domingo, 19 de febrero de 2017

Cuando llamaron impuesto al diezmo


Artículo de Rafa G. García de Cosío

No nos damos cuenta, pero las ideologías que dominan el siglo XXI han sido intercambiadas por las que reinaban en el XIX con agilidad de prestidigitador. Y adivinen qué: la bolita que han pasado de un vaso a otro sin que lo advirtiéramos no es otra que la del liberalismo. ''Paz a las cabañas, guerra a los palacios!'', es el grito más conocido de Georg Büchner, uno de los liberales más conocidos de la Alemania del XIX. Cualquier progre lo interpretaría hoy como un canto al igualitarismo o lo que ahora llaman 'justicia social', cuando en realidad era un grito contra el poder absoluto del Estado (absolutismo), como el de Larra, como el de Blanco White, como el de Rafael del Riego.

El de Riego es un caso esclarecedor. De luchador por la libertad y contra las cadenas del Antiguo Régimen español, pasó a inspirar casi un siglo después el himno de la II República, todo un fetiche para los comunistas de hoy que defienden, precisamente, los regímenes autoritarios y dictatoriales como Venezuela o Cuba, a nada que uno se pasee e informe sin mucho esfuerzo de lo que publican, gritan, o tuitean. O de aquello ante lo que se abstienen.

Les cuento este rollo porque el 8 de noviembre del año pasado, el mismo día de las elecciones de Estados Unidos, ocurrió algo extraño mientras me encontraba circulando por un polígono industrial de Heilbronn para ir al trabajo con mi coche de matrícula española. Aparcado a la derecha de la travesía, una furgoneta de Zoll, ''aduanas'' (el polígono industrial incluye el puerto de Heilbronn) arrancó cuando lo sobrepasé. De repente, me acordé de la regla de la que siempre me habían hablado: el tope de seis meses que un trabajador tiene para circular con matrícula de su país de origen en otro estado miembro de la Unión Europea si el trabajo se encuentra en este estado miembro. La sirena encendida de la furgoneta detrás de mi coche confirmó mi teoría.

Tras pedirme los papeles, la primera pregunta fue más psicológica que inquisidora: ''por qué habla tan bien alemán?''. Estaba claro que era una de esas preguntas embudo para conseguir la respuesta obvia: ''porque trabajo aquí''. De nada hubiera servido simular que no hablo ni alemán ni inglés, porque desde el ordenador de su furgoneta tienen acceso a mis datos de residencia. He de reconocer que los policías, un hombre que era un monumento a Mazinger y una mujer bajita y con coleta, eran muy buena gente. El hombre se apoyó en el techo del coche y, mirando al horizonte, me dijo: ''Sabe, soy un tío muy buena gente, pero usted no puede circular ni aunque el coche pertenezca a otra persona porque...'' ''ya, ya, porque trabajo aquí, y es lo que hacen muchos polacos, rumanos y...'' Mazinger me cortó: ''Efectivamente''.

Se despidieron perdonándome la vida con un ''Quizá reciba usted una carta en las próximas semanas, puede seguir circulando. Iba al trabajo, no?''. Casi se me caen las lágrimas. Este tipo de perdón solo es posible en Alemania. En todo caso, huelga decir que la matrícula la cambié en las semanas siguientes para evitar problemas futuros, con toda la burocracia que conlleva: taller, nueva ITV, seguro e impuesto de circulación. Nada, 30€ por ponerle matrícula alemana, pero hagan cuentas con todos los extranjeros que, cada año, llegan a Alemania con sus coches, especialmente de Europa del este. Y eso que aún tenía que llegar lo peor: 509€ de impuestos anuales de los que se me informó a primeros de enero sólo por tener la mala suerte de que mi coche es diesel. El objetivo del Estado? recaudar. Para los palacios que Büchner criticaba en el XIX, y que hoy son los de la burocracia, los del exceso de funcionarios, barones y derroches, que en ningún caso alcanzan los niveles existentes en España.

Estas semanas he estado filosofando sobre la legalidad de obligar a ciudadanos europeos a cambiar la matrícula de su coche para cobrar los respectivos impuestos. En teoría, siguiendo el mismo razonamiento, sería como pedir a cada europeo que se encontrara en otro país que pagara el IVA correspondiente de sus zapatos por estar utilizando las aceras de otro estado miembro. O el del pantalón, por sentarse en el banco de cualquier parque. Ni les digo ya la que se recaudaría cobrando un impuesto a cada móvil de un tercer país cuando, a partir de junio, el roaming sea gratuito en toda la UE y los repetidores y antenas de todos los estados miembros ofrezcan el servicio a todos los europeos.

Qué fue de la libre circulación de personas, mercancías, capitales y servicios en la UE? Por cierto, la carta de Mazinger nunca me llegó a casa.


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