas sutiles y violentas impensables de aplicar ante un Estado fuerte –la Alemania posbélica carecía de solidez en este sentido-, los nacionalsocialistas decidieron expandirse por Europa para construir la Gran Alemania. Hitler tomó Renania, y Europa elevó sus más enérgicas protestas. Hitler entró en Viena en olor de multitud, y las potencias europeas criticaron el Anschluss de nuevo con sus más enérgicas protestas. Hitler entró en Checoslovaquia aduciendo que si los Sudetes tal y cual, y, como respuesta asombrosa, la revista TIME lo declaró “Hombre del Año”! Ya ven ustedes, amigos lectores, que los mejores diarios del mundo pueden meter la pata a niveles estratosféricos! Finalmente, Hitler invadió Polonia con la ayuda inestimable de la Rusia bolchevique y, por fin, Francia e Inglaterra le declararon la guerra! Pero aún los nacionalistas alemanes pudieron expandirse más: invadieron Dinamarca, Noruega, Bélgica, los Países Bajos, y finalmente Francia, expoliando las reservas y el patrimonio artístico de estas magníficas naciones. Yo me voy a apropiar de lo tuyo.

Mientras tanto, estos nacionalistas alemanes –o nacionalsocialistas, o nazis, que todas estas denominaciones se pueden usar con los nacionalistas de esta época- se las arreglaron también para ir acabando con cualquier muestra de lo que consideraban el enemigo interno: los judíos, los gitanos, los negros, los tullidos y todos aquellos que no se hubieran plegado aún a las exigencias nacionalistas. Particularmente, la cruzada más importante fue la que emprendieron contra los judíos; porque una estructura social tan próspera y organizada, que controlaba la Banca, la Ciencia, la Cultura, el Arte y la Medicina debía desaparecer, ya que su mera presencia ponía en entredicho que la raza aria fuera la raza superior. Ya saben ustedes lo que hicieron para solucionar este desajuste: el Holocausto nazi, barbaridad a la que llamaron, con esa querencia por los eufemismos que todos los nacionalistas tienen, la Solución Final. No quiero abundar más en esta página terrible de la Historia. Pese a que muchos de ellos consiguieron huir de la Alemania de Hitler, los nacionalistas acabaron a sangre fría con más de seis millones de judíos. Se quedaron con todas sus propiedades, incluidas sus muelas de oro, y los asesinaron fría y organizadamente. Yo voy a acabar contigo.

El desprecio subconsciente

Podríamos seguir hablando de los resultados sembrados de cadáveres del nacionalismo en la antigua Yugoslavia, en Armenia, en el Kurdistán, en el País Vasco, en Córcega en tantos otros territorios, hasta llegar a las masacres entre hutus y tutsi en Burundi, verdadera apología sangrienta de la locura supremacista. Pero quiero centrarme en el nacionalismo que se ha desarrollado en España hasta hipertrofiarse: el nacionalismo catalán, que, al igual que el vasco o el alemán de entreguerras, posee las tres ideas nucleares de todo nacionalismo y se fundamenta sobre ellas. Estas tres ideas, insisto, son:

1) Yo soy superior a ti.
2) Yo me voy a apropiar de lo tuyo.
3) Yo voy a acabar contigo.

Desde muy pequeño estoy acostumbrado a escuchar en los medios de comunicación, en las películas en blanco y negro, en las series actuales de manufactura española, en los magazines de entrevistas y hasta en boca de algunos políticos que los andaluces somos unos vagos, unos indolentes y unos ignorantes. No he podido luchar contra eso de otro modo que trabajando como un mulo, haciendo propias las preocupaciones nacionales y leyendo todos los libros que han caído en mis manos, además de trasladar esta actitud a mis hijos. Pero por más que uno luche, siempre hay algún periodista, algún personaje de una serie o algún político expresando su desprecio hacia andaluces y extremeños. Y cuando se lo he oído decir a algún político, en todos los casos y sin excepción han sido catalanes. Bien sea Jordi Pujol, con aquel discurso sobre el andaluz como hombre destruido; bien sea Durán i Lleida con su desprecio tácito por los del Sur, o el enfermo mental Carod-Rovira con sus declaraciones incendiarias, o Artur Mas con sus reproches a las chachas andaluzas, o cualquier otro nacionalista catalán: siempre ha quedado claro que se sienten superiores a una gran parte de sus compatriotas. Ni siquiera Albert Rivera, al que se le supone contrario al espíritu nacionalista, pudo reprimir -al visitar Andalucía en campaña electoral- aquel terrible “yo no vengo a daros peces a los andaluces, sino que os voy a enseñar a pescar”, con lo cual dejó bien a la vista la pátina de desprecio que subyace en el subconsciente de todo joven de buena familia educado en Cataluña durante los últimos cuarenta años.

