martes, 28 de marzo de 2017

Las cosas como son



“El Tiempo salvando a la Verdad de la Falsedad y de la Envidia”, obra de François Lemoyne

Artículo de Luis Marín Sicilia 

“Estamos ante golpistas de nuevo cuño que incapaces de acometer un golpe de Estado clásico, conduciéndose violentamente, lo hacen de manera más sutil y cobarde, a través de las instituciones cuya titularidad ostentan gracias al orden constitucional que pretenden subvertir”

“Como su inoperancia institucional es manifiesta, los de Podemos vuelven a su esencia: la ocupación de la calle, los movimientos de masas y la algarabía”


Entre las muchas obras que adornan el Palacio de Versalles se encuentra una del maestro francés del "rococó", François Lemoyne, que representa al “Tiempo salvando a la Verdad de la Falsedad y de la Envidia”. Dicha alegoría constata cómo el tiempo pone las cosas en su sitio y cómo la verdad, a la larga, siempre se impone a dos de sus grandes enemigos: la falsedad y la envidia.

La falsedad va más allá de la simple mentira. Una persona falsa hace de la mentira su "modus operandi", su forma de ser y de conducirse. El falso carece de autenticidad en lo que propone, por muy hipócrita que sea su expresión. Para entendernos, Artur Mas y sus secuaces son falsos, hipócritas y mentirosos compulsivos, por mucha teórica veracidad con que pretendan encubrir sus desafueros.

Lejos de considerar respetables a estos delincuentes de cuello blanco, conviene ir poniéndolos en su sitio, distinguiendo, como hizo Vargas Llosa al recibir el Nobel, “al nacionalismo, de orejeras y de rechazo al otro, del patriotismo, sentimiento sano y generoso de amor a su tierra”. Con su falseamiento de la historia y el adoctrinamiento totalitario, los secesionistas catalanes, adeptos a la desobediencia sistemática de la legalidad, han entrado de lleno en el concepto de golpistas.

En efecto, estamos ante golpistas de nuevo cuño que incapaces de acometer un golpe de Estado clásico, conduciéndose violentamente, lo hacen de manera más sutil y cobarde, a través de las instituciones cuya titularidad ostentan gracias al orden constitucional que pretenden subvertir. Es pura traición de la peor ralea, máxime cuando ya ni respetan las propias normas que regulan las instituciones que representan.

Que la Fiscalía haya activado la denuncia contra los responsables políticos catalanes por delitos de desobediencia, prevaricación y malversación de caudales públicos entra dentro de la lógica de un Estado de Derecho. Pero también sería conveniente que la sociedad civil desenmascarara sin paliativos las prácticas totalitarias puestas en práctica por todos los medios oficiales de la Generalidad de Cataluña, tal como viene haciendo la organización Sociedad Civil Catalana. La propia Vanguardia, tan ambigua hasta ahora, ha tenido que advertir de que “lo más preocupante es el mensaje que se envía a la ciudadanía cuando desde las más altas instancias, obligadas a la ejemplaridad, se desprecia la ley”.

El tiempo está poniendo en su sitio a la falsedad y va restaurando la verdad en Cataluña. La Unión Europea ha dejado claro que es indivisible y contraria al quebrantamiento de la ley. Los empresarios catalanes advierten del desastre al que algunos utópicos quieren llevar al país. Y es que, cuando el victimismo pretende obtener réditos, tildando de "venganza" o de "ejecuciones" a los actos que tratan de restituir el orden, resulta obvio que hay que dejarlos en el ridículo de su grandilocuencia semántica, de la deformación de los hechos y de esos bucles melancólicos alejados de la lógica, cuyo enorme arsenal  propagandístico no alterará el orden constitucional que a todos nos obliga.

Y hay otra verdad que el tiempo rescatará de la envidia: es la gran mentira que se esconde en el populismo, cada vez más barriobajero, de Iglesias y los suyos, un grupo que denigra a un cuerpo ejemplar como la Guardia Civil, tratando a dos de sus miembros como simples protagonistas de un altercado de taberna, al tiempo que reciben, en sede parlamentaria, a los familiares de sus agresores, integrantes de un grupo de inspiración proetarra.

La deriva de Podemos es tan notoria que ya no extraña su continuo alineamiento con las tesis batasunas, hasta el extremo de que hay quien considera que el partido de los círculos es una especie de "Bildu estatal", dada su sintonía con los planteamientos del grupo considerado por el Tribunal Supremo como contaminado por la antigua Batasuna.

La trayectoria de los "morados" es tan intrascendente para el progreso de la sociedad como insultantes resultan sus comparecencias institucionales, basadas en la búsqueda de un protagonismo "borroca" y circense. Inspirados en el rencor y la envidia utilizan el insulto como norma, la mentira como método y la banalización como objetivo. Incapaces de aportar algo positivo se refugian en un estilo y un lenguaje insultante, propio de macarras, para vergüenza y ofensa de la ciudadanía y el descrédito del templo de la palabra que es el Parlamento.

Está bien, como ha declarado la andaluza Teresa Rodríguez, que en Podemos tienen que "hacer que la gente nos deje de ver cómo esos personajes pintorescos y de discurso irreverente", pero el problema es que el primero que no tiene tal intención es su líder supremo, enfrascado en valorar si es más expresivo que “se la suden” o que “se la bufen”.

Por todo ello, para llamar a las cosas por su nombre, para contar las cosas como son, estamos ante un grupo de jóvenes que, salvo honrosas excepciones, no han dado un palo al agua, desconocen la complejidad de las relaciones públicas y pretenden reducir su proclamada regeneración de la política a cuatro gestos, como llamar "vehículos de incidencias" a los coches oficiales que iban a desterrar, mientras las bicicletas con las que fueron a tomar posesión yacen pacientemente en los sótanos de sus casas.

Como su inoperancia institucional es manifiesta, los de Podemos vuelven a su esencia: la ocupación de la calle, los movimientos de masas y la algarabía. Incluso han montado, con escaso éxito por cierto, unas movidas en el extranjero que han dejado compungido a más de un podemita de base como el que decía: "¡hombre, emigrar a Berlín para protestar nunca está de más; pero que lo hagan el líder y su compañera portavoz puede parecer como un viaje de novios trufado de progresismo!".

Convertidos en casta de la casta, intentan ahora denunciar tramas de intereses, olvidando que su obsesión antisistema constituye el peor ejemplo de una trama dispuesta a preparar, con astucia o dolo, el enredo, el engaño o la traición al orden constitucional que garantiza nuestra convivencia.

Rescatar la verdad de los falsarios y de los mentirosos es algo que, con el tiempo, se consigue, tal como alegóricamente expresó Lemoyne. Porque por mucho que los separatistas y los populistas construyan verdades virtuales, el tiempo coloca a cada uno en su sitio, acreditando, como siempre, que la envidia, como la mentira, tiene las patas muy cortas y que la verdad termina acreditando que las cosas son como son.

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