miércoles, 13 de mayo de 2015

La Ballesta




El pasado 20 de abril, un niño de 13 años, M. P., mató en un instituto de Barcelona, de una puñalada en el vientre, a Abel Martínez, un profesor que cubría una sustitución desde hacía dos semanas. El adolescente, además del machete, iba armado con una ballesta profesional que habían regalado a su padre hacía 20 años. Hirió a cuatro personas más: una profesora; la hija de ésta; un compañero de su clase y otro docente. Cuando el profesor de Educación Física lo convenció para que depusiera su actitud, M. P., que se encontraba en la segunda planta del instituto fabricando un cóctel molotov con los componentes específicos que llevaba en una mochila, se echó a llorar.

La muerte de Abel Martínez no pudo evitarse. Y no sólo porque los servicios sanitarios, que llegaron de inmediato, ya no pudieran hacer nada por su vida, sino porque el asesino lo organizó con pulcritud: estaba bien pertrechado y decidido a matar a quienes se le pusieran por delante; todo estaba planeado, y cuando blandió el machete contra el joven sustituto que quiso evitar una matanza, lo hizo en serio.

Las aficiones del asesino eran las series y películas de zombies, el cine gore y las armas; guardaba en su casa otras tres ballestas fabricadas por él, y en las paredes de su habitación la Policía encontró numerosos carteles con imágenes de monstruos abominables bajo los cuales podía leerse con claridad “Os voy a matar a todos”.

Cómo es posible que sus padres, gente de izquierda (según ellos mismos se han declarado), no se percataran de lo que este asesino de 13 años guardaba en su cuarto? No les llamaba la atención la exposición permanente de carteles con monstruos bajo la cual se leía clara y contundentemente la amenaza expresa? Es más: sabiendo -como sabían- que su hijo estaba bajo tratamiento psicológico, cómo es posible que no vigilaran de alguna manera las páginas de internet que a diario visitaba este desgraciado niño?

En el instituto Joan Fuster, que es donde ocurrieron los hechos, los compañeros de este asesino adolescente declararon que venía avisando desde hacía tiempo: “un día voy a venir y me los voy a cargar a todos”, decía, a veces, refiriéndose a los profesores. Pese a todo, nadie avisó de lo que se estaba fraguando. Qué fuerza oscura consiguió que ningún compañero de clase, preocupado por estos comentarios amenazantes, lo comentara en casa? Y si alguno lo hizo (porque es técnicamente imposible que ningún colegial se lo contara a sus padres!), qué suerte de inercia terminal impidió que al menos un padre con conciencia o una madre preocupada se lo comentara a algún tutor?

Yo se lo diré a ustedes: el desprecio. El desprecio hacia la figura del Profesor fue la inercia que impidió que ningún padre de alumno comentara lo que se venía cociendo con este desgraciado adolescente cuyos padres no ejercían control alguno sobre él; el desprecio, la desconsideración hacia la figura que representa la Auctoritas fue la fuerza tenebrosa que permitió que este niño de 13 años asesinara impunemente a Abel Martínez e hiriera a cuatro personas más; no fue, créanme, sino el desprecio por la profesión de enseñar lo que paralizó las conciencias de todos los compañeros de clase y de cuantos padres hubieran oído comentar a sus hijos las barbaridades del jovencísimo asesino, prefiriendo acallar el peligro inminente que se cernía como una sombra sobre el instituto antes que denunciarlo, y refiriéndose luego, ante los periodistas, a las amenazas explícitas de M.P. como las chorradas de un bocazas. 