La razón de este desprecio adherido al subconsciente colectivo del catalán pudiente es la convivencia continuada -e incrementada desde el final de la Guerra Civil- con los inmigrantes extremeños, andaluces, gallegos y manchegos, verdadera inyección de mano de obra semiesclava durante los casi cuarenta años de la Dictadura; mano de obra en condiciones deplorables que contribuyó a levantar la industria catalana merced al apoyo de Franco y sus ministros, que fueron despojando a las demás regiones españolas para favorecer y así acallar a una burguesía catalana plagada de apellidos ilustres; una burguesía con abono en la Ópera del Liceo desde el siglo XIX cuyos hijos y nietos forman hoy el corpus central del nacionalismo desagradecido, irredento y llorón. Esta convivencia, inevitable entre siervos y amos, estigmatizó a los andaluces, extremeños y demás inmigrantes para los restos. Y para localizar bien al objeto de desprecio, se les bautizó con un término que es un estigma: charnegos.

El charnego no es un ente mitológico. El charnego es un sambenito subconsciente impuesto a los trabajadores forasteros como se les impuso la estrella hebrea grabada a fuego en el antebrazo a los judíos en Auschwitz. La pertenencia al pueblo charnego está inoculada a fondo en el subconsciente del pueblo catalán. Es curioso: en Andalucía tenemos a miles de profesionales navarros, murcianos, gallegos, catalanes, valencianos, madrileños trabajando aquí desde hace muchos o pocos años y jamás les hemos puesto nombre! Ni siquiera son forasteros. Sin embargo, el charnego (término gascón que se refiere al perro flaco, muerto de hambre, según los gascones muy similar a los catalanes que emigraron hace siglos a Francia), el maketo (del euskera makito: tonto, majadero), o el métèque francés (del griego meteko: que cambia de residencia) son ciudadanos sin ciudadanía de facto, apestados sociales usados para trabajar en pro de aquella sociedad a la que han decidido ir a trabajar pero sin el agradecimiento ni el reconocimiento de ésta.

Esto solo ocurre en las sociedades que están enfermas de nacionalismo; sociedades vencidas en alguna guerra terrible, o sociedades que nunca se han sentido históricamente relevantes porque quizás jamás lo han sido, como es el caso de Cataluña o del País Vasco, las únicas regiones españolas que nunca fueron un Reino ni tuvieron una estirpe real con todos sus fratricidios, conjuras y pactos de sangre a cuestas. Castilla, el reino Astur-Leonés, Aragón, Navarra, Galicia, Valencia, Extremadura, Andalucía (región que, además ha tenido varios reinos dentro de la enorme Al-Andalus: el reino de Sevilla, el de Granada, el de Córdoba, el de Málaga…); hasta Murcia fue un reino! Pero no Cataluña. Nunca. Cataluña jamás lo fue. Quizás sea esta sensación de no haber pintado nada en la Historia de España –en la historia decisiva, quiero decir- la que mantiene en un estado de constante alerta a muchos catalanes, un estado de susceptibilidad histórica que, sin remedio, desemboca en esa degeneración de la Humanidad que conocemos con el inocente nombre de nacionalismo pero que es el responsable de las mayores atrocidades y en cuyo nombre se han exterminado sin piedad millones de hombres, mujeres y niños.

Los tres dogmas

El nacionalismo surge como surge en la célula el proceso de gemación; es una extraordinaria fuerza centrífuga que, si triunfa, consigue dividir en dos unidades perfectamente funcionales aquello que antes era una unidad. Claro, en el proceso de gemación no hay sangre corriendo por las calles, ni cadáveres que enterrar en fosas comunes, pero sí actúa una potencia natural de enorme fuerza. Trasladada a los ciudadanos, esta potencia, esta energía implacable que obliga al nacionalista a querer desligarse compulsivamente de aquella estructura social de la que forma parte y a la que pertenece desde su nacimiento debe, para ser creíble, fundamentarse en algo. En el caso del nacionalismo, siempre y sin excepción dicha energía se basa en el odio al otro. Pero para odiar al otro, antes hay que diseñar al otro, pintarlo con vivos colores para poder distinguirse de él, porque los de las esteladas no viven entre yanomamis, sino entre vecinos exactamente iguales que ellos! Por lo tanto, todo nacionalismo que se precie de serlo necesita adornarse a sí mismo con características únicas: una mitología propia; una Historia propia; unos escritores y poetas propios; unos héroes propios; hasta un reino propio! Da igual que nunca existiera!

