sábado, 7 de octubre de 2017

Sudetes de Cataluña




Artículo de Federico Relimpio



Lunes que viene, no hay acuerdo. Luctuoso pero verdad.

No voy a entrar en cómo hemos llegado hasta aquí. Además, es opinable. Como todo lo que voy a decir.

Tampoco voy a comentar las consecuencias económicas. Porque, de eso, nunca se sabe nada.

Solo hablaré de gente, que, de eso, algo entiendo. Un poco, no mucho.

Declaración unilateral de independencia. Vamos a imaginarle el éxito. O cierto éxito. El éxito que estas cosas pueden tener, caso de salir lo menos mal posible.

Una multitud alborozada y banderas de España pisoteadas de los Pirineos al Ebro. No me extiendo; se lo imaginan.

Pero…

Ahí dentro llevan varios millones – ¿cuántos? – de gente que, al día siguiente, tendrán miedo. Miedo de hablar en español, fuera del ámbito privado – y depende con quién -. Gentes nacidas allá, tan catalanes como cualquiera, pero que no creyeron en el proyecto independentista, y que no tuvieron problema alguno en combinar la lealtad catalana con la española.

Comenzará el proceso constituyente. Querrá ganarse los parabienes de la UE y mostrarse garantista, al menos en apariencia. Y esos del párrafo de arriba saldrán a la luz, con sus siglas y sus líderes. Me pregunto si los mossos los defenderán con eficacia, cuando se manifiesten. O si harán como la policía alemana con los judíos cuando la kristallnacht. Si se encontrará un pretexto o el otro para comenzar una represión más o menos descarada. O un trato displicente.

Si, de modo más o menos soterrado, las nuevas autoridades empezarán a hacer lo que intentó llevar a cabo la Policía Nacional y la Guardia Civil a la mayoría victoriosa el día uno de octubre. Pero, entonces, estará plenamente justificado a sus ojos, no les quepa la menor duda. Habrá que ver la reacción de los opinadores europeos y nacionales, y si el rasero es el mismo.

Seguimos con la imaginación: que siguen los cauces para la Constituyente bajo unos mínimos democráticos. Y que la Constitución de la nueva República de Cataluña consigue la aprobación de la mayoría de los ciudadanos de Cataluña.

Visto el escrúpulo legal con que empieza el nuevo estado, es previsible que el trato que reciba una minoría mayoritaria identificada con la antigua potencia colonizadora no sea particularmente amable. Al modo de los franceses de Argelia, se les tachará de pied noir, y se les invitará a marcharse, tras enajenar sus bienes. Eso, o la renuncia expresa a la nacionalidad española y a todo acto público en sintonía con dicho sentimiento.

Faut de quoi, es previsible que se les someta a un muro de silencio, una especie de distintivo al modo del que portaron los judíos durante el régimen nazi en el que se lea “espanyol”, sobre los colores de la bandera de España. De modo tácito o expreso.

La declaración unilateral de independencia y los procedimientos seguidos por sus actores y mayorías dejan a millones de catalanes sumidos en el desasosiego, formando un grupo de “sudetes” de España, ahí, a pocos kilómetros de un hogar nacional que difícilmente puede dejarles desatendidos. Una situación explosiva. Y evitable, por encima de todo.



 



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