miércoles, 5 de octubre de 2016

La clarificación de la izquierda

Artículo de Luis Marín Sicilia


“Lo que los hijos del 36 superaron en 1978 con el texto constitucional, fue traído a colación por los nietos de la confrontación civil”

“El corto mandato de Pedro Sánchez, en contra de lo que inicialmente se esperaba de él, ha sido una profundización en la sima de la irrelevancia, obsesionado con asemejarse a Podemos en vez de a combatirlo ideológicamente”

“Resetear el PSOE actual para hacerlo atractivo va a exigir tiempo, paciencia y mucha inteligencia por parte de sus dirigentes”



Los episodios, entre el drama y la tragedia, vividos últimamente por el socialismo español no son sino expresión fiel de la trayectoria de un PSOE tan veterano y rodado como compulsivo y conflictivo en su lucha interna partidaria. La historia nos muestra enfrentamientos mucho más agresivos y rupturistas que los acaecidos el pasado fin de semana, especialmente en el preludio de la Guerra Civil con la atroz acometida entre los de Indalecio Prieto y los de Largo Caballero.

Lo preocupante de las crisis profundas del socialismo español es que en las mismas, casi siempre, está en juego, además de sus cuitas internas, la estabilidad y el futuro de los españoles, razón por la cual a nadie le es ajeno cuanto acontece en el partido nacional más longevo. Y de su resolución en una línea u otra puede depender el tipo de sistema de convivencia, no sólo de los socialistas sino del conjunto de españoles, con independencia de la ideología de cada cual.

La chispa que ha originado el incendio actual se produjo con la resurrección por el zapaterismo de la cuestión guerracivilista, reivindicando viejas cuestiones que la Transición tuvo el acierto de superar. El frentismo como forma de hacer política, superado a raíz de la Constitución de la concordia, fue puesto de nuevo en escena. Lo que los hijos del 36 superaron en 1978 con el texto constitucional, fue traído a colación por los nietos de la confrontación civil, hasta el extremo de que Zapatero apeló a la memoria de uno de sus abuelos en su discurso de investidura. Lamentablemente, se olvidó del otro abuelo, lo que pone de manifiesto como se abría la puerta, de nuevo, a la confrontación y el sectarismo.

La radicalización de la convivencia era cuestión de tiempo, de poco tiempo como pudo acreditarse con el famoso "cordón sanitario" impuesto a un partido que socialmente representaba a casi la mitad de la población. Ese fue uno de los vectores de la deriva del socialismo: su radicalización excluyente hacia el otro artífice de la convivencia democrática, el Partido Popular, al que se satanizó.

El otro vector, que ha llevado al PSOE a su deriva actual, fue la entrega a postulados nacionalistas, que tuvo su origen en aquel famoso "Pascual, apoyaré todo lo que venga de Cataluña" que Zapatero dirigió a Maragall. La consecuencia está a la vista: hoy el socialismo español no es homogéneo y su mensaje depende de la comunidad en que se produzca.

Ese cóctel abrasador de frentismo y nacionalismo, era un caldo de cultivo propicio para el surgimiento de populismos demagógicos, en cuanto se dieran circunstancias objetivas de descontento social. Y el descontento se produjo: la terrible crisis que originó el 15 M fue bien aprovechada por un grupo de profesores universitarios de último nivel para articular, con apariencia de gestión popular, un partido político que saltó a la arena electoral con gran éxito y el simplismo de sus alegatos: frentismo ("los de abajo y los de arriba") y nacionalismo ("derecho a decidir"). Sus destinatarios: "la gente", o sea la masa... Demagogia populista.

El PSOE, que había olvidado progresivamente su papel de ser uno de los dos pilares de la convivencia constitucional, se alió con todos los enemigos de su adversario político, considerando, como dice Diego Armario, que "los enemigos de mi enemigo son mis amigos". Y se sorprendió de que, con tales esquemas frentistas, otros más audaces le iban a ganar la partida. Es en ese momento, desde la irrupción de Podemos, cuando el PSOE ha circulado desconcertado, queriendo competir en un campo que le ha ido alejando de la centralidad reformista que definió su andadura socialdemócrata.

El corto mandato de Pedro Sánchez, en contra de lo que inicialmente se esperaba de él, ha sido una profundización en la sima de la irrelevancia, obsesionado con asemejarse a Podemos en vez de a combatirlo ideológicamente. Su decisión letal de enrolarse en un gobierno con los podemitas y los secesionistas (frentismo y nacionalismo) ha supuesto su destitución de la secretaría general de su partido.

La Comisión gestora presidida por Fernández tiene una ingente tarea por delante, que debe realizar pausada y concienzudamente, porque se trata de encontrar sin ambages el trasfondo ideológico de un partido centenario, si es que quiere volver a ser referente mayoritario de la sociedad española. Y quizá su primer reto sea marcar distancias con el entramado podemita, empezando por reafirmar la legitimidad constitucional del sistema vigente de la Transición, cuestionados ambos -legitimidad democrática y transición política- por los de Podemos.

Volver a ser el PSOE un partido ordenado, posibilista y de gobierno implica dejar para la izquierda podemita la radicalidad de un mensaje simplista que identifica a la derecha como corrupta y ladrona, a los empresarios como mafia explotadora y al Estado como benefactor sin límites ni contraprestaciones y en el que todo memorándum sea un cúmulo de derechos sin deberes correlativos de ningún tipo.

Para recuperar el mensaje reformista, liberal y solidario propio de la socialdemocracia, el PSOE debe asumir que se dirige a una sociedad crítica y exigente como la española, pero alejada de banderías y frentismos. Igualmente debe dejar claro su carácter de partido de ámbito estatal, por lo que se le va a exigir que clarifique sus conceptos plurinacionales y las reivindicaciones soberanistas. Y debe atemperar esa generalizada deriva basada en una ética social buenista e indolora de corte estatalista, que a la postre resulta frustrante y ruinosa.

Resetear el PSOE actual para hacerlo atractivo va a exigir tiempo, paciencia y mucha inteligencia por parte de sus dirigentes. Ello implica que lo más perjudicial para esa refundación sería someterse al escrutinio de las urnas en un momento tan bajo de sus expectativas. Huir hacia adelante, para dar satisfacción a las visceras de cierta militancia, sería uno de los mayores errores, no solo para su propia existencia que se vería enormemente afectada, sino para el conjunto de la sociedad española y para la estabilidad de nuestras instituciones y de su prestigio y crédito internacionales.

Una gestora socialista supo administrar el paréntesis abierto por la dimisión de Felipe González al perder la votación sobre el abandono del marxismo. La madurez del pensamiento ideológico que aquello supuso llevó al PSOE al poder poco después,
porque la sociedad de entonces se percató perfectamente de su adaptación a la realidad, ostentando la gobernación del Estado durante catorce años consecutivos, el periodo de más larga duración desde la instauración democrática. La gestora actual tiene ante sí un reto de similares características.

La conclusión es fácil: El PSOE puede aspirar a seguir siendo el otro pilar de la vigencia constitucional, recuperando la centralidad reformista, o puede seguir empeñado en disputarle al conglomerado podemita y antisistema la nueva ideología populista basada, como dice Alainc Minc, en las ideas sencillas, el integrismo y el tribalismo que señala como sus enemigos a la democracia representativa, al mercado y al cosmopolitismo. Es decir, o articular el centro izquierda nacional, o pelear por ser primogénito en la izquierda radical, antisistema y revisionista. Esa es la cuestión.



No hay comentarios:

Publicar un comentario