domingo, 6 de septiembre de 2015

Flores del desierto que arrasó la primavera

Artículo de Mara Mago


Desde que ‘’alguien’’ prendió la mecha de la mal llamada ”primavera árabe” he querido escribir sobre la mano que mece la cuna en aquel conflicto que se nos ha venido encima en forma de avalanchas humanas asaltantes de trenes que les conduzcan hacia las nieves del invierno europeo.   

En mi opinión, toda guerra está promovida desde el poder.  El poder real, fáctico, no el que representan esos monigotes vacuos que se ofertan en listas electorales para ser votados por ingenuos o incrédulos ciudadanos y que, como marionetas en manos de los poderosos, harán con nosotros, sus pueblos, lo que dispongan sus señores.   Siempre, y en todo momento, lo que convenga a sus intereses. Cueste lo que cueste. Caiga quien caiga. 

El mal existe  y no es consecuencia ineludible de ninguna disfunción neuronal ni enfermedad mental. Existe, per se, igual que el bien,  en un estado de normalidad estandarizada que, a veces,  se extiende como polvareda tormentosa para impedirnos contemplar la belleza de las flores en el desierto.

Ya no creo en ninguna revolución popular. Los pueblos no tienen el poder, por sí, de rebelarse contra los tiranos que los someten y resultar triunfantes en el envite.

Andalucía y sus 37 años de régimen socialista me han enseñado que es imposible que un pueblo tenga capacidad para articular una rebelión capaz de derrocar a los caciques.

La misma ideología y líderes que sustentan la oligarquía andaluza vendieron en todo el mundo, tras el marchamo ‘’primavera árabe’’, que aquella guerra cruentísima era una revolución de izquierdas, laica y republicana. Por supuesto, democrática, libertaria y pacífica. Aquella, lo decían ellos, sí era una guerra justa.  

La misma ideología  que hace campaña permanente contra Estados Unidos y sus gobiernos republicanos, y a favor de Cuba, Rusia, China y sus tiranos comunistas, ensalzó un prefabricado movimiento popular alentado, preparado y financiado en su origen por el bloque presidido por un presidente negro socialdemócrata. Después, al unísono, se unieron otros bloques, todos cegados por la ambición de controlar recursos naturales ingentes, fronteras geoestratégicas y  poblaciones sometidas.

La misma ideología y líderes que clamaban años atrás contra la guerra de Irak, pero que no habían movido una ceja contra las invasiones de Afganistán e Irán por unas potencias y sus contrarias, exaltaban después las bondades de las masacres fraticidas árabes, donde todos, desde el inicio, luchaban contra todos. Y, donde, como siempre, a río revuelto, ganancia de pescadores.

Ni siquiera ahora, cuando es tan evidente que aquello no fue ni revolución, ni popular, ni democrática, ni laica, ni mucho menos pacífica y hermosa primavera, sino el comienzo de un oscuro y durísimo invierno de fanatismo yihadista, los voceros de esa ideología y sus líderes han reconocido su error o su mentira.

Por el contrario, persisten en su impostura, cinco años después de que en Túnez prendiera la mecha que ha corrido veloz a lo largo de un reguero de pólvora, destrucción  y muerte. Un itinerario, parece,  estratégicamente diseñado para provocar  la caída en ristra de todas las fichas del dominó  previstas -Egipto, Argelia, Yemen, Jordania, Libia, Barhein y, por fin, Siria-. Tal vez,  el único y verdadero  objetivo desde el principio.

Ahora, los que aplaudían la insurrección que ha llevado al caos retoman su ajada bandera de  salvadores de los pueblos oprimidos y sacan a pasear su habitual indecencia. Responsabilizan del entuerto a los Otros, que en su miopía e ingrávido actuar llevan la penitencia. Airean viejos eslóganes en torno a la solidaridad, la  fraternidad y la acogida generosa que esa ideología nunca aplica a sus propios bolsillos, mansiones ni paraísos fiscales. Apelan  al corazón de las humildes gentes de la otra orilla quienes, atónitas, temerosas  y sobrecogidas, contemplan la tristísima imagen de un cuerpo pequeño varado en una playa, el símbolo de un niño ahogado en su travesía desde el infierno árabe al paraíso europeo.

¡¡¡Es todo tan macabro, tan perverso, tan maniqueo, tan ruin y miserable. Tan malvado!!!

Esa ideología y sus líderes acusan a Occidente de todos los males de este mundo, mientras callan cuando los asesinos actúan en nombre de Alá, Marx u Obama.

Esos ideólogos de la superioridad moral protestaron contra el traslado de un misionero enfermo de ébola a su tierra natal, pero exigen ahora – en un alarde de demagogia irresponsable y supina- puertas abiertas de par en par, sin orden ni concierto. Ni humanidad, que resulta lo más incoherente. Que entren a manadas, como si de ganado se tratara. Todo, por fastidiar al rival político.
  
Tergiversan, enmarañan y torpedean todo intento de salida del marasmo que no suponga un beneficio para sus planteamientos sectarios y espurios y un perjuicio para sus contrarios en la pequeña contienda electoral inmediata, lo único que les ocupa.     

Tengo mis sospechas de dónde y cómo acabará aquella primavera,  tornada hoy en oscuro invierno.  Pero, como ha ocurrido en la Junta de Andalucía gobernada desde hace 37 años por esa ideología alentadora de falsas revoluciones y sus líderes más genuinos, cuando nos queramos dar cuenta, una opaca administración paralela socialista habrá invadido todo el espacio que antes correspondió a una Función Pública democrática, plural, abierta y sujeta al imperio de la Ley. La tormenta de polvo y arena habrá arrasado las bellas flores que una vez florecieron en aquel desierto, como la primavera árabe ha sumergido en profundos mares a tantos cuerpos jóvenes, arrebatados a la  esperanza, después de ser engañados por mafias asesinas que comercian con seres humanos y sus sueños.



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