miércoles, 1 de junio de 2016

Nadie escarmienta en cabeza ajena



Artículo de Luis Marín Sicilia


“Comprar voluntades para no enfrentarse a los problemas es el primer paso para abrir las puertas al populismo más descarnado”

“El populismo español parece haber despertado un cierto entusiasmo, lo que no resulta difícil en un país tan dado a dejarse llevar por las palabras bonitas y la demagogia fácil”

“En España hemos de curarnos de ese populismo ramplón que merodea por la izquierda”


Calificar de insensata la actuación de las fuerzas de seguridad, a las que se agrede mientras evitan actos violentos y ocupaciones ilegales, es tan esperpéntico como participar en manifestaciones de protesta por la debida aplicación de la ley quienes tienen como primera obligación respetar y hacer cumplir el orden constitucional.

Cuando a la progresía se le inquiere su opinión sobre la gravedad de la violencia antisistema siempre suelta su infructuosa conclusión: "rechazo rotundamente cualquier violencia, pero... hay que preguntarse qué hay detrás". Pues lo que hay detrás, no de cualquier violencia sino de esta específica antisistema, es una progresiva dejación de funciones por parte de quienes han perdido el sentido de autoridad del que, democráticamente, están investidos.

Ante actividades incívicas hay quien, para ahorrarse los inconvenientes de hacerles frente salvaguardando el principio de autoridad, prefieren, en su buenismo indoloro, congraciarse con los malhechores otorgándoles algunas prebendas, incluso costeando sus cuitas con el dinero de todos los ciudadanos, a los que luego sangran sin piedad con unos impuestos cada vez más abusivos.

Comprar voluntades para no enfrentarse a los problemas es el primer paso para abrir las puertas al populismo más descarnado. Quienes, como ha ocurrido con la burguesía catalana, pactan con los antisistema buscando un atajo que les lleve a la ensoñación independentista, ya están comprobando que la dinámica populista acaba devorando todos los principios que hacen posible la convivencia en una sociedad civilizada.

Quienes desde las propias instituciones han practicado la permanente burla de la legalidad, no pueden llamarse andana cuando se ven desbordados por una turba que ha aprendido de ellos a violar las normas por las que se rigen las sociedades democráticas. Sabido es que quien siembra vientos recoge tempestades, y que quien para gobernar se apoya en antisistemas no puede defender el sistema.

En realidad el fenómeno del populismo, que con diferente faz se muestra en las sociedades modernas, tiene en nuestra patria la afectación de una doble desgracia. Por una parte, hemos generado una sociedad endeble e inmadura adormecida por mensajes simples y atractivamente falsarios. Y de otra, ha ido emergiendo una clase política irresponsable, sin liderazgo ético y condescendiente con lo más frívolo y estéril, que pugna por no molestar el nirvana en que está sumido el pueblo.

Acostumbrados a pensar que todo es gratis, porque así se lo han transmitido los que buscan su voto, muchos españoles no valoran nada ni creen en nada que no sea el derecho universal a todo. Consecuentemente, la sociedad española se ha sumergido en una mediocridad sin límites que la hace muy vulnerable ante la realidad a la que, más pronto que tarde, tendrá que enfrentarse.

La crisis económica iniciada a mediados del 2007 ha provocado entre nosotros mayores daños porque afecta a una sociedad enferma moralmente, circunstancia aprovechada por el populismo de todos los colores para ocupar el vacío dejado por políticos vulgares incapaces de afrontar con rectitud y firmeza los retos del momento. La escasez de líderes solventes, junto a un electorado que se balanceaba entre la envidia y la pobreza intelectual, afloraron políticos de ínfimo nivel que, en ningún país serio, habrían pasado de la categoría subalterna de cualquier organización.

El populismo español, surgido de cuanto llevamos dicho, parece haber despertado un cierto entusiasmo, lo que no resulta difícil en un país tan dado a dejarse llevar por las palabras bonitas y la demagogia fácil. De demagogia y populismo saben bastante en Italia, donde desde la Democracia Cristiana hasta Berlusconi la han practicado. La diferencia con España es el escepticismo de los italianos con la clase política, mientras aquí pensamos que los políticos nos van a arreglar la vida. Por algo, con cierto desencanto, se dijo que íbamos a una situación a la italiana, pero sin italianos.

En Italia, desde sus raíces en la Roma imperial, prevaleció un relativismo escéptico respecto a la capacidad de los políticos para influir decisivamente en la sociedad, se llamen de derecha, de centro o de izquierda. Para los italianos, a la hora de la verdad, a la hora de gobernar, la realidad impone sus coordenadas y los representantes de la plebe se mimetizan con los de la casta, en cuanto aquellos adquieren su estatus. Como está ocurriendo ya en Grecia con Syriza, en Italia el populismo tiene poco recorrido, habiendo anunciado el abandono de la política Beppe Grillo, tres años después de haber sido primera fuerza, porque considera a la actividad política como "una enfermedad mental".

En España hemos de curarnos de ese populismo ramplón que merodea por la izquierda. Sus contactos con la realidad provocarán una rápida obsolescencia por fatiga de sus materiales ideológicos. Y como nunca aprendemos de errores ajenos, a lo mejor tenemos que experimentar lo que muchos politólogos auguran: “que toquen poder para que así, en poco tiempo, dejen de existir”.

El problema es lo que nos costaría el aprendizaje de tales personajes. Porque, aunque no se lo crean, la realidad les enseñará sus falacias populistas, como ya van aprendiendo en ayuntamientos y autonomías. Como dicen los italianos, los nuevos serán iguales que los otros políticos, pero con menos conocimientos y con bastante menos experiencia, para desgracia de los ciudadanos cuyos intereses han de gestionar.




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