Por ello, los separatas catalanes han ido urdiendo, durante las últimas décadas, una increíble historia de Cataluña gracias a la cual -y meándose sobre los libros de Historia y sobre toda la documentación historiográfica existente- se han arrogado nada menos que 129 Presidentes de la Generalidad! Ciento veintinueve! Para ello, han incluido los 122 abades, curas, frailes y hasta sacristanes que se hicieron cargo de los aburridísimos papeleos de las Cortes catalanas desde el siglo XIII hasta Felipe V y sus Decretos de Nueva Planta. 122 burócratas adscritos a la Iglesia que no fueron más que oscuros administrativos al servicio del Rey de Aragón! Los indepes se han llamado a sí mismos súbditos de la corona catalano-aragonesa, intentando robarle a Aragón su Corona! Por toda la cara! La Corona de Aragón, nada menos! Una de las más extensas, enormes y poderosas de Europa durante siglos; entre cuyos dominios se contaban, sí, los condados catalanes, pero también los reinos de Valencia y de Mallorca, media Italia, Sicilia, Córcega, Cerdeña y hasta territorios griegos!

Los independentistas, además, se han pertrechado con el orgullo de poseer las mejores universidades, las mejores carreteras y la economía más dinámica de España, todo lo cual puede ser cierto, pero no hay que olvidar los orígenes de esta riqueza a la que contribuimos todos y que de repente ya no quieren compartir: el favor constante de Franco hacia la burguesía catalana, y la pleitesía que le han rendido desde el 78 hasta hoy todos los Gobiernos de España! En definitiva: los nacionalistas se han hecho fuertes en un universo propio, mezcla de fantasía y cotizaciones en Bolsa, y han decidido que son ciudadanos de primer nivel, muy por encima de los charnegos y de toda esa turba infecta de españoles; creen a pies juntillas que son imprescindibles y que tan solo por su catalanidad les recibirían en Europa con los brazos abiertos si se salieran del paraguas español, una protección que desprecian porque, precisamente, es española. Como los niños pequeños, creen que se lo merecen todo y que el Universo gira a su alrededor. Yo soy superior a ti.

Demostrado el primer axioma, veamos el segundo. Los actuales rebeldes llevan años mofándose de la Cultura española en TV3, la televisión del Régimen, a diario. Sin embargo, hay figuras de tal magnitud en la Historia de España que ni siquiera el indepe más cateto puede despreciar. ¿Qué han optado por hacer, entonces? Apropiárselas! Apropiarse de los grandes escritores españoles, de las grandes figuras históricas de España a fin de pertrecharse de una Cultura propia sólida. Desde Cervantes hasta Cristóbal Colón; desde Santa Teresa de Ávila hasta Pablo Picasso todos fueron catalanes, en realidad. Recuerdan ustedes este delirio de hace dos o tres años? Les sacaron chistes hasta en los telediarios! Todo ello se combinó con el célebre Espanya ens roba, una de las frases de mayor éxito en la propaganda goebbelsiana que se puso en marcha durante el proceso de mesianización de Artur Mas, un hombre oscuro colocado a dedo por Jordi Pujol, el mayor ladrón de las Españas! Artur Mas, cuyo aspecto de vendedor de paños de Tarrasa, con ese prognatismo casi atractivo de héroe Marvel, entró por la puerta de atrás alzado en volandas por el 3% de comisiones continuas en su Consejería, práctica que continuó permitiendo durante su mandato. Semejante sinvergüenza enmascarado, viéndole las orejas al lobo de la Justicia, emprendió una huida hacia delante perfectamente organizada para desviar la atención que se le empezaba a prestar al inaudito expolio que llevaban practicando en su propia tierra los nacionalistas de CiU desde el 78 ininterrumpidamente. Los 11 Principios de la Propaganda de Goebbels, el gran nacionalista que fue la mano derecha de Hitler, fueron aplicados religiosamente. ¿No conocen ustedes estos Once Principios? Si no los conocen, merece la pena que les echen un vistazo pinchando aquí: van ustedes a reconocer de inmediato las prácticas del nacionalismo!