El otro día escuché en la radio a un comentarista decir que “no se puede culpar a los padres del asesino, porque los padres españoles quedan despojados de cualquier posibilidad de educar a sus hijos desde el punto y hora en que darles una bofetada puede significar un año de cárcel”. En un primer momento, me pareció que tenía cierta razón: todos hemos oído en los noticiarios casos de padres condenados a la cárcel, o a multas cuantiosas, o a órdenes de alejamiento a causa de haber dado un bofetón a un hijo; pero luego lo pensé más detenidamente y recordé que son precisamente los padres quienes tienen la sartén ardiente por el comodísimo mango en todos y cada uno de los centros docentes, sean éstos colegios, institutos, academias o conservatorios. Las asociaciones de madres y padres de alumnos (AMPA, para los iniciados) gobiernan la vida y hacienda de los profesionales de la Educación; influyen decisivamente en los Planes de Centro, y una sola queja suya a la Delegación (al Inspector) puede abrir contra cualquier profesor un proceso inquisitorial de consecuencias tales que dejaría los de Torquemada al nivel de un juego de niños.

Si con todo este poder acumulado en las últimas décadas resulta que no son los padres los responsables de un acto como el que ha llevado a la tumba a Abel Martínez, quiénes tienen entonces la responsabilidad última de esta barbaridad? Los jefes de estudio? Los directores del Centro? Los inspectores? Los políticos que dirigen las Consejerías de Educación?

Aparte de mis muchos años de clases particulares (empecé dando clases de guitarra a domicilio con 17 añitos), he impartido clases de Música en escuelas municipales durante 7 años, simultaneándolas con clases de Primaria y Secundaria en diferentes colegios concertados otros cinco cursos; más tarde, y ya mayorcito, entré a dar clases en los conservatorios andaluces, labor en la que cumplo ya 10 años de docencia. En total, llevo unos 18 años consecutivos dando clases oficiales: en la privada, en la concertada y en la enseñanza pública; en pueblos pequeños y grandes; en ciudades inmensas y recoletas; con alumnos de costa y de tierra adentro, de valle y de montaña. Y a mi juicio, la presión que ejercen los responsables (sic) políticos de la Consejería de Educación en cada región de España (yo sufro la andaluza desde hace más de una década!) sobre los inspectores es tal que, éstos, se ven obligados a presionar -a su vez- a los directores de los centros docentes a los que controlan para que los resultados académicos que obtengan sean poco menos que extraordinarios, con unos índices de aprobados cuasi olímpicos y una tasa de fracaso escolar prácticamente inexistente.

No sé qué ocurrirá en otras regiones, pero en Andalucía, las directivas de los colegios, institutos, conservatorios, etc. trabajan bajo la presión y la vigilancia de los inspectores y los políticos; los directores, en muchísimos casos, se ven obligados a presentar resultados brillantes que permitan al inútil de turno colocado en la poltrona de la Consejería de Educación de la Junta presumir cada fin de curso de los excelentes resultados obtenidos por la política educativa de su partido ante los periodistas. Y esto, pese a que cada tres años aparezcan los hombres de negro del Informe PISA y coloquen a los niños andaluces donde en realidad están: en el furgón de cola de la Enseñanza general en toda Europa. Así, nos dan trianualmente el sofocón a los maniatados profesores; sofocón que antecede al ya consabido tirón de orejas en las asignaturas de Matemáticas y Lengua, consideradas universalmente las de contenido esencial para el futuro de cualquier estudiante.

Cada vez que este informe se publica, que es cada tres años, los políticos eluden hacer comentarios, miran hacia otro lado, se tapan los oídos y vuelven de inmediato a la Arcadia feliz en la que viven; se zambullen a toda prisa en la locura con la que sueñan. Para estos vividores irresponsables, todos los estudiantes de Andalucía, a tenor de los resultados, son poco menos que Amarilis y Galateas que tañen sus pífanos y liras mientras entonan bucólicas romanzas deambulando con la frente coronada de jacintos y recitando los sonetos del Petrarca entre los verdes prados y al amor del rumor de un riachuelo.

