martes, 27 de octubre de 2015

¿Quo vadis, España?


Artículo de Luis Marín Sicilia


Las persecuciones que en el año 64 de nuestra era inició Nerón contra los cristianos, provocaron el pánico y el terror hasta el extremo de que el propio Pedro, profundamente afectado, emprendió la huida de Roma. Según la tradición cristiana, en su huída, Pedro encontró a Cristo en la Vía Apia y, avergonzado por su cobardía, le preguntó: "¿Quo vadis, Domine?", retornando con más fuerza a continuar su ministerio.

La explosión de fuerzas emergentes, provenientes en gran medida de colectivos antisistema, ha originado una cierta confusión y un excesivo temor en sectores sociales y empresariales, preocupados ante los riesgos que la irrupción de tales colectivos en las instituciones implica para la estabilidad demandada por quienes, con sus inversiones, generan empleo y prosperidad. El ejemplo de lo que está ocurriendo en Cataluña es tan paradigmático que hoy la burguesía, en el colmo de su egoísmo, ha quedado en manos de quienes quieren separarse no solo de España, sino también de Europa, del euro y de todo, es decir de la civilización occidental que es la más avanzada, en términos políticos, económicos y sociales, del mundo. Es lo que suele ocurrir cuando se juega irresponsablemente con las cosas de comer.

“Cuando en las democracias consolidadas se valora la experiencia, aquí nos subyuga la imagen novedosa”

La profunda crisis que hemos padecido ha sido muy bien aprovechada para conseguir réditos del descontento generalizado, unos con teorías variopintas, utópicas y simplistas; otros, más atrevidos y desleales, intentando romper el orden constitucional. La realidad se irá imponiendo y la sensatez debe dar sus frutos, como lo acredita el hecho de que los podemitas madrileños, en su incapacidad gestora, insinúen que sus ofertas no estuvieron bien meditadas, o que la alcaldesa de Barcelona juegue a la yenka en su cerrazón sobre las licencias de hostelería. Falta que Artur Mas y los suyos se caigan del caballo secesionista, por su propio peso o por el peso de la ley, que, de una vez por todas, se debe aplicar sin demora en aquella tierra.

Lo lamentable de la política española es esa tendencia hacia lo nuevo, como si fuéramos un pueblo fácil de embaucar por nuevos profetas que luego resultan ser mediocres personajes que van aprendiendo, a costa de engullirse nuestros impuestos y después de provocar desaguisados de toda índole. Cuando en las democracias consolidadas se valora la experiencia, aquí nos subyuga la imagen novedosa, ignorando que el aprendizaje de los nuevos tiene unos costes en las arcas públicas que sostienen los ciudadanos vía impositiva.

Ante el reto rupturista que implica el doble desafío de antisistemas y secesionistas, que en Cataluña están en el mismo guiso, hay que preguntarse, sin ambages, ¿dónde vas, España? ¿Quo vadis, España? Es el momento de la gran política, la que no se arregla con las buenas palabras o los rostros agraciados, sino con políticos de Estado que sean capaces de dar respuesta a los muchos interrogantes que provoca la situación actual, causa en gran parte del desencanto que hoy padece la sociedad española.

Como premisa principal hay que reafirmar la vigencia de España como una gran nación, sin complejos, resaltando que pocos países del mundo, si es que hay alguno, respeta como el nuestro las singularidades de los territorios que la conforman. Y reconociendo que ha habido corrupción en los partidos, en los sindicatos y en las empresas, hay que exigir su erradicación y su castigo. Pero sobre todo, en los procesos electorales que se avecinan, hay que dar respuesta a preguntas de la ciudadanía de tal calado como las siguientes:

¿Hasta cuándo va a primar el juego sucio en vez de la transparencia en la gestión de los intereses públicos?

¿Hasta cuándo el incumplimiento de sentencias judiciales solo castigará al ciudadano raso mientras se carcajean de ellas los políticos encumbrados?

¿Hasta cuándo van a seguir ciscándose en la Constitución quienes juraron aplicarla y respetarla?

¿Hasta cuándo vamos a hundir lo hecho en vez de reformar sus defectos?

¿Hasta cuándo nos van a llevar al borde del precipicio, con tal de que el otro se caiga antes?

¿Hasta cuándo vamos a considerar enemigo al que no piensa como nosotros?

¿Hasta cuándo no vamos a ser más exigentes con mensajeros de utopías fracasadas?

¿Hasta cuándo vamos a oír hablar de jueces progresistas y conservadores?

¿Hasta cuándo vamos a esperar para que los únicos escritos y opiniones de carácter público de los jueces sean sus sentencias y resoluciones?

¿Hasta cuándo va a durar la politización en el nombramiento de los altos Tribunales de Justicia?

¿Hasta cuándo va a durar la mediatización de las instituciones regulatorias?

¿Hasta cuándo van a dejar de ser las Administraciones públicas el coladero irregular y caciquil de toda suerte de serviles enchufados?

¿Hasta cuándo vamos a esperar para que no se dilapiden los fondos públicos sin que paguen por ello sus responsables?

¿Hasta cuándo va a durar la impunidad de los políticos que piensan que el dinero público no es de nadie?

¿Hasta cuándo va a durar el solapamiento de instituciones y organismos que dificultan o hacen imposible la eficaz gestión de lo público?

Lejos de la retórica, del buen rollo y de la propaganda política, España está necesitada de políticos de altura, serios, eficaces y comprometidos de verdad con el progreso de esta gran nación que, con demasiada frecuencia, olvida su historia y sus demonios familiares, repitiendo lamentables episodios hoy incompatibles con el bienestar del conjunto de la sociedad.

Es por ello que ha llegado la hora de llamar a la responsabilidad de todos, pero sobre todo de la ciudadanía para que, con su exigencia, no solo reclame a posteriori a sus políticos sino que, antes, cuando le piden el voto, analice la profundidad de las distintas propuestas, su viabilidad y sus consecuencias. Y respecto a quien le pide el voto no solo compruebe sus dosis de realismo sino que, además, evalúe la capacidad gestora de quien se lo pide. Porque curiosamente, los políticos hablan de portales de transparencia para decirnos lo que tienen y lo que ganan, pero a los ciudadanos nos gustaría saber qué hicieron antes de embarcarse en su nueva profesión, cuánto cotizaron a la seguridad social, cuántas empresas gestionaron y cuáles fueron los resultados de sus gestiones. Porque se va a poner en sus manos la empresa más grande y compleja de España, que es la gestión del Estado más antiguo de Europa. Y por ello, lejos de huir ante una realidad compleja, queremos preguntar a quienes pretenden conducirla, a dónde llevan a España. ¿Quo vadis, España?




http://www.eldemocrataliberal.com/search/label/Luis%20Mar%C3%ADn%20Sicilia

2 comentarios:

  1. Gran articulo. Demasiadas incognitas para poderlas despejar de un plumazo.

    ResponderEliminar
  2. Magnifico articulos con un monton de preguntas por dilucidar

    ResponderEliminar