En los 11 Principios de Goebbels se concentran todas y cada una de las añagazas, cada una de las estratagemas, de los insultos, de las calumnias, de las tropelías que, tanto los nazis de entreguerras como los que ahora están a punto de declarar la independencia de Cataluña cometieron contra su propio país. El Espanya ens roba, en principio utilizado como arma para desprestigiar a España, ha hecho más daño a Cataluña que cualquier afrenta que realmente alguno de ellos hubiera podido sufrir jamás. Sin embargo, ello les ha permitido presentarse como víctimas, como afectados por una supuesta injusticia social. Aprovechando la crudeza de la crisis económica que hemos padecido todos los españoles, han culpado al resto de sus compatriotas -al otro- de todos sus males, consiguiendo, así, extraer miles y miles de millones de euros extra del Fondo de Liquidez Autonómica; se han apropiado del Archivo de Salamanca, del patrimonio histórico-artístico aragonés, valenciano y balear; han extorsionado al Estado desangrando el FLA; se han beneficiado del turismo millonario que les llevamos allí desde las Olimpiadas del 92; les hemos colocado en su tierra las empresas internacionales más importantes (que ahora abandonan el barco como las ratas, trasladando sus sedes sociales a Madrid, Valencia o Baleares!); se han hecho con el capital extranjero más jugoso; se han apropiado de nuestros escritores, de nuestros pintores, de nuestros héroes, de nuestra Historia, de nuestros impuestos y de nuestra mano de obra. La banda Pujol-Ferrusola, que deja a José María el Tempranillo a la altura de Oliver Twist, ha expoliado durante décadas a su propio pueblo logrando amasar un patrimonio calculado en más de 35.000 millones de euros! Convergencia i Unió ha desangrado Cataluña a través de innumerables obras públicas y otros enjuagues de los que sacaban entre un 3% y un 5% en cada operación! Y encima nos han culpado de robarles! Ha sido una tarea magistral, una obra de arte del latrocinio. Yo me voy a apropiar de todo lo tuyo.

En cuanto a la tercera idea central del nacionalismo –liquidar al otro-, recuerden ustedes que empezaron por abandonar el castellano en las aulas, arrinconándolo como lengua residual pese a ser la lengua cooficial en toda Cataluña. Después, prohibieron rotular los negocios en castellano; a los pequeños o grandes comercios que rotularan en español se les empezó a caer el pelo si reincidían: multas, asedios, piquetes y, finalmente, el cierre del negocio. Como en la Alemania nazi. Igual. Después, comenzó a desaparecer del todo la enseñanza en castellano. Total: como es la segunda lengua más hablada del mundo, para qué quiere un pueblo superior, como somos nosaltres, conocer la lengua española? Prohibámosla! Y allá que obligaron a todos los catalanes a escolarizar a sus hijos en un idioma que no hablan más que en Cataluña, y ni siquiera en toda la región! El uso de la lengua como arma arrojadiza y herramienta de opresión es un recurso propio de los regímenes totalitarios. Pero no contentos con ello, decidieron arrancar de raíz la fiesta nacional: los toros. Yo no soy aficionado a la tauromaquia; es más, no me hace mucha gracia; pero no soy partidario de prohibir las manifestaciones culturales por decreto. Sin embargo, en Cataluña se prohibieron los toros; pero, ojo: no todos los toros; sólo la Fiesta Nacional. Los correbous, los capllaçat, los bous embolats y otras atrocidades pueblerinas mucho más crueles se han seguido subvencionando. Se ve que esos pobres toros, cuando braman anunciando su muerte, lo hacen en perfecto catalán!

Arrancan de raíz cualquier manifestación de la Realidad porque les molesta a la vista. Cambian la lengua por decreto. Suprimen las fiestas populares de un plumazo. Prohíben la comunicación en una lengua cooficial. Persiguen la enseñanza en castellano. Amenazan a los vecinos que no asistan a las manifas pro independencia. Y si les pides explicaciones, te dicen con toda la tranquilidad del mundo que todo ello responde a un prurito –obsesivo, sí; pero justo!- de construcción de la propia identidad. Pero no nos engañemos: lo que subyace tras este esperpéntico intento de apropiación indebida del patrimonio histórico-artístico del otro; lo que está soterrado tras la inmersión lingüística (otro eufemismo bochornoso) o tras la prohibición de las fiestas tradicionales no es otra cosa que la voluntad de borrar del mapa al otro. Yo voy a acabar contigo.

