jueves, 7 de septiembre de 2017

Luis Felipe en vaso de plástico


Artículo de Eduardo Maestre


La Palma del Condado es un pueblo de la provincia de Huelva que está cerca de Moguer, la cuna de Juan Ramón; cerca de Palos de la Frontera, que es desde donde salieron las Tres Carabelas buscando una ruta alternativa para llegar a las Indias; también está cerca de la aldea de El Rocío, y muy próxima al griterío de pájaros que envuelve Doñana. La Palma pertenece a la generosa comarca de El Condado, de antiquísima tradición vitivinícola; es tierra de grandes mostos, frescos vinos, vinagres de altísima calidad y brandis extraordinarios, amén de albergue de muchas bodegas que merecen la pena ser visitadas.

Entre las bodegas de La Palma hay una que guarda un tesoro imposible de comparar con nada que usted, amigo lector, pueda imaginar: el brandy Luis Felipe. Lo crían en las antiquísimas Bodegas Rubio, en las que, entre otros productos, tienen el privilegio de hacer este aguardiente que los expertos llaman brandy pero que es mucho más que un brandy. Por qué digo esto? Pues porque yo, que ni soy catador ni sumiller ni perito en enología, he tenido la fortuna de probar a lo largo de mi vida todo género de alcoholes; particularmente vinos tintos, vinos espirituosos, bourbon y brandis, y, de estos últimos, desde cognacs y armagnacs franceses hasta toda suerte de brandis españoles; desde engendros como el Soberano –que beberlo era, en efecto, cosa de hombres!- o esa aguachirle dorada que era el 103 (Dios mío! Las cosas que uno bebe en su adolescencia!) hasta maravillas como el brandy Gran Duque de Alba, el fantástico Constitución -que es murciano!-, el impresionante Torres de 15 años o el enorme Cardenal Mendoza, todos ellos realmente maravillosos. Pero el Luis Felipe… El Luis Felipe es otra cosa.

El de Montpensier

En 1890 murió, víctima de una apoplejía cerebral, Antonio María Luis Felipe de Orleans,  Duque de Montpensier y III Duque de Galliera, conocido como Antonio de Orleans. Hijo de Luis Felipe I de Francia -rey posnapoleónico que puso pies en polvorosa durante la revolución de 1848-, a la caída de su padre hubo de refugiarse en Inglaterra con su mujer, la española Luisa Fernanda de Borbón, hija de Fernando VII y hermana de nuestra reina Isabel II. Pero como allí incomodaba la presencia de la hermana de la reina de España (ya saben ustedes cómo son los ingleses, y más en pleno siglo XIX), les invitaron con grandes muestras de flema británica a irse a tomar por saco.

Antonio de Orleans y su mujer, por lo tanto, decidieron venirse a España. A Madrid, concretamente. Pero los políticos españoles de aquella época, conociendo como conocían los intereses de este destacado militar francés que, además, aspiraba al Trono español, procuraron alejarlo de la Villa y Corte. Así que el Duque de Montpensier se marchó a vivir a Sevilla, instalándose nada menos y como el que no quiere la cosa en el Palacio de San Telmo, que compró sin mayor problema para regalárselo a su mujer. Allí nació y se crio su hija María de las Mercedes Isabel Francisca de Asís Antonia Luisa Fernanda Felipa Amalia Cristina Francisca de Paula Ramona Rita Cayetana Manuela Juana Josefa Joaquina Ana Rafaela Filomena Teresa de la Santísima Trinidad Gaspara Melchora Baltasara de Todos los Santos de Orleans y Borbón, más conocida por el pueblo como María de las Mercedes, mi rosa más sevillana, por qué te vas de mis redes de la noche a la mañana?

El Trono y el vino

El caso es que Antonio de Orleans conoció la maravillosa ciudad gaditana de Sanlúcar de Barrameda y quedó tan prendado de la villa que se compró una casa allí, con terrenito. Y aficionado como era a degustar los caldos de la zona, se interesó también por los vinos de Jerez, y luego por los del Condado de Huelva. Desconozco si esta gran afición al vino y los alcoholes fue la que le empujó a conspirar contra el rey recientemente elegido Amadeo I con el objetivo de ocupar su trono, pero lo cierto es que el de Montpensier contrató a una docena de sicarios que dieron muerte al mismísimo general Prim -valedor y sostén del de Saboya- con la mala suerte de ser descubierto como el instigador, apresado, acusado de ser el cabecilla y condenado al destierro.

