lunes, 16 de noviembre de 2015

El teatro


Artículo de Sergio Calle Llorens


El teatro, al menos el teatro con mayúsculas, no se basa en ideas sino en emociones. Nadie, y menos en España, llega a emocionarse con las ideas. Empero, a partir de las emociones se puede construir un teatro muy intelectual, como a un servidor le parece el de Pirandello. La locura catalana parece un teatro de lo absurdo, pero si lo piensan detenidamente, la cosa tiene su explicación. Los nacionalistas catalanes basan todo su discurso en la emoción de sentirse diferentes. En la exaltación de una patria que nunca existió. Y esa ilusión se va acrecentando a medida en que se escriben constituciones donde hay preceptos que obligan a los catalanes a ser felices. Al mezclar ilusión con la manipulación educativa que sufren los niños en las escuelas, el resultado es un teatro singular en el que, aunque no muere el apuntador, sí apunta a unos guionistas con serios problemas mentales.
 
Pirandello era un catalizador del genio siciliano, tan Mediterráneo por otra parte, un conductor de la angustia de un grupo étnico tan híbrido y extraño. Algo que, salvando las distancias, tan bien se da en tierras catalanas.  Luigi Pirandello se casó con una loca para experimentar todas la insensateces del amor. Como los catalanes porque, no lo duden nunca, aman a su esposa catalana por encima de todo. Un amor que limita con la enajenación. Por eso, a la gran mayoría de artículos que escribimos sobre esa región, les falta el componente de la emoción que podría llegar, en mi modestísima opinión, a entender la problemática. Incluso he llegado a leer a alguno afirmando que, de todas las columnas de fusilamiento que versaban  sobre el tema, la suya era el que más le había gustado. Desconocía, pobre iluso, que amar o haber amado a esa loca puede llevar a esta lúgubre verdad que es la irresolución trágica del problema catalán.  Dicho de otra manera, él que no ha amado racionalmente a Cataluña, aunque sea solo como un elemento más de la riqueza cultural del conjunto español, no debería escribir ni una línea porque corre el riesgo de caer en el ridículo.

Tal vez mi torpeza estilística impida entender a algunos lo que aquí les dejo escrito y, por ello, tomaré prestadas las palabras de José Ortega y Gasset pronunciadas en el Parlamento español en 1931 para que me saque del apuro comunicativo: “Pues bien señores, yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que solo se puede conllevar, y al decir esto, conste que significo con ello, no solo que los demás españoles tenemos que conllevarnos con los catalanes, sino que los catalanes también tienen que conllevarse con los demás españoles”.

El teatro de Pirandello siembra la duda en el espectador como ocurre en la representación catalana donde la mayoría no se cree, especialmente en la intimidad, que Cataluña vaya a ganarle la partida al Estado. El personaje que ha introducido la duda, como en todas las obras del siciliano, es Albert Rivera -hoy cómplice de la mafia del sur- que hace sentir culpable al espectador catalán por no haberse movilizado antes en una sociedad putrefacta y corrupta. Desgraciadamente, el líder de Ciudadanos no ha podido hacer que el espectador andaluz se sienta corresponsable de la cloaca propia. 
Tal vez, en la taifa del sur el teatro no tiene la emoción que en el noreste español. Simplemente, no hay prácticamente andaluces que se emocionen con el himno de Blas Infante o con el trapo árabe. Esa carencia que impide que la gran mayoría sienta exaltación por pertenecer a una de las regiones más pobres de la Unión Europea. Literariamente Cataluña y Andalucía son dos mitos. Políticamente ambas autonomías representan el teatro del absurdo en el que la forma de tragediar conduce siempre a una sonora carcajada.

Creo que para superar este espectáculo, sería conveniente dirigir, como en el teatro de Pirandello, al espectador hacia la conciencia particular de éste, marginándolo del resto de los ciudadanos alineados. Y eso, queridos amigos, no se logra juntado palabras que expliquen ideas, sino creando emociones a través de la imagen de las listas de espera en los hospitales andaluces y del impago a las farmacias catalanas. El resultado sería un salvoconducto hacia la higiene democrática. Tal fácil de escribir, tan difícil de lograr.



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