Pero en qué mundo viven? En qué unicornios se suben para ir de la Consejería o la Delegación a los mullidos sofás de sus casas? No ven que ya hace años que hemos creado un mundo paralelo, falso como un discurso de Susana Díaz, en el que los que más pierden son los alumnos? En lugar de tomar cartas en el asunto y decir “no tenemos ni puta idea de lo que significa esto de educar a los niños; así que vamos a dejar que los profesionales de la Educación establezcan los parámetros educativos, los ítems, los contenidos, la valoración de resultados… Vamos a dejar la Educación en manos de los profesores!”; en vez de intentar tal cosa,  lo que han hecho hasta ahora es –atención!- crear un engendro monstruoso e inútil al que han bautizado como Agencia de Evaluación Educativa, compuesta por contratados a dedo fuera de la Función Pública (es decir: que no están ahí por oposición, sino por designación particular!), y cuyo universo oscuro gira exclusivamente alrededor de la compulsiva acción de evaluar.

Esta infame Agencia de Evaluación Educativa se convirtió rápidamente en un búnker surrealista que, amén de innecesario, es ilegítimo, inmoral y perfectamente inútil. La Estadística es prácticamente la única herramienta que manejan; obligan a los centros educativos de toda Andalucía a evaluar, evaluar y evaluar; reparten estadísticas que hay que rellenar y que tienen que ser devueltas por las Directivas de los centros; luego (en el mejor de los casos y si es que alguien se las lee!), las cotejan y vuelven a publicar otras estadísticas con preciosos gráficos de colores que van del rojo al amarillo, y flechitas hacia arriba y hacia abajo; dictaminan qué centros tienen mayor afluencia de alumnos con padres separados o de condición budista, y en función de los resultados obtenidos deciden volver a evaluar la evaluación del evaluador que mejor haya evaluado lo evaluable.

Sin ánimo alguno de chancearme de este asunto, que es gravísimo, no me queda otro remedio que decir lo que todo el mundo piensa y nadie se atreve a verbalizar: esta agencia, como todas las demás de la Junta, es una excrecencia absolutamente nefanda, asombrosamente inútil y perfectamente prescindible. Y, al contrario de otros entes públicos pertenecientes a la Administración Superpuesta (como IDEA, EPSA, etc.), esta Agencia de Evaluación está destruyendo no sólo la generación a la que afecta coetáneamente, sino a las generaciones venideras; porque, mientras que los de Invercaria, IDEA, etc. han robado y siguen robando a sus contemporáneos y, desapareciendo como entes, desaparecería el daño, esta Agencia de la Compulsividad Evaluante va mucho más allá; porque aunque se esfumara repentinamente para alegría de todos, habría dañado ya los resultados académicos de los próximos 10 ó 15 años en Andalucía!

Ustedes no lo van a creer, pero éstos se inventaron hace varios cursos un engendro social que dieron en llamar Plan de Calidad, aún vigente y aplicado en toda Andalucía pese a las dos Sentencias firmes del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía declarándolo ilegal (I y II), y la Sentencia del Tribunal Supremo fallando también en contra de su aplicación. Este deplorable Plan de Calidad, denunciado por los sindicatos no afectos al Régimen, aparte de costarnos 500 millones de euros en cuatro años, consiste básicamente en un doble insulto al Profesorado: en primer lugar, nos llaman inútiles por suspender a los alumnos, responsabilizándonos de la pereza o la incapacidad de los niños suspendidos y sin pararse a pensar por un momento que el mayor orgullo que pueda tener un docente es que sus alumnos demuestren que han logrado aprender lo que él se ha esforzado en enseñarles y que si suspendemos a alguien es porque realmente no se ha esforzado o no ha demostrado el mínimo interés o capacidad para asumir los contenidos; y en segundo lugar, nos llama miserables, porque piensan que ofreciéndonos más dinero (unos 6.000€ distribuidos en 4 años: una miseria!) vamos -por fin!- a tomarnos la molestia de tener paciencia con los alumnos y a esforzarnos mucho más en enseñarles.