De cualquier modo, a la muerte del inquieto Antonio de Orleans quedaron olvidadas en La Palma del Condado unas pocas barricas cuyo extraordinario contenido no sabían definir quienes las descubrieron tres años después de morir el Duque. Así, en 1893 los gerentes de las Bodegas Rubio se hallaron ante unas botas que tenían en altorrelieve el escudo de la casa de Orleans –la de Luis Felipe I, su padre, el destronado rey de Francia-; unas cubas que contenían un aguardiente color caoba en su interior, envejecido desde Dios sabía cuántos años atrás y cuyo sabor no podía compararse a nada que nadie hubiera paladeado antes. Así que, en vez de bebérselo, decidieron utilizar estos barriles como el embrión del siguiente brandy, creando desde hace más de cien años y de forma ininterrumpida el magma más delicioso que pueda pasar por la garganta de un ser humano: el brandy Luis Felipe.

Luis Felipe en vaso de plástico!!!

Hace unos años, paseando por las desconocidas calles de una ciudad andaluza cuyo nombre no quiero decir por no poner un baldón en su escudo, paramos una amiga y yo en un bar de copas a altas horas de la noche. De repente, vi entre las decenas de botellas que había a las espaldas de los camareros -casi oculta pero aguardando, como la Bella Durmiente, un beso que la liberara- una botella de Luis Felipe y, no sé por qué, se me ocurrió que en ese bar no iban a tener ni idea del precio de la misma. Así que me aventuré a preguntar cuánto vale una copa de coñá, a lo que el muchacho de la barra, oculto en su melena rubia, me dijo que lo mismo que un cubata: seis euros. Le dije: pues ponme una de ése. Y la bajó de la alacena de las bebidas con gran trabajo, ya que no quedaba muy a mano. Por desgracia, en el preciso instante que se disponía a escanciar el preciado licor en una copa de balón, su compañera nos comunicó que iban a cerrar y que lo que nos fueran a servir tenían que dárnoslo en vasos de plástico. De modo que nos sirvió un gintónic a mi amiga y una copa de Luis Felipe a mí. Pero en vasos de plástico. Y nos fuimos a la calle a tomarnos esa última copa; mi amiga con su gintónic y yo con mi botín.

Luis Felipe en vaso de plástico!!! Pero en qué ciudad puede seguir abierto al público y con licencia para servir alcohol un establecimiento que permite verter una obra de arte como es ese ultraterreno brandy de La Palma en un deprimente vaso de plástico? Cómo es que no apareció una pareja de la Benemérita -de la División de Enología- para clausurar el local justo en el momento en que el inconsciente camarero vertía las primeras lágrimas untuosas de Luis Felipe en ese recipiente de poliestireno con forma de tubo?

Pero, amigo lector, la Guardia Civil no apareció. Y tuve que degustar ese néctar olímpico en un tubo de plástico. La experiencia fue muy extraña y llena de contrastes. Y por mi tendencia insufrible a sacarle punta -hasta que escriban- a ramitas que no tienen mina en su interior, hice partícipe a mi amiga de que nos encontrábamos ante un choque de estructuras irreconciliables: por un lado, un recipiente diseñado por sus fabricantes para recibir en su interior cualquier tipo de bebida sin alterar las características de la misma en absoluto; un vaso producido con el mínimo gasto y el mínimo peso posible; por otro lado, la inminente ingesta de un líquido cuya composición organoléptica excepcional requería de una copa de cristal (ni siquiera de vidrio!) con una clara forma de balón que permitiera la acumulación de los vapores para olerlos y tan fina que favoreciese el paso del calor de la mano a fin de atemperar el brandy. Qué hacer en esta situación? Asumir el choque de Universos? Pues sí: lo asumí!

