jueves, 4 de enero de 2018

Anna Muzychuk y 3 millones de mutilaciones genitales



Artículo de Antonio Robles


La defensa de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en el campeonato mundial de Ajedrez de Arabia Saudí, ha llevado a la campeona mundial ucraniana, Anna Muzychuk, a negarse a jugar. Su postura no es sólo simbólica, perderá sus títulos y más de 150.000 dólares. El gesto no debe arruinar su carrera, sino resaltar los principios que la han empujado a realizarlo.

Si la intolerancia y el machismo de Arabia Saudí y el tufo a carcamal de los responsables de la Federación Mundial de Ajedrez obligan a las mujeres a comportarse y vestirse con normas discriminatorias por el solo hecho de ser mujeres, el mundo libre ha de multiplicar por bienes los perjuicios que unas normas injustas le han ocasionado por defender lo que en nuestras sociedades no toleraríamos. Así lo esperan Anna y su Hermana Myriam: “No acudir al campeonato es una cuestión de dignidad, de defensa de la libertad de elección y el respeto por nosotras mismas. Como deportistas de élite debemos dar ejemplo”.


El mundo es injusto, hay crueldades por doquier, sabemos que erradicarlas con un chasquido de dedos es imposible, pero ¿Es soportable ser tan exquisitos en el rechazo al lenguaje machista en Occidente, y, sin embargo, ser tan poco beligerantes con prácticas y modos de vida miserables de la mujer en el mundo?


El simple atrevimiento de ponerse por un instante en el lugar de los padres de Diana Qeer, nos estremece. La cercanía nos hace más humanos, la lejanía disuelve el compromiso con la humanidad y relaja la urgencia de regirnos por el derecho. Lo suplimos con humanismo virtual, una forma confortable, el sucedáneo que nos impide enfrentarnos al compromiso y vivir a salvo de la mala conciencia.


¿No deberíamos aprovechar la repugnancia que nos provoca en nuestra casa el abuso de ciertos mandriles sobre sus mujeres, para dimensionar el mal insufrible que padecen millones de mujeres en el mundo y que pasan desapercibidos para la mayoría de las sociedades occidentales? ¿Por qué nos indignamos hasta el hastío con las decapitaciones de occidentales en Oriente próximo, movemos cielo y tierra para impedirlo, inmovilizamos cuentas bancarias, enviamos operaciones militares de castigo, y, sin embargo, nos desentendemos de la suerte de 3 millones de niñas y adolescentes mutiladas sexualmente cada año en más de 28 países del mundo?


¿Por qué no tienen portadas diarias en nuestros telediarios las tragedias de miles de niñas y adolescentes obligadas a estas crueles prácticas? ¿Alguno de nosotros permitiría que arrebataran a nuestras hijas su libertad, su sexualidad, verlas condenadas a infecciones y sufrimientos, a veces, incluso, durante toda su vida? En el proceso, miles de niñas mueren desangradas o por infecciones posteriores.

La contabilidad de abusos sobre la mujer fuera de nuestras fronteras con constituciones democráticas es infinita. Anna Muzychuk, ha tenido el valor de ponerlo negro sobre blanco en Arabia Saudí. La mujer no puede vestirse a su gusto, ha de llevar abaya, hijad, está obligada a ser acompañada por un hombre si quiere salir a la calle, no puede conducir, trabajar de noche, ni heredar bienes o atestiguar en los Tribunales.  En Yemen, el valor como testigo para igualar al de un hombre debe ser el de dos mujeres, En el Afganistán talibán, las niñas tienen prohibido ir a la escuela y las mujeres no pueden ir al hospital. En Sudán se permite la violencia doméstica, los matrimonios infantiles y las violaciones.

Anna Muzychuk, no ha pretendido imponerles nada a los saudíes, solo se ha negado a dejarles disponer de su vida: “los derechos de las mujeres en Arabia Saudí son violados por completo. No quiero ser tratada como una criatura de segunda. Creo que sólo yo debo elegir lo que voy a vestir, y sólo yo puedo decidir si quiero ir acompañada por alguien o no cuando salga a la calle”.

A veces hay que salir de nuestra confortable vida para darnos cuenta del frio que hace fuera. Nuestra instituciones y federaciones deportivas no deben, ni deberían poder castigarla por ello, sino reconocer su renuncia y difundir su valor.











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