Este desbarre asombroso mediatiza de costado a costado los resultados finales de cada profesor, de cada equipo educativo y de cada centro docente: la manga se ensancha hasta alcanzar el aspecto de túnica borgoñona medieval y comienzan a aprobarse alumnos que en cualquier otro lugar de España serían suspendidos sin dudarlo, y en Inglaterra o Japón directamente expulsados del colegio. Los resultados se maquillan inevitablemente; yo diría que de modo inconsciente. Y la estadística que se entrega a la Delegación es irreal, fláccida y falsa.

Allí donde he ido a dar clases y se me ha ofrecido entrar a formar parte de esta farsa insultante amén de ilegal que es el Plan de Calidad, me he negado. Incluso en algún que otro conservatorio en donde misteriosamente me habían apuntado a la lista de los genuflexos, he tenido que solicitar expresamente que me saquen de la misma: no quiero figurar entre los que por cuatro perras aceptan que se les llame, primero, inútiles, y segundo, miserables!

Acaso creen en la Junta que yo, como profesor, al igual que la inmensa mayoría de mis compañeros, no me tomo todas las molestias habidas y por haber para que los niños aprendan? Es mi trabajo! No ven que soy interino? Mi principal ocupación es tomarme todas las molestias que sean necesarias para que mis alumnos progresen! 

No alcanzan a comprender, estos políticos, estos altos cargos, estos inspectores que algún día quizás fueron maestros -pero que indubitablemente ya han perdido todo contacto con la dura realidad de la Enseñanza cotidiana- que no hay mayor fracaso para un profesor que verse obligado a suspender a sus alumnos? Porque –y hablo por mí- suspender a un alumno es reconocer abiertamente que uno no ha encontrado la puerta de entrada al universo del colegial, del escolar, del adolescente, del aprendiz de violinista; es un lago desecado, una calle cortada, un bosque calcinado que no hemos podido salvar de las llamas!

Que internet, la televisión y los móviles hayan sustituido casi en su totalidad a la tutoría natural de los padres puede ser un hecho, pero no una excusa para renunciar a que los que han decidido tener hijos y los han criado con teta, biberón y pediatra sigan siendo padres responsables cuando éstos comienzan a mostrar los primeros síntomas de pereza, holgazanería y desinterés por aprender. Bien está que muchos maestros sean dinámicos y muestren una energía sobrehumana para enganchar a los niños en un mundo de diversión y fantasía, pero ese arma arrojadiza que la mayoría de los padres de alumnos perezosos enarbolan, la motivación, no se puede exigir a quienes ven al niño cinco horas a la semana (como en los colegios e institutos), o tan sólo una (como en los conservatorios): el tan manoseado concepto de motivación es una semilla compleja que ha de plantarse en casa, regarse en casa y podar y cuidar de las malas hierbas en casa. La mayoría de los que nos dedicamos a esta ya ingratísima tarea de enseñar hemos sido niños motivados por nuestros padres, por nuestro entorno y, no lo olvidemos, por nuestra propia inteligencia. En mi vida de estudiante, que ha sido larguísima, he conocido sólo a dos o tres profesores que ilusionaban a los alumnos con su energía y su brillo personal; pero, ojo: no a todos los alumnos! Siempre había un mínimo porcentaje de apáticos integrales en clase; y con éstos no había profesor brillante que valiera!

La responsabilidad última del aprendizaje se fundamenta en la actitud del alumno y la responsabilidad de los padres. Un estudiante normal, ni muy brillante ni muy obtuso, puede aprender pese a tener enfrente a un mal profesor (que también los hay, eh?); pero no hay alumno vago, indolente y maleducado que pueda aprender en condiciones, pese a tener delante al mejor maestro del planeta, si no hay detrás unos padres comprometidos, responsables y dispuestos a enderezar una situación que casi siempre se ha torcido en casa.

