martes, 10 de noviembre de 2015

Hacer política en democracia


Artículo de Luis Marín Sicilia


“No tengo duda de que la resolución que ayer aprobó la Cámara legislativa catalana terminará con el mismo fracaso que las tres anteriores intentonas golpistas de los secesionistas de la barretina”

“Afortunadamente, España es un Estado de derecho, y quienes lo dudan van a tener la oportunidad de comprobarlo muy pronto”
 
Mientras ese remedo de asamblearismo revolucionario se reúne en la sede del Parlamento de Cataluña para intentar consumar un golpe de Estado llamado al fracaso, rememoro algunos episodios y trayectorias de personajes que, como el insulso y petulante Artur Mas, han producido lamentables desgarros en la sociedad a la que han pretendido conducir con ínfulas mesiánicas. No tengo duda de que la resolución que ayer aprobó la Cámara legislativa catalana terminará con el mismo fracaso que las tres anteriores intentonas golpistas de los secesionistas de la barretina. Y con los responsables de los actos ilegales debidamente sancionados, primero por vía administrativa, como reos de desobediencia y, de persistir en su conducta, por la vía penal, como reos de sedición y rebeldía. Sin necesidad de suspender ninguna autonomía, como gustaría a los sediciosos, sino simplemente condenando a los culpables y, en último término, interviniendo su gestión por el interés general de los catalanes.

Más que la proclamación del 14 de abril de 1931de la República catalana, realizada por Maciá en el balcón de la Generalitat, es la proclamación del Estado catalán, que hizo Companys el 6 de octubre de 1934, lo que más se asemeja a la situación actual, dada la colaboración del secesionismo burgués con los anarquistas de entonces y con los antisistema de ahora. La ambición desmesurada de los golpistas, los de antes y los de ahora, la dibuja perfectamente Azaña en sus memorias cuando decía "yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero, pero ante los incidentes antiespañoles en Barcelona me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar España prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Y mientras, venga poderes, dinero y más dinero".

El factótum de la situación actual ha sido Jordi Pujol, el patriarca de la nueva patria catalana y el padrino de la organización mafiosa familiar que tan pingües réditos le ha dado... siempre envolviéndose en la bandera protectora de su “patria”, como hacen todos los totalitarios. Artur Mas es tan solo el acólito que de forma patética, torpe y obsesiva intenta salvar los muebles de una aventura que debe conducir a todos los responsables al lugar destinado a los delincuentes. Y puede que algunos tensionen la vía política para que los suyos les tengan por héroes en vez de por chorizos, ya que la trayectoria del jefe del clan, desde el caso de Banca Catalana, es paradigmática del apego a conductas irregulares y enriquecedoras que, posiblemente, no sean ajenas al ínclito Artur Mas, al que muchos tienen por su testaferro y heredero político.

Pujol siempre fue un astuto maniobrero que supo sacralizar su proyecto nacionalista envolviendo a las masas en el mismo mediante el control de los resortes que moldean la opinión pública y el sistema educativo, regando de sinecuras y dinero todos los medios, personas y entidades afines, y condenando al ostracismo a todo el que no se sometiera a la "redención" de su pueblo. Consiguió que la fiscalía abandonara el caso Banca Catalana y, con el desparpajo del desvergonzado llegó a afirmar que "de ética y moralidad solo hablaremos nosotros" los separatistas. Se refería a los que llenaban mientras sus faltriqueras en detrimento del contribuyente, como hoy se está poniendo de manifiesto ante la opinión pública que aún no comprende como el clan familiar que él encabeza no tiene el mismo destino cautelar que otros sospechosos de menor rango.

Afortunadamente, España es un Estado de derecho, y quienes lo dudan van a tener la oportunidad de comprobarlo muy pronto. La ley se impondrá, y no tengo duda de ello, de forma adecuada al desafío, es decir con proporcionalidad a cada acto de rebeldía. Y para los andaluces, sobre todo los que tiene nuestras raíces y viven en Cataluña, debe ser reconfortante que aquel que nos menospreció como pueblo reciba el mayor de los repudios públicos que merece quien nos definió como "hombres incoherentes, destruidos y poco hechos", "ignorantes y miserables cultural, mental y espiritualmente", hasta afirmar que "si por la fuerza del número llegasen a dominar sin haber superado su propia perplejidad, los andaluces destruirían Cataluña". Esto y más escribió Pujol en un libro de 1958 reeditado en 1976, refiriéndose a los andaluces. Y aunque se disculpó después, su palabra debe tener el mismo valor que las comunicaciones escritas dirigidas a los bancos donde depositaba sus mordidas. Es obvio, de todas formas, que los andaluces han engrandecido a Cataluña, como otros muchos españoles, y especialmente la mayoría de catalanes no separatistas, mientras que quienes la están destruyendo son esos golpistas que, por no respetar, no respetan ni sus propios símbolos ni sus propias normas.

