martes, 12 de enero de 2016

Cabalgatas y fanatismo


Artículo de Paco Romero


“Aborrecemos a los Reyes Magos y lo que representan, un evento casposo e inverosímil”


“Nosotros sí que traemos regalos para todos, no como los Borbones que quieren quedárselo todo ellos”




Justo una semana atrás la fantasía volvía a darse cita en las calles de la inmensa mayoría de ciudades y pueblos españoles. Los niños, los adultos y los muy mayores, dejando translucir su candorosa sonrisa y su asombro contenido, absortos siempre, han vuelto un año más a darse cita con la ilusión de una tradición centenaria que, como tal, forma parte de nosotros.

Si las costumbres ancestrales se impusieron en la mayoría de los desfiles, son las excepciones las que han hecho correr ríos de tinta y las que han ocupado la primera plana de los informativos, no por su vacuidad y sosería, que también, sino especialmente por su sectarismo y por esa añeja apariencia de una frivolidad que lo que buscaba no era innovación en sí misma, sino volver a hacer gala del frentismo, de la intolerancia y del más rancio fanatismo.

La cabalgata madrileña, mejor dicho, de Ágata Ruiz de la Prada, es sin duda la que más pasiones ha levantado. David Fernández, un actor que participó en el desfile, no ha tenido inconveniente en reconocer lo obvio: “Aborrecemos a los Reyes Magos y lo que representan, un evento casposo e inverosímil”, eso sí, sin poner inconveniente alguno a embolsarse su estipendio por participar en la misma, abusando, cuando no ayudando, a malversar el erario que dicen preservar y dejando en evidencia a los cientos de voluntarios que prestan sus servicios desinteresadamente en esta clase de manifestaciones.

En Barcelona, Melchor mostró mayor interés por la política partidista tan en boga que por los principales protagonistas de la fiesta, los niños: “Nosotros sí que traemos regalos para todos, no como los Borbones que quieren quedárselo todo ellos”, sin acordarse en momento alguno -escasa la memoria de su majestad oriental- del capo Pujol, ni de su plebe, ni del Palau, ni de Pallerols, ni del “tres per cent”, ni de Banca Catalana, ni de las ITV… por supuesto obviando también, en homenaje a su secta, los casos Pretoria, Mercurio, Trebal o Mollet.

Ello sin echar en saco roto la patochada republicana celebrada dos días antes en Valencia de la mano de Libertad, Igualdad y Fraternidad, los tres esperpentos que se adelantaron a los Magos de Oriente, recuperada 79 años después por una sociedad coral de la capital levantina y agasajada en el balcón del ayuntamiento -subvencionada también en breve, según se ha anunciado- por el alcalde valenciano.

Hasta la tradicional Cabalgata de Sevilla se ha visto envuelta en la polémica, aunque por un motivo más doméstico y consecuencia habitual de esa intrínseca dualidad de la capital de Andalucía que jibariza históricamente su desarrollo y su apuesta por el futuro: resulta que los figurantes de la carroza del rey Baltasar, encarnado en la persona del presidente del Sevilla FC, se adornaron con bufandas del club, lo que ha obligado a pedir disculpas a José Castro, torpeza mayúscula al no haber interiorizado, al modo de los políticos actuales, que no ocupó el trono del rey negro por su trayectoria profesional, ni por sus méritos personales, que sin duda serán significativos, sino por ostentar, precisamente, el cargo de máximo mandatario del tetracampeón europeo, o, lo que es lo mismo, del club más grande del Sur de España. ¿Bufandas o fulares de Victorio y Lucchino serían los apropiados?

El problema, una vez más, aflora en toda su extensión cuando se mezclan churras con merinas. No todo vale cuando el fin último pretendido ha de buscarse siempre en el respeto mutuo.


Dejen en paz nuestras costumbres, dejen disfrutar a los más pequeños y a los que ya no lo son, respeten las tradiciones de católicos, protestantes, budistas, musulmanes o mediopensionistas. Disfruten, eso sí en fechas alternativas, por aquello de los espacios vitales, de comuniones laicas, de bautizos civiles o de cabalgatas heterogéneas y de orgullos diversos, con toda su parafernalia. ¿Tan difícil es?


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