Lo asumí y me bebí entre lamentos entreverados por momentos de éxtasis el extraordinario brandy. Resultado: no pude apreciar en toda su extensa paleta cromática el maravilloso Luis Felipe. Porque, miren ustedes, las sustancias complejas tejen a su alrededor una urdimbre de circunstancias sine qua non es imposible apreciarlas en su totalidad. No es lo mismo ver La Guerra de las Galaxias en la oscuridad del cine y con el temblor de la sala, que en tu casa por la tarde. No es lo mismo releer el Discurso de Don Quijote a los Cabreros en la intimidad de tu salón, sintiendo el peso del libro en la mano y bajo la luz de la lámpara colocada ad hoc encima del sillón orejero, que leerlo en un ebook acompañado de los traqueteos del Metro, de pie, rodeado de gente a lo suyo y pendiente de no pasarte la parada. Cómo va a ser lo mismo? Claro que no! Un brandy con ese espíritu ha de paladearse en una buena copa de balón acunada en el calor de nuestra mano, sentados en un sitio confortable y con la parsimonia que sea necesaria; no en un vaso de plástico y andando por la calle!

Elvira Roca

El otro día, Ana, una amiga muy comprometida con la situación política y cultural no sólo andaluza sino española y que tiene una enorme actividad social en este sentido, envió a mi cuenta de wathsaap un enlace a YouTube en donde se podía ver y escuchar una entrevista de media hora celebrada en Andalucía TV, una especie de canal secundario de Canal Sur y gestionado por esta deplorable cadena pública andaluza. La entrevista la realizaba Jesús Vigorra, un presentador/realizador que lleva en la inefable televisión pública andaluza desde los primeros asentamientos de Atapuerca y que, al parecer, se ha especializado en entrevistas culturales. La invitada era Elvira Roca, la célebre autora del súper ventas Imperiofobia y Leyenda Negra, un extraordinario libro (extraordinario en muchos sentidos!) que aborda el espinoso asunto de la leyenda negra que acompaña siempre a todos los imperios, y en particular la que generó el Imperio español -leyenda negra que por desgracia perdura hasta nuestros días. La entrevista, si la quieren ustedes ver –merece la pena absolutamente!-, con teclear en YouTube “Elvira Roca entrevistada en AndalucíaTv por Jesús Vigorra” podrán disfrutar de la enorme inteligencia de la señora Roca, algo raro de ver en la televisión nacional e impensable en Canal Sur.

Elvira Roca es una andaluza de mediana edad muy interesante, con cara de ser muy inteligente y que no abandona la sonrisa prácticamente en ningún momento. Es malagueña de nacimiento; natural de El Borge, un pueblo muy pequeño de la Axarquía malagueña. Es profesora de instituto y da clases en un centro de Alhaurín de la Torre, a escasos diez minutos en coche desde donde yo vivo ahora. En sus notas biográficas aparece que ha trabajado para el CSIC y ha dado clases en Harvard, aunque esto último no quiere que se diga mucho -no sé por qué, aunque sus razones tendrá. El caso es que es profesora de Secundaria; aunque al leer el libro mencionado arriba uno piensa que es, sin duda, una de las catedráticas e investigadoras más importantes del panorama universitario europeo, a tenor de la asombrosa documentación que aporta en el mismo, y no a base de notas a pie de página, sino en cada párrafo, en cada aseveración, en cada propuesta.

Imperiofobia es algo más que un libro intenso que revisa la Historia de Occidente para limpiarla de adiposidades: es un tratado de inteligencia. Porque la autora no sólo aporta pruebas documentales que son como mazos alegres que van destruyendo los clichés que nos atenazan a todos desde la niñez, sino que a veces da su opinión, abre su inteligente corazón e ilumina aspectos de nuestra política cotidiana con una luz tan clara y potente que al lector no adocenado por ideologías parasitarias no le cabe duda de que se halla ante un manantial de lucidez. La visión del mundo que Elvira Roca despliega ante nuestros ojos emocionados es la de un sherpa acostumbrado a contemplar los inmensos paisajes desde las cumbres. Todo está relacionado con todo, pero no exactamente como pensábamos. Las causas de la desventurada percepción que tenemos de nosotros mismos están claramente identificadas, pero, en rigor, no son las que creíamos! Para colmo, su forma de escribir es tan directa, tan clara; su sintaxis es tan orgánica, tan precisa, y su forma de relacionarlo todo es tan fluida y sin atascos que sin duda de ningún género uno es consciente de que se encuentra ante la obra de una mujer de altura estratosférica.