Si a esta enorme cantidad de padres y madres de alumnos se les hace creer desde las Instituciones que los profesores no merecemos la confianza debida; si cualquier queja de unos progenitores soberbios (como tantas veces ocurre) es considerada poco menos que el Evangelio según San Marcos desde las oficinas de las distintas delegaciones andaluzas y, como ya es habitual, se procede contra el profesor prácticamente sin conceder la presunción no ya de inocencia sino de integridad personal y profesional, qué mensaje llevan dándole a la sociedad andaluza desde hace décadas estos soplagaitas que dirigen, para nuestro dolor, el destino profesional de los docentes? Yo se lo diré a ustedes; el mensaje no es otro que éste: los profesores no tienen criterio; y en caso de que su hijo no dé un palo al agua, los únicos responsables son los profesores.

Estos técnicos de la Educación (de dónde los sacan?) han destruido el Principio de Autoridad, despojando al maestro, al profesor, al enseñante de su Dignitas y su Auctoritas. Para colmo, nos arrebataron ya hace tiempo también la Potestas (el Poder: recuerdan ustedes el poder terrífico que detentaban algunos maestros antiguos?), que en realidad no servía para nada y era el recurso último al que acudían los profesores sin Auctoritas. De modo que, despojados de dignidad, autoridad y capacidad de reacción, quedamos los docentes a los pies de los caballos ante los alumnos, sus padres, los cargos directivos de los centros docentes, los inspectores y los políticos. Sólo faltaría que nos quitaran un 20% del sueldo y nos negaran las pagas extra, que jamás han sido un regalo, sino el prorrateo del producto de nuestro trabajo! …Ah! Que ya nos quitaron todo eso? …Uf! …Menuda profesión!

Qué clase de Realidad virtual quieren imponer estos ineptos sobre la Realidad histórica? Hasta dónde están estos (ir)responsables dispuestos a torcer la fuerza de los hechos? Porque cuando se presiona tanto para que la Realidad, contra toda evidencia, sea la que unos iluminados quieren que sea, se acaba subvirtiendo la naturaleza de las cosas: los profesores dejan de suspender a los alumnos vagos, a los que no estudian, con tal de no meterse en interminables sesiones/tutorías/reuniones-de-Departamento en las que se suele culpabilizar al profesor de todos los males de la Humanidad. Si un alumno no da golpe en todo un trimestre, el profesor no puede demostrar tener suficiente criterio como para suspenderle si antes no ha advertido a la familia del niño en diecinueve mil tutorías firmadas y selladas por el centro y la madre del alumno; y aun así, a los padres les queda el recurso de acudir a la Delegación a quejarse de que el profesor, ese maldito inepto, no ha motivado lo suficiente a su hijo. Entonces, podría abrirse una investigación y se le podría hacer un Requerimiento formal al reo en el que debe presentar, antes de 48 horas, todas las anotaciones del Diario de Clases, la Programación del Centro, la Programación aplicada al alumno, la Metodología y las tutorías firmadas, amén de las reuniones con el Equipo Educativo (formado por los profesores de las demás asignaturas), en las que debe existir una valoración por especialidades!!! Si todo este trabajo lo tenía hecho desde antes del requerimiento, al profesor le dará tiempo a entregarlo en plazo. Pero, aun así, a los padres del alumno vago y disperso les queda recurrir a que el centro docente no rellenó en su momento cualquiera de los once millones de papeles-trampa que la Delegación o la ilegítima Agencia de Evaluación Educativa les exige tener rellenos. Y, créanme, es muy difícil que un centro docente tenga todos, todos, tooooodos los papeles en regla.

Así, una alumna a la que suspendió un compañero hace años por no estudiar jamás, por molestar a sus compañeros de clase y, en definitiva, por ser la apología de la mala educación y de la falta de respeto por la asignatura y por los demás, fue aprobada en el mes de julio, ya bien acabado el curso, en la Delegación de Educación; la aprobó una cuadrilla de chupatintas alegando que el centro docente no había rellenado en el primer trimestre no sé qué papelito, lo cual era cierto; pero ridículo.