Como verá usted, sufrido lector, en el nacionalismo catalán se cumplen rigurosamente las tres ideas nucleares del nacionalismo que los alemanes pusieron en práctica desde 1920 hasta la muerte de Hitler en 1944: Yo soy superior a ti; Yo me voy a apropiar de lo tuyo y Yo voy a acabar contigo.

No hay nada más que hablar

Por todo ello, me pregunto si en algún momento de la reciente Historia de España ha habido algún escape de gas tóxico cuyo efecto haya sido la desintegración de las sinapsis neuronales. ¿Lo ha habido? No recuerdo que así fuera! Pero escuchando hablar a cretinos del calibre de Pedro Sánchez, a delincuentes sociales como Pablo Iglesias y otras figuras mediáticas del mismo jaez no me queda otra que preguntármelo: ¿ha habido algún envenenamiento colectivo que afecte a las neuronas? Porque hay que tener los hemisferios en muy mal estado para defender cualquier mediación, cualquier género de diálogo o de negociación con los golpistas que mantienen en vilo a España y a Europa! El sábado 7 de octubre hubo una enorme manifestación a favor de la unidad de España en toda la nación. Cientos de miles de banderas españolas ondearon al sol de este otoño caliente con un solo grito: “Puigdemont a prisión!” Y mientras tanto, en un rincón del Madrid atrabiliario se reunía la créme de la posverdad bajo el eslogan Parlem (Hablemos) solicitando “más diálogo”. Todos habían recibido la consigna de ir vestidos de blanco, con pancartas blancas y sin banderas; soltaron decenas de globos blancos. Todo era de un blanco nuclear. Parecía aquello un simposio de vestales. Mi querida y admirada amiga Cornelia Cinna, en un alarde de gracia sevillana los ha bautizado con el sobrenombre de los del Ariel. Pues bien: los del Ariel, capitaneados por esa abominable excrecencia del márquetin político que es Pedro Sánchez, se desvincularon de la gran manifestación popular que pedía la unidad de España para irse a un rinconcito epatante de Madrid a pedir más diálogo.

¿Más diálogo? Más diálogo con quiénes? ¿Con la banda de Puigdemont? ¿Con los delincuentes habituales de las CUP? ¿Con el sedicioso Trapero y sus mossos de pega? ¿Con quiénes hay que abrir un proceso de diálogo? Ya lleva años el cada día más débil Gobierno de Rajoy dialogando con estos delincuentes sin conseguir otro resultado que no sea el de siempre: volver a saltarse la Ley, a mearse en la Constitución, en los Tribunales, en las distintas Fiscalías y en todas y cada una de las órdenes judiciales! Aquí ya no hay nada que hablar! Llega un momento en toda mala relación en el que ya no cabe más tensión, y esta ha de convertirse en otra cosa: en resolución. España entera ha sido testigo de las barrabasadas cometidas por este enfermo con gafas y su obeso partenaire en nombre de su supuesta construcción nacional, que no es más que la aplicación a rajatabla de los tres dogmas del nacionalismo y, lo que es peor, a nuestra costa! El 6 y 7 de septiembre pasados se asestó un golpe de Estado en el Parlamento catalán, obligando a abandonar físicamente la Cámara a casi la mitad de los políticos para no sufrir tamaña violación. Acto seguido, comenzó una campaña perfectamente orquestada de revueltas callejeras aparentemente populares pero que de populares tienen lo mismo que la Estética de Hegel: nada.

Y es que lo que se ha iniciado en Cataluña el 6 de septiembre pasado quizás sea una revolución; pero no una revolución popular. Y no lo es porque no emerge del pueblo catalán, sino de una parte muy localizada de la sociedad catalana: la burguesía acomodada de CiU de toda la vida, ungida por una carambola estratégica al carro miserable de los parafascistas de ERC, y atada por els collons al lumpen más abyecto, representado por las CUP. Pero no se engañe nadie: éstos no son los catalanes! No representan ni a la mitad de todos los catalanes! Ni la burguesía ni el lumpen representan ni han representado jamás al pueblo! Sin embargo han conseguido (desde las instituciones españolas que han usurpado y con la inestimable –e inolvidable- ayuda financiera de Mariano Rajoy) hacerse con el control de casi todas las plataformas institucionales de Cataluña: policía autónoma, puertos, periódicos, televisión pública, el hipersubvencionado gremio de payeses, los directores de los centros de enseñanza, etc. Y ahora juegan a mover los hilos en perfecta coordinación y con la gran eficacia que los catalanes –las cosas, como son!- han demostrado siempre a la hora de organizarse.

