jueves, 2 de abril de 2015

La teoría de las ventanas rotas


Hace ya varios meses que la policía de las grandes ciudades de Estados Unidos aplica la teoría de las ventanas rotas, especialmente desde los graves disturbios de Ferguson. Según esta teoría, los agentes de policía tienen autorización para detener e interrogar a cualquier persona que ose tirar un papel al suelo, pintar en una pared o rayar un simple cristal. Pequeñas faltas que, de no evitarse antes, llevan a una 'escalada' de delitos mayores que podrían desembocar en unos niveles de criminalidad importantes. En definitiva: que el mal ha de cortarse de raíz.

Los sociólogos Marc Keuschnigg y Tobias Wolbring, de las universidades de Munich y Mannheim respectivamente, se atrevieron este año a rebatir la teoría de las ventanas rotas con un estudio publicado en la revista Rationality and Society. Según sus investigaciones, los actos de vandalismo en barrios acomodados llegan a ser mucho más pronunciados sin derivar por ello en una espiral de delitos o violencia. Además, los autores defienden que, una vez se dan delitos más graves como, por ejemplo, el robo, las faltas más leves (pintadas, basura, etc.) dejan de tener ningún efecto.

¿Quién tiene razón? ¿Pueden Keuschnigg y Wolbring extrapolar los resultados del estudio de dos universidades alemanas a la sociedad norteamericana? ¿Tienen todos los pueblos el mismo concepto de limpieza, orden y defensa de la ley?

Independientemente de las respuestas a estas preguntas, cualquier andaluz observador puede concluir que tanto la policía estadounidense como el estudio de los sociólogos alemanes tienen su porción de legitimidad en nuestra comunidad autónoma. Hace algunas semanas, el autor que esto escribe se encontraba en el aeropuerto de Jerez, facturando una maleta en el mostrador de la aerolínea. A escasos dos centímetros a mis espaldas, una familia de cinco, niña pequeña incluida, se había saltado la línea amarilla de ''Espere su turno'' y me estaban incordiando el movimiento de brazos y piernas en la incómoda tarea de subir la maleta a la cinta del peso. Servidor, que tiene la condena de pensar y razonar hasta a la hora de bailar en la discoteca, se preguntó si un grupo de personas que no sabía respetar ni una simple línea pintada en el suelo sería capaz de defender el buen uso del dinero público por parte de la administración con su voto. La conclusión, obviamente, fue negativa.

Esta pequeña tontería del aeropuerto, que sin embargo me llama la atención y me choca por el nivel de civismo al que estoy acostumbrado en Alemania, no es obviamente mal endémico de Andalucía. Pero Andalucía sí es la patria chica de España donde todos nuestros vicios se ven multiplicados hasta el infinito. Unos vicios, por cierto, que, como el chocolate, van acompañados de su parte de placer, sin duda: si la familia se saltaba la línea de espera, no era más que porque sentía alivio de pensar que, quizá, su turno le llegaría antes. Y, por este maldito placer egoísta, Andalucía parece que nunca va a salir de sus vicios.

A gran escala, la inmensa corrupción de la Junta de Andalucía ha llegado a dar por válidas las peores hipótesis de Keuschnigg y Wolbring sin necesidad de estudio alguno. El latrocinio abusivo del gobierno andaluz ha llevado a que faltas más leves, como el paseo de una patrulla de la policía que fuma o mira el wassap estando de servicio, nos parezcan irrelevantes o partes del paisaje. Nos ha llevado a aceptar que la inauguración de una estación de Sevici signifique que a los pocos meses nos encontremos con unas cuantas bicicletas maltratadas por aquello de 'no ser de nadie'. Y, lo más importante, nos invita a pensar que, si un fontanero se ahorra el IVA, lo está haciendo para protegerse de 'la casta', no porque participe plenamente del fraude al que prácticamente nos convidan los políticos.

En cualquier caso, sea quien sea el dirigente que en Estados Unidos propuso la teoría de las ventanas rotas, debe saber que, si bien en Andalucía la medida sería muy ejemplarizante, el pueblo no dudaría en salir a la calle -cuidado que no coincida en el calendario con alguna manifestación futbolera- para denunciar el abuso draconiano de 'la casta'. No les quepa a ustedes duda. Y el político que osara implantarla habría cavado su propia tumba.




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