martes, 9 de junio de 2015

Si don Marcelo levantara la cabeza…




Debatían ayer mis camaradas -y sin embargo amigos- de El Demócrata Liberal sobre el baboso y remilgado artículo publicado el pasado domingo en El Correo de Andalucía, obra -¡qué fiesta sin la tía Juana!- de Antonio Yélamo.

Haciendo de tripas corazón, y saltándome las buenas prácticas, me embarqué en la lectura de la que resultó ser una roñosa oda prisaica de forzadas alabanzas y rebuscados halagos, mezclada con un cúmulo de embates hacia los funcionarios de la Junta de Andalucía y de sermones a los compañeros del partido que, al parecer, la han dejado, si no en la indigencia, al menos en la estacada. En definitiva, un ensayo que sonrojaría al fundador del diario decano de la capital de Andalucía.


Dicen sus biógrafos que el cardenal Spínola fue un hombre de visión histórica, un santo en la tierra, un pastor comprometido con las necesidades de sus conciudadanos de finales del XIX y principios del XX, testigo directo del abandono de la clase obrera, un adelantado de su época que intuyó no solo el poder de los medios de comunicación para el desarrollo de la sociedad sino también el papel fundamental que habría de jugar la mujer en la misma, además de la influencia decisiva de la educación en la formación de la persona y en la transformación de la colectividad. Y que, para no quedarse solo en buenas palabras, acometió la fundación de El Correo de Andalucía a comienzos de 1899. Su mandamiento al primer director no dejaba lugar a dudas: «Ni un solo trabajo, ni una sola línea, ni una letra de la nueva publicación deje de encaminarse a la defensa de la verdad y de la justicia».

En estas andábamos cuando -otra vez, de forma recurrente- aparece el útil de turno para dar por enterrados los cánones del purpurado y para dejar bien clara -junto a los reproches a sus compañeros de partido y contigua a la ristra de descalificaciones hacia los que han padecido sus decisiones- la “grandeza” de los logros de doña Carmen: “Podría ser, en fin, que determinados responsables de su partido o del Gobierno repararan… para situarla en otra posición aunque sólo fuera para obtener así de ella un mayor rendimiento dada su valiosa experiencia en la gestión pública y sus amplios conocimientos”.

No esconde ni desaprovecha la ocasión de dejar entre renglones su tierna cercanía; tampoco el bombo ni las lisonjas hacia la decisión de lo que debe ser la obligación de cualquier servidor político que se precie, la de volver a sus responsabilidades una vez finalizada la etapa pública, en este caso la reentré en el ambulatorio de la susodicha: “Conociéndola como se la conoce, difícilmente hubiera aceptado otra propuesta en aplicación del viejo sistema de «puerta giratoria»”.

No oculta los “temores” por lo que, tras el paso de la moqueta al barro, pudiera ocurrirle cerca de tanto “descerebrado”, ni soslaya el socorrido ataque a quienes osaron ponerla contra las cuerdas: “… ella, que lo ha sido todo en la Junta asumiendo entre otras responsabilidades la de acometer una reforma de la administración pública andaluza muy contestada internamente por sus empleados, podría haberse preparado un destino algo más cómodo, un puesto, tal vez, fuera del alcance de los enfurecidos funcionarios autonómicos que no le guardan especial afecto que digamos… Por ello, tendrá que resignarse a soportar estoicamente las invectivas de algún impertinente que otro que aún tiene acumulado determinado resentimiento hacia la que quiso meter en cintura tanto organismo público, tanto empleado recalcitrante a asumir reformas”.

Y, por supuesto -para eso sirve la subvención- no deja pasar la oportunidad del afianzado guiño: “No es, desde luego, una historia nueva. Bajo esas duras circunstancias se encuentran otros, en su momento, altos cargos de la Junta que dieron lo mejor de sí en favor de una acción pública en la que siempre creyeron y que ahora se ven atrapados en una tupida maraña de diligencias, inculpaciones, embargos, costosas facturas de abogados o paseíllos al juzgado de turno. Un proceso parece que interminable que se está llevando por delante, también, la salud de más de uno de los implicados y sus allegados más cercanos. Una pesada carga, en fin, que habrán de llevar en la más absoluta soledad sin ni siquiera un mínimo gesto de comprensión o apoyo moral de esos que no cuestan dinero pero que reconfortan, al menos”.

En definitiva, unos desgraciados a los que la justicia persigue injustamente, la injusticia les priva la salud y la enfermedad le lleva al ostracismo, a la soledad más absoluta de los apestados del Medievo:

“En la cuneta están quedando muchos, malheridos, arruinados, poco menos que apestados y sin que nadie tenga en cuenta lo que han sido y lo que han podido aportar al servicio de los andaluces. Su error ha sido que han formado parte de un sistema que lo intentó todo para salvar a Andalucía del declive masivo que le afectaba”.


«Ni un solo trabajo, ni una sola línea, ni una letra de la nueva publicación deje de encaminarse a la defensa de la verdad y de la justicia». ¡Si el prelado levantara la cabeza!


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