Muchos profesores han acabado tirando la toalla y aprobando a alumnos que no están para aprobar con tal de no verse sometidos a procesos interminables que, al final, se van a resolver en las oficinas de la Delegación. Para qué tantos sofocones? Para qué enemistarse con los padres del alumno perezoso? A qué, poner en guardia al equipo directivo del centro? Para qué enfrentarse a inspectores omnipotentes, si al final se hará lo que digan aquéllos que no han tenido que sufrir día tras día al holgazán de la clase?

A mí me ha llegado a decir una directora de conservatorio “la verdad es que no entiendo cómo siendo interino te metes a suspender alumnos!” …Dios mío!!! Como si la condición administrativa de interino tuviera algo que ver con la pedagógica!!! Como si ser interino lo incapacitara a uno para distinguir entre quiénes están estudiando en serio y quiénes mareando la perdiz! Claro, con esta forma de pensar, las consecuencias de poner en su sitio a los vagos y a los maleducados me ha traído –a mí y a un buen número de compañeros!- no sólo problemas profesionales, sino personales. Y muy serios. Así, cuando uno se encuentra en su periplo de interino andaluz varios centros seguidos en los que suspender a un alumno supone tener que dar explicaciones hasta al Tribunal de las Aguas, por escrito, por triplicado y con juicios cercanos a las ordalías, uno se lo acaba pensando y baja el escudo y la espada anhelando ser atravesado de una maldita vez por las flechas del agresor para acabar cuanto antes con la tragicomedia.

En qué hemos transformado entre todos el Criterio del profesor? Qué validez tiene un Título firmado por el Rey de España si cada decisión de evaluación negativa que toma el que ha estudiado años y años para conseguir discernir entre lo que es progreso y lo que no, es puesta en tela de juicio y, lo que es peor, con la presunción de culpabilidad de antemano? Qué clase de Administración es ésta, que despoja absolutamente al profesional de la Enseñanza de la validez de su criterio? Qué instituciones son éstas, que desmienten la veracidad de nuestras calificaciones? Qué directores, inspectores y políticos son éstos, que nos desautorizan constantemente desde hace décadas? Cómo hemos permitido a toda esta caterva de alfeñiques intelectuales que nos traten así? …Cómo hemos llegado a esto?

Imaginen ustedes con qué ánimo acude a dar clases un profesor que sabe que sus calificaciones, caso de ser negativas, van a ser discutidas y puestas bajo la lupa intransigente de un ejército compuesto por el tutor, el jefe de estudios, el director, el inspector, el delegado y el mismísimo Consejero de Educación. Y todos ellos, no lo olvidemos, capitaneados por unos padres omnipotentes que en numerosas ocasiones (ojo: la mayoría de los padres no son así, por fortuna!), y cegados sin duda por su amor paterno, son incapaces de ver que esa sobreprotección a una actitud perezosa e irresponsable de su hijo no sólo incapacita al niño para enfrentarse a la dura realidad del futuro (si no sabes, no vales!), sino que desautoriza de un plumazo y para los restos la figura del profesor, del maestro, del docente, impidiendo tomar muy en serio en el futuro a cualquier mentor que pudiera aparecer ante sí en la vida real.

Si las Instituciones no hubieran iniciado esa terrorífica escalada de deconstrucción de la Auctoritas, sin duda fundamentada en el proceso inconsciente de rechazo a un padre o figura paterna dominante (caso de la mayoría de los socialistas pata negra de la Junta, que son hijos de militares, de abogados afectos a la Dictadura o de empresarios franquistas en su mayor parte), los profesores no habríamos llegado jamás a esta situación de indefensión, de descrédito, de desautorización, de culpabilización y de deslegitimación de nuestros criterios. Si los que tienen la fortuna de ordenar las estructuras sociales –los políticos- fueran respetuosos con la figura del Profesor y la valoraran como lo hacen en casi la totalidad de los demás países del mundo, la percepción del docente –sin llegar a los extremos de deificación que hay en Japón- sería la que siempre ha sido en una sociedad normal: la de la confianza, el respeto y la consideración. Y jamás habríamos llegado a permitir que un miserable entrara con una ballesta y un machete en un instituto para cumplir las amenazas que venía profiriendo desde hacía semanas y que todo su entorno decidió callar.