La entrevista

Y en esto, por desgracia, llega Canal Sur. Concretamente, Andalucía Televisión, una marca blanca del hemorrágico canal público andaluz. Un programa llamado Andalucía al día en su sección Cultura, a cargo del cual, como ya he dicho, anda Jesús Vigorra, el cual abre el programa de pie, bajo una deficiente iluminación y haciendo una presentación somera del libro Imperiofobia. Después, inicia propiamente la entrevista y, tras permitir que Roca diserte sobre la aversión a lo español que tuvo la Francia ilustrada, le espeta “no dejamos de ser unos catetos, porque en la vida… no sé…” Y sin terminar la frase, Vigorra se chiva a los espectadores y nos dice que la entrevistada ha dicho que “ahora los analfabetos salen de la Universidad”, frase que el realizador ya tenía preparada y maquetada para ocupar la pantalla entera mientras Elvira Roca sigue hablando.

Qué es esto? Qué clase de periodismo es éste que resalta frases que no ha dicho la entrevistada durante el curso de la entrevista? A qué viene destacar una frase que el presentador pone en boca de la entrevistada? A qué intereses vicarios responde esa puntualización sobreimpresa en la pantalla? Claramente a predisponer al mundillo universitario contra la entrevistada! No me cabe duda! Menudo nivel! Sin embargo, la profesora tiene tiempo para diluir la toxicidad del realizador y además poner en evidencia al programa amonestando entre sonrisas al tal Vigorra por ilustrar la entrevista con imágenes de matanzas de indios en Suramérica; que, entre nosotros, amigo lector, hay que ser torpe, malintencionado o ambas cosas para elegir como ilustraciones de fondo justo aquellos topicazos que derriba el libro del que se supone que se va a hablar! El hombrecillo calvo se defiende un minuto y finalmente reconoce que quizás no sean las mejores imágenes para acompañar esta entrevista.

Pocos minutos después, el de las gafas la interrumpe para decirle que “vayamos al saqueo de Roma, que es donde empieza la leyenda negra, no?” Y Elvira Roca le dice “No; la leyenda negra no empieza ahí…” Más tarde, el cada vez más pequeño Vigorra incide sobre la figura de Calvino, y luego sobre la de Lutero, que no es que no tengan nada que ver con la leyenda negra española, pero a mi juicio es emplear cinco minutos del poco tiempo de la entrevista descentrando el motivo de la misma. De inmediato, y sin que el espectador sepa muy bien por qué, el calvo indocumentado le dice “sus alumnos se lo tienen que pasar muy bien con usted” y, aprovechando que la invitada diserta sobre la esencia del nacionalismo refiriéndose al origen del protestantismo alemán, Vigorra comienza a preguntarle sobre la inminente independencia de Cataluña y sobre la entrega de armas de ETA, temas que –éstos, sí!- nada tienen que ver con el objeto de la entrevista!

Por fortuna, la sintaxis de Elvira Roca funciona con la misma organicidad hablando que escribiendo, y en cuanto el presentador la deja hablar, ella diserta con inusual maestría y claridad preternatural. Hacia el final de la entrevista, la escritora habla acerca del durísimo trago que supuso para la España del 98 la pérdida de Cuba y, por lo tanto, la puntilla final al Imperio, discurso interesantísimo que el tal Vigorra -cómo no?- interrumpe para dar paso a una compañera de programa que viene a hacerle a la invitada una serie de preguntas que resultan interesantes porque la invitada lo es. Quizás esta sección, a pesar de ser la más ligera y de mantenerse en el tono taquigráfico que siempre tienen estas baterías de preguntas estándar, fue lo más cercano al periodismo que pude ver en media hora de entrevista. Lo que no obsta para que, tras esta sección viniera otra que los de realización llaman el Fotomatón, y que consistía en cuatro instantáneas cualesquiera de la invitada, viradas al blanco y negro y sin texto destacado de ningún género. Es decir: cuatro fotos sin pies ni cabeza; cuatro imágenes que no sólo no presentan gestos significativos de la entrevistada sino que no destacaban sobreimpresa frase alguna que Roca hubiera dicho durante esa media hora. Y mira que dijo frases extraordinarias! Pues ni una, amigo lector; ni una sola idea destacada.