Hay que aplastarlos

Están todas las cartas sobre la mesa. ¿Qué narices hay que hablar? No hay nada más que hablar! Es el momento de actuar. Y actuar de un modo contundente y definitivo. Declare o no declare el rebelde Puigdemont la independencia (esto ya es irrelevante), hay algo que está claro como el sol del mediodía: ha llegado el momento de suspender la Autonomía catalana; es urgente e imperativo entrar físicamente en el Parlament para detener y llevarse esposados a todos los golpistas. A todos. Si para ello hay que abrirse paso a la fuerza a través de la muchedumbre de delincuentes separatas que han convocado para la ocasión (lo cual no es más que otra demostración más de fuerza a lo Mussolini por parte de los sediciosos), para eso tenemos el magnífico Ejército español, entrenado maravillosamente durante los últimos cuarenta años para poder lucirse en una ocasión tan grave como esta.

¿El Ejército en Cataluña? ¿Los tanques en la Rambla? Por supuesto! El tiempo que haga falta! Pues claro que sí! Los españoles que allí viven están siendo agredidos a diario desde hace años! Y en las últimas semanas, con inusitada crudeza! Nuestros compatriotas los catalanes nos están pidiendo ayuda a gritos! Diariamente rezan para que no les olvidemos; nos gritan que por Dios les ayudemos! ¿A qué esperamos? Acudamos ya en su auxilio! Sin contemplaciones! Sin complejos! Francia no dudaría un minuto. La Alemania de Merkel no titubería ni un segundo. Y no hablemos de lo que harían los estadounidenses ante un caso de tanta gravedad! Adelante, pues, con los faroles!

Eso sí: ya no basta con encarcelar a los rebeldes y aplacar la rebelión de los perroflautas. Si nos quedásemos en eso quizás recondujéramos la vida ciudadana a la normalidad en un par de meses, pero sólo conseguiríamos retardar unos años la reaparición de este cáncer letal que es el nacionalismo. No podemos contentarnos con eso. No! Claro que no! Hay que ir más allá.

Hay que tipificar como Delito de Estado el nacionalismo, prohibir las asociaciones políticas  de corte nacionalista como se prohíben las de cariz yihadista. Hay que castigar con las penas más prolongadas el delito de pertenencia a banda nacionalista. Y a los autores de este golpe de Estado, de este intento de robo de la Soberanía española no sólo hay que encarcelarlos, embargarles sus bienes y cerrar sus pestíferos clubes, sino también perseguirlos hasta que salgan a lomos de burro por los Pirineos o chapoteando en balsas por el Mediterráneo. Hay que arrancar las páginas infames de sus libros de Historia, silenciar en los bares a los parafascistas que decidan seguir viviendo entre los ciudadanos libres. Hay que negarles el pan y la sal, ahuyentarlos de las cercanías de los colegios, barrerlos de las universidades, echarlos de los medios de comunicación, expulsarlos hasta de las iglesias. Hay que defenestrar sus símbolos, derruir sus estatuas, borrar los epitafios de las tumbas de sus héroes. Hay que quemar sus naves, degollar su ganado, derrumbar sus casas, destruir sus templos y anegar sus silos. Hay que acabar con ellos. Y, como insectos perniciosos que son, hay que aplastarlos. Aplastarlos! …Aplastarlos!!!



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6 comentarios:

  1. Evidente lapsus scriptum: Hitler muere en 1945.

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    1. Sí, perdón: quise poner el año en que murió Hitler y puse la fecha en que Alemania se retira de la IIWW. Hay que corregirlo!

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  2. Sinceramente, si la defensa de España estuviera representada por tipos como usted yo tambien me querría independizar. Y ni siquiera he estado nunca en Cataluña.

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    1. Eso solo significa que la propaganda nazionalista llega mas lejos de lo que al principio pensabamos!

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    2. Gracias, Neike: viniendo de un tipo como usted, es un halago que no tiene precio!

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  3. Ya se nos ha colao un buenista. De todas maneras, todo quedará en nada, habrá alguna sanción, y todo seguirá igual. Al tiempo.

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