jueves, 11 de mayo de 2017

El silencio de Cataluña

Artículo de Antonio Robles

¿Qué ha de pasar para que la sociedad tome consciencia de la cristalización fascista de la sociedad catalana? Y tome medidas.

Una fiebre por la identidad se ha apoderado del pulso de España. Ya no es sólo Cataluña o Euskadi, todas las latitudes sacralizan campanarios, tradiciones y ritos en detrimento de la sociedad política ilustrada. Muñoz Molina da cuenta de la estupidez en Andalucía con impotencia en “Quieren tradición”.


La patología en Cataluña, sin embargo, ha entrado en fase peligrosa. De la exaltación inicial por lo propio, se ha pasado a la sacralización de la tribu. Ya no importa el derecho, ni la ley, ni el bien común, ni la libertad política si se oponen a lo propio. Sólo se admiten adhesiones inquebrantables al clan. Pocos se atreven a disentir, una atmósfera de miedo transparente se espesa día a día, y el silencio negado simula la cobardía. Incluso para denunciarlo se silencia el nombre de Cataluña. Por miedo. Una inmensa metáfora de la profundidad del mal. Voy a ello.

El pasado sábado, el notario Juan-José López Burniol escribía un artículo en La Vanguardia que define con exactitud inconsciente la sutiliza del miedo. Sólo una sociedad pervertida por las peores técnicas de propaganda política de los años treinta puede explicar las causas del silencio. Y es que el nacional catalanismo de hoy ha refinado sus acciones totalitarias mediante la perversión del lenguaje y la incorporación fraudulenta de valores democráticos que cada día desprecian.

Neutralizado por la indignación que muestran estos fascistas posmodernos cada vez que se les recuerda la sombra negra que proyectan sus acciones, López Burniol se atreve a nombrar el mal, pero sin nombrar el sujeto del mal. En el artículo “Viejos libros” relata el fracaso del apaciguamiento alemán y el silencio cómplice de la sociedad alemana que propició el mal. Tras ese relato histórico late una crítica velada al abismo emprendido por nuestras autoridades nacionalistas, pero sin nombrar a Cataluña. Sólo tenía que cambiar Alemania por Cataluña, pero no se atrevió:

<<Alemania fue arrastrada a una guerra no querida por un grupo de aventureros, algunos de baja estofa, que instrumentalizaron los sentimientos colectivos hasta el paroxismo, que se hicieron con el poder absoluto, que manipularon a la población usando para ello unos medios de comunicación que controlaban, y que pervirtieron el uso del lenguaje con la decidida voluntad de convertir al adversario en un enemigo al que batir por cualquier medio. Cierto que estos desafueros no se hubieran producido sin la pasividad y el silencio cómplices de una parte significativa –y seguramente mayoritaria– de la población alemana. Todo lo cual hizo posible que entonces surgiese –en palabras de Sebastian Haffner – “aquello que hoy confiere al nazismo su rasgo delirante: esa locura fría, esa determinación ciega, imparable y desaprensiva de querer lograr lo imposible, la idea de que es justo lo que nos conviene y la palabra imposible no existe”. Quizá pudo generarse este ambiente atroz porque –como dijo Bismarck– el valor cívico, es decir, el arrojo necesario para tomar decisiones autónomas y actuar según la propia responsabilidad, es ya de por sí una rara virtud en Alemania. Pero seguro que Bismarck erraba: este achaque no es exclusivo de Alemania. Puede darse en todo momento y en cualquier lugar. A todos nos cuesta decir en público lo mismo que decimos en privado. Y ahí está la raíz de este mal>>.

Ahí lo tienen nombrando el mal con todas las palabras sin atreverse a decir que está hablando de Cataluña. Podría ser un recurso literario, una manera elegante de nombrar lo sucio; pero no, en Cataluña se puede criticar el proceso, pero no se puede nombrar su naturaleza fascista. La patente de estas ventosidades las tienen ellos en exclusiva para afear a los odiados españoles. Estos son los fachas, ellos los demócratas. Y Burniol no se atreve a dar el paso. Lamentable. Cuanto antes nombremos a las cosas por su nombre, antes podremos esquivar el abismo.

Ayer vi el primer capítulo de la serie Genius, una biografía de Albert Enstein, de Ron Howard, el galardonado director de “Una mente maravillosa”. La atmósfera que recreó su juventud podría servir a muchos para percibir en aquella sociedad lo que se niega a ver en ésta.

P.D. El notario López Burriol es hombre culto y refinado. Muy presente en los medios del régimen, nada como nadie entre dos aguas, de la escuela del PSC. Durante años ha criticado al nacionalismo en nombre del catalanismo, la conllevanza y el templar gaitas, es decir, le ha servido de cobertura; y cuando el delirio quiso abriese camino a partir de la sentencia del TC contra el Estatut en 2009, colaboró presto con la legitimación social del mal. Junto a Enric Juliana, de la Vanguardia, escribió aquel vergonzoso Editorial conjunto publicado por 12 periódicos, bajo la consigna victimista de “La dignidad de Catalunya”. Ahora nos advierte cauteloso, como si no fuera con él, como si nunca hubiera hecho nada para legitimarlo. Bien, comienza la trashumancia.



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