Porque, amigos lectores, una ballesta es un arma terrible. Según un compañero de mi conservatorio, magnífico instrumentista y mejor persona, que lleva años federado en Tiro con Arco, si un arco de competición normal tiene unas 38 ó 40 libras de peso y potencia, y un arco de poleas (lo más heavy del mundo del arco!) llega a más de 50 libras, una ballesta puede alcanzar las 70 libras de potencia: una burrada! El maldito asesino que clavó su hoja en el abdomen de Abel Martínez, antes lanzó a la cabeza de su profesora un bolígrafo disparado con una ballesta, hiriéndole en la cara a la altura del ojo. Evidentemente, erró el tiro, pues un bolígrafo lanzado con una ballesta es un proyectil mortal de necesidad. Su intención, como demostró con Abel, era matar, acabar con los zombies que le exigían estudiar; derramar la sangre de los monstruos que sin éxito le reclamaban diariamente educación, buen comportamiento, estudio y consideración hacia sí mismo y sus compañeros. Finalmente, una ballesta fue la solución.

Pero la verdadera ballesta, el auténtico proyectil lanzado a la cabeza del Profesorado es la desconfianza vertida hacia los que a diario nos enfrentamos cuerpo a cuerpo no ya con la ignorancia, sobreentendida en el alumno (para eso va a clases!), sino con la pereza, la mala educación y la desconsideración (reflejo indudable de lo que oye el niño en casa), que a mi entender son los grandes enemigos del Conocimiento. Que este compendio de obstáculos no sólo no se consideren como tales, sino que hasta se premien, es incomprensible; pero que quienes consientan y alienten esta dinámica sean las Instituciones (la legal y la ilegítima: la Consejería y la Agencia de Evaluación Educativa), será estudiado en el futuro con la extrañeza y el espanto con los que hoy estudiamos la desequilibrada lucha entre fieras y cristianos en el Coliseo romano.

Porque ya son muchos los años que llevamos los profesores andaluces sintiendo cómo nuestra carrera, nuestros estudios y nuestra prudencia en las clases no han servido para nada; que nuestra titulación, pese a estar expedida y validada por el Estado, no es suficiente para acreditar nuestras decisiones. Quizás, en un futuro no muy lejano, la inútil Agencia de las narices sea desmontada como lo que es: un chiringuito hediondo; un infame sacaperras. Y quizás los criterios de la Consejería de Educación respondan a aquéllos en los que se fundamentan las grandes naciones desarrolladas de Occidente: el esfuerzo, la competencia y la valía personal. En ese día, la profesión de maestro, de profesor, de docente habrá comenzado a recuperar la dignidad que estos más de 30 años de locura institucional, llena de rencor hacia no se sabe bien qué, han pisoteado y manchado de cieno. 

Algún día, alguien caerá en la cuenta y subirá al piso de arriba a quitarle la ballesta a quien dispara a diario contra los profesionales de la Enseñanza. Porque, que nadie se engañe: quienes nos disparan flechas mortales a diario no son los alumnos maleducados; ni siquiera los padres sobreprotectores y sobreprotegidos. Los que a diario nos tienen asaeteados como a San Sebastián son quienes permiten, alientan y estimulan este genocidio cultural: los políticos.



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2 comentarios:

  1. La funesta logse de estos sociatas neofranquistas, tenía como objetivo principal crear una masa social plagada de analfabetos funcionales, que les mantuvieran en el poder durante mucho tiempo, a base de poco razonar y mucho pedir migajas. Eso lo consiguieron, pero no pensaron en los posibles daños colaterales causados, en forma de desaparición de la autoridad de docentes y padres, que sólo ellos, estos malnacidos, han causado.

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  2. Por eso, estos progretas malnacidos suelen llevar a sus hijitos a colegios privados y selectos. Y mientras, los andaluces tontos útiles: ¡¡¡¡¡¡beeeeeeeeee!!!!!!

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