sábado, 11 de junio de 2016

Artículo de Manu Ramos

No. Es una palabra categórica, adverbio de negación. Una frase en la que se incluye el “no” es automáticamente recibida por nuestro cerebro como algo rechazable, adverso, antipático. Vender la negación siempre fue complicado para los publicistas puesto que siempre es más fácil que se atienda a un mensaje positivo que a uno negativo. Probablemente al haber comenzado este párrafo con la palabra “no” el resto esté resultando poco atractivo, incluso.

Es difícil demostrar la inexistencia de algo, la negación de algo. No me refiero a lo contrario sino a la absoluta falta de conexión con la realidad de cualquier cosa. Se suele decir que la carga de la demostración cae en el individuo que afirma. Por eso si alguien afirma que hay democracia en España, cae sobre su espalda la carga de demostrar dónde está la democracia. Aunque habría que empezar, como siempre, por tener claro qué es democracia. Pero volvamos al “no”.

Existe una película, llamada “No” (2012) en la que se cuenta cómo se organiza una campaña publicitaria que propugna el "No" al plebiscito chileno de 1988. Es un caso de la venta de una idea, a través de conocido márquetin, en la que se defendía una negación en contra de la dictadura de Pinochet. Uno de los pocos casos en los que triunfó esta acción política, que al menos se manifestaba en la introducción de una papeleta en una urna, aunque fuera para negar con esa misma acción.

El problema en la acción política viene cuando se trata de negar pero con una aparente inacción. Hablo de la abstención que todos los partidos dicen temer tanto. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, dice el refrán. Si tanto miedo causa la abstención (que en principio no beneficia ni perjudica a nadie) es quizá necesario reflexionar sobre esa acción política tan loable y digna como es quedarse en casa el día en que el Estado nos dice que hay que ir a votar.

Pero siempre queda la duda sobre esa falta de movimiento, esa falta no de acción sino de activismo. El ser humano se mueve por estímulos de todo tipo pero los primarios son los más potentes. La inmensa mayoría de esos estímulos vienen por la vista y lo que no se ve es como lo que no se conoce. La abstención no se ve, tampoco se palpa. Sin embargo los partidos estatales le tienen pavor.

Los abstencionarios, que no abstencionistas, tenemos varios problemas en cuanto a la percepción por los sentidos. No hemos tenido nunca una representación unívoca. La abstención suele provenir de decisiones individuales, por motivos muy diversos y no encaminada, por tanto, hacia un fin político concreto. De esta forma no se ha podido rentabilizar la inmensa abstención que ha habido en España, máxime cuando el censo electoral es el censo de la población, es decir, no hay que inscribirse para votar. Todos los españoles en edad y capacidad están inscritos como votantes, gratis y con muchas facilidades. De esta forma el no ir a votar es algo dolorosísimo para la partidocracia habiendo puesto las cosas tan fáciles. Negar el voto al estado de partidos es un golpe muy fuerte a la legitimidad del régimen. Pero no hay todavía un grupo conformado dentro de la legalidad vigente como receptor de esa parte de los votantes: los no votantes.

Pero es muy complicado mantener una organización como esa puesto que dentro de los abstencionarios encontramos, por ejemplo, a los anarquistas que dejan de votar no como medio para poder votar cuando haya democracia, sino porque la abstención es consecuencia directa de su ideología. Por este motivo sería imposible dirigir una acción abstencionaria que hiciera confluir estos objetivos políticos (la eliminación del estado) junto con otros fines (instaurar la democracia en España, por fin). Así que el grupo que consiga arrogarse la fuerza moral, la capacidad deslegitimadora de la abstención dejaría a los partidos secos de votos. Nadie excepto los beneficiados directamente por los partidos políticos se atrevería a votar para no ser señalado como un corrupto más. Hoy esto se camufla con diferentes colores y con una suerte de rito que no sirve para nada pero que es muy vistoso: meter un papel en una urna. ¿Representación? Ninguna.

Aun así, ese rito visible, esa “fiesta de la democracia” es mucho más fácil de vender que el “no”, que todavía se confunde con la acracia, con la falta de ideales (¡!) cuando los que verdaderamente carecen de ideales son los partidos políticos actuales. Verdaderas máquinas de márquetin y de cambio de chaqueta. Habría que vender correctamente el NO a la partidocracia con esa abstención masiva, deslegitimadora, fuerte, terminante, definitiva.

Yo digo “no”. Un “no” que es más que una palabra, es acción.



2 comentarios:

  1. Una leve puntualización; cuando dices que los españoles en edad y capacidad inscritos como votantes, gratis y con muchas facilidades son todos tengo que discrepar. La gran mayoría del cada vez mayor colectivo de expatriados somos abstencionarios forzados.

    ResponderEliminar
  2. "Así que el grupo que consiga arrogarse la fuerza moral, la capacidad deslegitimadora de la abstención dejaría a los partidos secos de votos."

    Ese grupo ya existe o existirá, pequeño (miles) pero en continuo crecimiento: el MCRC.

    ResponderEliminar