domingo, 3 de mayo de 2015

Oda a la socialdemocracia




Dije en la presentación de este diario que la urgencia en Andalucía no era dilucidar si el mejor sistema sería liberal o socialdemócrata, sino corregir un régimen que desde luego no es socialdemócrata, aunque este concepto sea utilizado para justificar el trinque abusivo.

Andalucía podría haber sido una de las regiones punteras de Europa si no hubiera habido una constante traición en la honradez de los sedicentes socialdemócratas a una feliz fiscalidad progresiva, a unos servicios públicos de calidad y, en definitiva, a todo aquello con el suave aroma a Escandinavia. El golferío urbi et orbi prostituyó la fiscalidad y la convirtió en represiva, menguó unos servicios públicos que nunca fueron de calidad y transformaron el concepto de Escandinavia en escondieuros.

No veo, como digo, nada malo en la socialdemocracia. De hecho toda Europa es, básicamente, socialdemócrata, y aglutina hasta el 50% de todos los recursos de Estado de bienestar del mundo. Si cientos de miles de personas se pegan tortazos por subir a esas pateras y naves a la deriva para alcanzar nuestras costas, algo bueno debe de tener nuestro sistema. Pero repito: ¡en Andalucía ese sistema ha sido desvencijado!

El que esto escribe se considera liberal, pero a veces no renuncia a replantearse sus propios postulados. Un argumento muy frecuente del liberalismo, por ejemplo, es que si una persona se arruina en su vida a consecuencia de sus propias acciones, toda la responsabilidad ha de recaer sobre sus hombros. ¡Esto es indudable!. El problema surge cuando esa persona tiene descendencia. ¿Es justo que su indefenso retoño tenga más dificultades que otros, si es que no pasa hambre directamente? No lo es. El liberalismo tiene otro riesgo importante: que cada uno sea libre de establecer sus propios límites a la libertad, no coincidiendo así con los demás. Vamos, lo que siempre hemos entendido como libertinaje.

Y si esto sirve de reflexión a los liberales, más aún deberían acercarse a la reflexión los socialistas (o socialistas 'democráticos', como diría Felipe González). Otro gallo cantaría si los socialistas andaluces recapacitaran y se preguntaran si es buena la omnipresencia de la administración de la Junta en la vida de los ciudadanos, una omnipresencia que lleva a la inevitable dependencia de la ciudadanía de una mona feudal que ya puede vestirse de seda, pero feudal se queda. Éste ha sido el gran fracaso del socialismo: que quiso comparar el feudalismo absolutista con la explotación capitalista y acabó adoptando un estilo calcado al señor feudal, que en Andalucía no es otro que el señorito. Digámoslo claro: en Andalucía sufrimos un Antiguo Régimen con olor a colonia entre Loewe y pescaíto frito. No hemos llegado al socialismo de los gulags soviéticos o de los subbotniks de la Alemania oriental, pero sí estamos estancados en un campo de concentración de chiringuitos y casas del pueblo.

¿Qué nos queda? El imperio de la Ley y el Estado de derecho, que en Andalucía es el menos derecho de los estados. Nos quedan los partidos que de verdad se comprometan a una socialdemocracia responsable. Incluso en Estados Unidos, el país en teoría más liberal del mundo, hay socialdemocracia. Porque allí donde hay impuestos hay socialdemocracia. Incluso Margaret Thatcher, entrevistada en televisión, admitió a William F. Buckley que era necesario un cierto gasto social por parte del Estado. Lo admitió cerrando el dedo pulgar y el índice, como siempre hacía para ilustrar sus particulares gráficos en el parlamento, indicando que tenía que ser mínimo, pero lo dijo.

¿Hay socialdemocracia en Andalucía? No. De la misma manera que la República Democrática Socialista de Laos no es ni república, ni democrática ni socialista. En Andalucía hubo una reconversión del absolutismo paralela a la industrial, durante los 80, y lo que sufrimos actualmente es la consecuencia del feudalismo. Una población nada despreciable se encarga en las ciudades de pagar el diezmo mientras que, en la Andalucía rural, el señor feudal reparte ventajas entre sus súbditos. Para colmo, cuando al señorito lo pillan con las manos en la masa, éste es capaz de salirse con la suya. ''A nadie le gusta ser ministro de las flores en invierno'', dijo José Antonio Griñán en una entrevista en 2011. Y el expresidente acabó dimitiendo un día de verano.



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