Artículo de Salvador Navarro Amaro
Cuando yo era joven (hace ya algún tiempo de eso) había una carretera forestal asfaltada, llamada de las Peñuelas, que partiendo de la localidad costera onubense de Mazagón, donde paso temporadas en verano desde que me alcanza la memoria, bordeaba los contornos de lo que hoy es el Parque Natural del Entorno de Doñana para ir a morir más o menos al sitio conocido como El Milanillo, en el tres veces centenario camino de la Hermandad del Rocío de Moguer. A partir de ahí las vías hacia Moguer o hacia Lucena se hacían terreras.
Había también otra carretera asfaltada que cruzaba el parque saliendo a la altura del Parador Nacional para llegar hasta el poblado de Bodegones, donde se acababa el asfalto. Sé que antes hubo alguna otra vía asfaltada por los restos que aún se encuentran en algunos tramos, pero en aquél entonces habían perdido la práctica totalidad de este firme.
Con el tiempo se asfaltaron algunos tramos más, de manera que la pista de las Peñuelas se unió de esta forma con Moguer y con Lucena y la carretera de Bodegones se continuó hasta Almonte (con polémica ecologista incluida), y con una variante que llevaba también a Lucena y a Bonares. Esto, para los ciclistas como yo de carretera (la afición a la BTT me vino más tarde) era una delicia, porque se trataba de carreteras tranquilas, con relativamente buen firme y que permitían variados recorridos con buen número de kilómetros. El resto de pistas y caminos del parque, eran de tierra entre blancuzca o amarillenta unos y, lo más frecuente, rojiza, como son muchas de los alrededores, conformando un paisaje característico en que todo quedaba armoniosamente integrado de manera natural.
Aparte de alguna incursión anterior en coche, fue con mi primera BTT que empecé a descubrir todos esos caminos donde reina la soledad y el silencio, donde puedes cruzarte con conejos, zorros o meloncillos, donde puede sobrevolarte algún águila o ves con frecuencia numerosas huellas de ciervos, aunque yo al menos no he tenido la suerte de avistar nunca ninguno. La casa de las Tres Rayas, el cruce del Pepino, el Abalario, Pino Galé, Cabezudos, Bodegones, Ribatehilos…fueron nombres y lugares que se me fueron haciendo muy familiares de tanto frecuentarlos en mis excursiones ciclistas.
De pronto, al llegar un verano hace unos cinco a seis años, me encontré con que el asfalto de algunas de las escasas carreteras que lo tenían había sido triturado en su totalidad, lo cual era sin duda un tanto sorprendente. La conexión de Mazagón con Lucena por Las Peñuelas volvió a ser terriza desde ese punto y la vieja carretera de Cabezudos y Bodegones también fue levantada en gran parte. No he sabido el motivo, pero supuse que era una medida para limitar la circulación dentro o por las inmediaciones del parque, aunque en verdad esas vías nunca tuvieron mucho tránsito.
Es por esto que me resulta más llamativa aún la desagradable sorpresa que me he llevado este año cuando me encuentro que las pistas forestales han comenzado a ser arregladas de manera general con una tierra grisácea, parecida al asfalto pero que no lo es, y que incluso en algunos tramos completos ha desaparecido la tradicional tierra rojo-anaranjada siendo sustituido el firme por este nuevo de tan mortecino color. La diferencia brutal puede apreciarse en las fotografías.
Para mi esta desconcertante medida supone un grave atentado paisajístico en una zona protegida como de la que venimos hablando. Doñana y su entorno no son sólo los linces, los patos o los ciervos. Doñana es también un paisaje peculiar conformado por unas formas y unos colores: el verde de los pinos, el blanco de las arenas, el azul del cielo, algún ocre o amarillo aquí o allá (más ahora en el estío)….y el rojo de sus caminos. Alterar este equilibrio cromático peculiar, introduciendo esa nueva horrorosa tonalidad que mata literalmente la viveza del paisaje es, a mi modo de ver, un auténtico crimen.
No puedo entender los motivos de que esto se haga. En las primeras averiguaciones que he hecho alguien me ha dicho que quizá se trata de cuestiones de seguridad vial, lo cual dudo porque ni el firme es mejor que el anterior (salvando la circunstancia de su deterioro) ni casa esto con la política previa de levantamiento de carreteras antes asfaltadas. Puestos a pensar mal, que es lo más razonable que podemos hacer en estos casos, a lo mejor es que hay que ayudar a colocar su producto a algún amiguete de la Consejería de Medio Ambiente que tenga una cantera de este material.
Aunque sé que esto no le interesa a mucha gente, quiero desde aquí denunciar unos hechos que me duelen particularmente por lo que de especial para mi tienen esos parajes, y que creo que exigen una pronta explicación por parte de sus responsables, y, ojalá, una rectificación total.
Ciertamente, el razonamiento del final del penúltimo párrafo es totalmente correcto.
ResponderEliminarSe trata de hacer y deshacer, sin sentido ni utilidad alguna, para qu vaya chorreando dinero a su intereses.
Saludos de Guti.
Es la impresión que me da. No encuentro otra motivación cuerda a tan errático comportamiento.
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