viernes, 17 de junio de 2016

Hacia el precipicio


Artículo de José Antonio Peña


Pablo Iglesias continúa estrangulando conceptos y teorías, y avanzando en la elaboración de su relato destructor de la democracia (dicen que lo menos malo conocido, aunque hoy esté concebida para que todos decidan alegremente sobre cualquier aspecto de la propiedad y libertad de cada uno). Durante la entrevista que la semana pasada le practicó Piqueras (que tuvo que aguantar cómo a media lengua Pablo reconocía que pretende lustrar con betún de Judea a la prensa libre) aseguró el líder de Unidos Podemos que son ellos quienes tienen que liderar el cambio (sustantivo vacuo ideado para meter en el mismo establo a toda la ralea socialdemócrata, leninista, trotskista…) con independencia de que obtengan más o menos escaños que un PSOE que podría verse pulverizado, ya que a su juicio en democracia lo relevante son los votos y no los escaños, y que negar esto es no ser demócrata.

Fíjense cómo con ese discurso Unidos Podemos va consiguiendo ya ser visualizado, aún a falta de tres semanas para las elecciones, sí o sí, como el segundo partido, sea o no el segundo en número escaños. Pero sobre todo consigue que ya haya ciudadanos que comiencen a cuestionar a priori el verdadero resultado del 26-J… siempre y cuando éste no sea favorable a Unidos Podemos, claro. Verás, Pablo, el sistema electoral español es manifiestamente mejorable (por cierto, no se os ve, ni a C’s, por la labor de suprimir o reducir sustancialmente el número de avales que muchos partidos han de recabar para concurrir electoralmente… ¿o es que sois ya neocasta?), pero de ahí a tener en cuenta votos en vez de escaños para establecer quién será segundo, y a hacer interpretaciones y re-interpretaciones libres de lo que en realidad han votado los ciudadanos, va un trecho que ya sabemos tú pretendes pasarte por el forro de Gramsci (compañero de Mussolini en el ala radical del Partido Socialista Italiano en 1914, antes de que el Duce fundase el Partido Nacional Fascista y Gramsci el Partido Comunista Italiano, valga la redundancia).

Entre tanto, PP, PSOE y C’s -valgan nuevamente las redundancias- se encuentran cada vez más agobiados por el Frankenstein de Unidos Podemos, de autoría socialdemócrata, que, para mayor presión, a ratos asegura ser eso, socialdemócrata, concretamente en versión nórdica (el 6 de junio, en el Ritz de Madrid, Iglesias afirmó que Marx y Engels también fueron socialdemócratas, lo cual le está muy bien empleado a la socialdemocracia). ¿Sabrán Pablo y la cuadrilla socialdemócrata multicolor que los países nórdicos hace ya treinta años comprendieron que, o acometían reformas en clave liberal, o se veían hundidos por la socialdemocracia?; ¿sabrán que Dinamarca es uno de los países del planeta con mayor libertad económica, prácticamente empatado con Estados Unidos, y que carece de salario mínimo, mientras que Venezuela es el tercer país con menor libertad económica, por delante de Cuba y Corea del Norte?; ¿sabrán que los demás países nórdicos, pese a mantener un estado mastodóntico que los lastra, se encuentran a la cabeza en libertad económica y han generalizado los copagos sanitarios, o que las pensiones suecas se encuentran parcialmente capitalizadas? Porque, claro, al igual que puede verse últimamente en los actos de Unidos Podemos la gloriosa bandera soviética, todo el mundo sabe que no hay balcón que se precie en Copenhague u Estocolmo que no luzca orgulloso hoz y martillo.

Igualmente, cualquiera que haya viajado a Oslo se habrá encontrado una ciudad empapelada con fotos del Che y de Chávez, y a nadie se le escapa que el finlandés de bien envidia no tener un sindicato como el SAT para okupar tierras finesas en desuso. De modo que PP, PSOE y C’s, sentados sobre un barril de pólvora espoleados por los comunistas de Unidos Podemos, continúan rebuscando en la chatarra programática socialista abandonada por los propios nórdicos para continuar con el vergonzante aquelarre de promesas, propio de un país a la deriva y desguazado por un fascismo fiscal que la socialdemocracia ha logrado infligir a la sociedad y que la mayoría asume acrítica o resignadamente. Promesas todas ellas propias de trileros que pretenden además engañar necesariamente a alguien: o a la ciudadanía, o a Bruselas -instancia socialista cuya gran contribución a la libertad es obligar a los gobiernos que no reducen gastos a incrementar impuestos-, o a ambos. Resulta inconcebible que a estas alturas buena parte de la ciudadanía trague aún con que se va a aumentar el gasto sin aumentar los impuestos, o aumentándoselos sólo a otros (el rico, que ya a estas alturas según la socialdemocracia es aquel que come tres veces al día). Que la propuesta de la socialdemocracia para aumentar, por ejemplo, el 1 % la cuantía de las pensiones (sepan de una vez por todas que el sistema de pensiones está quebrado) sea detraer previamente vía impuestos ese 1 % a los jubilados para luego devolvérselo en la paga, convierte en sofisticado cualquier episodio de Barrio Sésamo, y al bueno de Coco en Oppenheimer.

Mientras no logremos que la ciudadanía entienda que la única manera para detener la hemorragia es una drástica disminución de impuestos para todos, para los que tienen más y para los que tienen menos, y la liberalización de la economía, todo irá a peor. Entretanto, es necesario ir acorralando moral, intelectual y políticamente al socialismo obligándole a responder con absoluta claridad y precisión (queda invalidadas por tanto como respuestas la naturaleza social del ser humano o su pertenencia a una comunidad política) a esta cuádruple pregunta, sencilla pero certera: ¿cuántos impuestos tiene que pagar al estado cada ciudadano, en función de qué, para pagar qué cosas, y por qué razón tiene que hacerlo?


(“El Herald Post”, junio de 2016)

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