Ante el estado actual de la cuestión catalana, lo más sorprendente es que aún haya grupos políticos con vocación de gobierno que no tengan claro lo que representa el principio de soberanía nacional y la igualdad de todos los españoles. Es el caso de quienes surgieron aprovechando la ola de indignación que la tremenda crisis auspiciaba por los recortes económicos y las desvergüenzas políticas. Con habilidad y oportunismo acudieron a la mesa del apetitoso pastel del inconformismo que se le presentaba, especímenes de todos los gustos: activistas antidesahucios, supermanes grotescamente disfrazados, chirigoteros y cuentachistes, meonas feministas, asaltantes de capillas, tetonas descamisadas y tuiteros de dudoso gusto y escaso afán conciliador. Se quitaron, si alguna vez la tuvieron, la corbata, enseñaron su bono bus, quitaron enseñas y banderas, llamaron a los fotógrafos para inmortalizar cómo utilizaban el metro o la bici, paralizaron licencias y obras... y colocaron a sus parejas, parientes y amigos, aprobando unas normas de selección de candidatos absolutamente controladas por los líderes de la nueva casta. Tan participativos eran que apenas un 4 % de sus afiliados han aprobado su programa... pero ellos ya están colocados.

“Se trata de repetir una frase para liberar la mente con la finalidad perversa de evadir responsabilidades”

Las apetencias de poder que los podemitas acreditan les hace, a veces, jugar a una especie de moderación que no se corresponde con su trayectoria. Así lo ha demostrado la postura de su líder, negándose a formar parte del bloque constitucional ante el reto separatista. Llamar búnker a quienes se comprometen a la defensa de la unidad de España, de su soberanía, de la igualdad de los españoles y del respeto al Estado de derecho, es alinearse con quienes quieren romper la nación más antigua de Europa, pretendiendo reconocer un derecho a decidir que es la viva entelequia de quien desconoce lo que significa el respeto a la legalidad, ya que, como ocurre en los países que han aplicado sus principios, solo se aplica aquello que se corresponde con su ideología trasnochada.

Que Podemos haya fichado a un general de “cuatro estrellas” para sus candidaturas al Congreso y que el ex Jemad se haya pronunciado en términos políticos ante un reto a la Constitución que prometió defender, confirma, primero, que eso de las primarias es una mentira más de quienes confunden al personal al optar por designaciones digitales. Y en segundo lugar, que el concepto de democracia de esta nueva casta tiene pocas semejanzas con los sistemas occidentales y subyace en el fondo su vocación bolivariana.

Es hora de desenmascarar el socorrido mantra al que recurre la izquierda, en cuya virtud la forma de encarar las afrentas a la Constitución consiste en hacer política en vez de reintegrar el orden legal quebrantado. Se trata de repetir una frase para liberar la mente con la finalidad perversa de evadir responsabilidades. Hay que decir, con toda claridad, que la ley se respeta y a quien la incumple se le sanciona. Y acto seguido, que hacer política, aquí y ahora, y respecto a la cuestión catalana, es no tolerar que un grupo sedicioso se apropie del 20 % del PIB español, que corresponde al conjunto de la nación española.

No se comprende que una izquierda tan amante de la justicia distributiva, se oponga a actos individuales de insolidaridad, mientras habla de dialogar políticamente con los mayores insolidarios colectivos que pululan por nuestra patria. Si la izquierda española, en sus diversas formas, pretende consagrar la desigualdad entre los españoles es hora de que lo diga sin más ambages ni ambiguas apelaciones a la política. Porque a esa desigualdad nos conducen quienes olvidan que la función de la política en una sociedad libre es resolver los problemas que le plantea su convivencia colectiva, bajo los principios de igualdad y soberanía del conjunto de ciudadanos libres, con arreglo al marco legal que previamente se han dado. En una democracia no es posible hacer política si no se respeta la ley. Eso solo es posible en los totalitarismos, sean dictaduras de derechas o lo sean de izquierdas. Que cada cual se ubique en el espacio que más le guste, pero que no prostituya los conceptos apelando a políticas antidemocráticas.



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