miércoles, 13 de julio de 2016

Ni cambio ni continuismo

Artículo de Luis Marín Sicilia


Los ciudadanos creen que ya han hablado claro dos veces, la segunda con mayor rotundidad: no quieren continuismo, pero tampoco quieren cambio”

¿No será el problema actual que el principal partido de la oposición carece de un líder con las ideas suficientemente claras sobre su papel ante el desafío del populismo enquistado a su izquierda?”

A los que han acreditado capacidad de gestión les han dicho que, en esta nueva etapa, deben contar con otros para hacer las reformas que el país demanda”



Semana la última de múltiples elucubraciones y planteamientos analíticos, más o menos sesgados o interesados, sobre la posibilidad o no de formar Gobierno por parte de Mariano Rajoy, que hoy tendrá nuevos criterios valorativos a raíz de su entrevista con Pedro Sánchez. El único punto en que todos los implicados parecen coincidir es en evitar a toda costa unas nuevas elecciones, posiblemente porque se temen que los ciudadanos los "corran a gorrazos", según la semántica popular.

Lo normal es que asistamos a unas jornadas "movidas", donde se desbloqueen sucesivamente varias situaciones que ahora se presentan cerradas. Las negativas y los vetos deben dar paso a la racionalidad y al interés general, por muy partidistas o de visión corta o sectaria que algunos implicados tengan. Y por mucho que se empeñen, la única forma de salir del atolladero es que gobierne quien ha ganado las elecciones, entre otras cosas porque no hay mayoría alternativa a la que puedan formar los populares, solos o en coalición, salvo el disparate de unir al PSOE con comunistas, separatistas de izquierdas y de derechas, y populistas de distinto signo, cóctel explosivo que dejaría firmada la partida de defunción del partido socialista.

Desde la lógica política ¿cuál puede ser el final? Creo que al final el PP gobernará, habiendo tres posibilidades. Una, mediante un pacto de investidura con la abstención de Ciudadanos y PSOE, opción muy débil para gobernar y que exigirá acuerdos continuos en cualquier iniciativa. Otra, mediante un pacto de legislatura, en el que los abstencionistas, a cambio de serlo, exigirían reformas y acciones concertadas con ellos, por lo que algunos temas serán más ágiles en su resolución. Y una tercera, mediante un gobierno de coalición que, excluida la gran coalición, sería de Ciudadanos y el PP con un programa de gobierno consensuado entre ambos y, posiblemente apoyado, en todo o en parte, por otras fuerzas políticas. Tal como están las cosas, esta sería la ideal para el país, ya que conseguiría un gobierno con más apoyo parlamentario del que tuvo UCD en las dos legislaturas que gobernó.

En cualquier caso, los ciudadanos creen que ya han hablado claro dos veces, la segunda con mayor rotundidad: no quieren continuismo, pero tampoco quieren cambio, de ahí que hayan reforzado el papel del PP en el segundo intento. Si hubieran querido cambio no habría ganado el PP; si hubieran querido continuismo habrían dado mayoría absoluta a los populares. Los españoles han sido conscientes del sufrimiento al que los populares le han sometido, pero han valorado que el mismo era ineludible para evitar el mal mayor de la intervención. Ahora piden que el mismo partido que ha liderado la salida de la crisis practique una política reformista y de progreso social acordando los aspectos fundamentales de la misma con las opciones moderadas a su izquierda, PSOE y C's.
No entender las cosas así es encerrar al país en un bucle de reproches y melancolías que a nada bueno conducen. Ciudadanos debe interpretar correctamente el papel que le corresponde, al igual que, en menor medida, Coalición Canaria, como elementos complementarios y correctores de esa política reformista. El PSOE debe saber que una abstención negociada no es incompatible con una oposición dura, y tiene el espejo en que mirarse en sus propias filas: tanto con Suárez como con Calvo Sotelo, Felipe González ejerció una relación fluida y fructífera en los temas trascendentes, sin merma de una durísima oposición en las cuestiones ordinarias.

La actitud como hombre de Estado de Felipe González, cuyos encuentros con el Presidente del Gobierno centrista fueron constantes y su crítica como líder de la oposición permanente, fueron reconocidos después de dos mandatos de UCD, dándole la mayoría absoluta más amplia hasta ahora conocida: 202 diputados, que inauguró el famosos "rodillo" con el que desde entonces se han conducido las mayorías absolutas, sean del PSOE o del PP. Felipe actuaba como el líder que era, sin miramientos sobre si los efectos que sus actuaciones, en pro del interés general, serían beneficiosos para su formación o para la que pretendía arrebatarle el liderazgo de la izquierda. ¿No será el problema actual que el principal partido de la oposición carece de un líder con las ideas suficientemente claras sobre su papel ante el desafío del populismo enquistado a su izquierda? ¿Acaso duda entre combatirlo ideológicamente o mimetizarse con él?

En cualquier caso, pronto sabremos hasta dónde llegan nuestros políticos en su capacidad de diálogo. Insistir en mantras repetitivos que a nada conducen es infravalorar la capacidad de aguante de la ciudadanía. La realidad está ahí y hay que abordarla: presupuestos, techo de gasto, mejora de la legislación laboral, pacto educativo, pacto sobre pensiones, regeneración democrática, financiación autonómica y estructura territorial, unidad de la nación e igualdad de derechos, independencia judicial, duplicidad de administraciones...

Que hablen sobre ello y configuren acuerdos duraderos y eficaces. Y que hablen menos de sectarismos o de intereses de partido, porque los españoles, por dos veces, han dicho que ni quieren continuar como iban, ni quieren cambios de sistema. A los que han acreditado capacidad de gestión les han dicho que, en esta nueva etapa, deben contar con otros para hacer las reformas que el país demanda. Si la tozudez de algunos, o de todos, nos lleva de nuevo a las urnas, habrá que jubilarlos a todos.


CODA.- Una puntual concesión del "chavismo" permitió a los venezolanos, el pasado fin de semana, invadir en auténtica avalancha los comercios colombianos fronterizos con Venezuela. Su objetivo: comprar productos básicos imposibles de conseguir en el régimen de Maduro, ya que Venezuela carece del 82 % de los mismos, sobre todo alimentos y medicinas.

La transformación de un país inmensamente rico en la insegura y deprimida Venezuela actual, solo ha sido posible gracias al asesoramiento, bien remunerado por cierto, de los paladines del "progresismo" populista español cuyos proyectos quieren implantar en nuestro país. Como ha dicho el expresidente uruguayo Sanguinetti "los populismos pretenden sustituir la razón por la emoción y las plazas públicas por los Congresos elegidos democráticamente". Que cada cual saque sus conclusiones.


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