La ocasión perdida

Qué es esto? Cómo pasa desapercibida para el público (no para Ana, que me envió el enlace a la entrevista precisamente por percatarse de ello) la bajísima calidad de la entrevista? A qué nivel tienen acostumbrados a los andaluces estos gestores de la cosa pública, que nadie parece darse cuenta del churro de entrevista que realizó el tal Vigorra? Y gracias a que cada vez que intervenía la interesantísima Elvira Roca parecían despejarse por unos instantes y como por ensalmo las brumas de vulgaridad y desdén que la rodeaban, porque de no ser ésta la entrevistada sino cualquier modelo española de última hornada -de ésas que siempre hablan sin despegar los dientes- o el clásico futbolista andaluz con el pelo cortado en la peluquería de una cárcel brasileña el programa habría que echarlo al fuego de la Gehena!

A mi juicio, el calvo de las carísimas gafas no se había leído el libro; me atrevería a afirmar que quien se encarga de hacerle los resúmenes -si es que este cargo existe- tampoco se lo leyó. Pero como si nada: ahí estaba el tío, con un folio en el que había unas notas apuntadas con las que no dio ni una. Aunque lo que me parece más triste es la oportunidad perdida de hacer una entrevista gloriosa, el no haberle preguntado a esa fuente de conocimiento por la influencia española en Europa durante el Imperio, o en qué medida modificó España la vida y las costumbres europeas durante los Siglos de Oro; o qué habría sido de los Estados Unidos hoy si en vez de protestantes exterminadores de indios hubieran sido españoles los que hubieran colonizado aquella inmensa tierra. O una pregunta que siempre he querido hacerle a don Antonio García-Trevijano pero que con seguridad hubiera respondido con imaginación fascinante Elvira Roca: qué habría sido de los españoles de hoy si la invasión napoleónica hubiera triunfado en España. Incluso, sin tener que abundar necesariamente en el tema central del libro, bien podría el calvo menguante haberle preguntado por la calidad de la Enseñanza en las muy deficientes universidades andaluzas actuales, ligadas la mayoría de ellas por un subvencionado cordón umbilical a los anticuados y petrificantes dogmas de la Junta de Andalucía.

Pero no. Nada de eso se vio en la entrevista. Así que a la invitada la dejaron marchar no sin antes equipararla con un grupo de profesoras catalanas que han recibido un premio por montar un espectáculo teatral-docente en el que hablan del pasado, presente y futuro de la mujer en la Ciencia, cosa que me parece muy bien, pero que, en mi opinión, más que dignificar la profesión del enseñante lo que hace es mostrar el grado de desesperación del mismo por conectar de alguna manera con el interés del alumno; en cualquier caso, nada tiene que ver con el concienzudo trabajo documental y la puesta en pie de este edificio que combina la Historia, la Lógica y el Pundonor que supone Imperiofobia y Leyenda Negra, el libro escrito por la entrevistada.

Cuántos andaluces de la talla de Elvira Roca hay en esta región de más de ocho millones de habitantes? No muchos, ciertamente; pero con seguridad ha de haber algunos en campos tan dispares como la Ciencia, el Arte, la Geología, el Derecho o la Medicina; personalidades que, superando la zafiedad del entorno que respiramos desde que se derramó el socialismo sobre nuestras vidas, hayan logrado erigirse como figuras punteras en su trabajo y que, al margen de éste, posean como Elvira Roca una opinión propia, un retablo de ideas ordenadas, un prisma a través del cual podamos contemplar el mundo desde otros ángulos. Para esto es para lo que realmente sirve una entrevista. Y si quienes están al cargo de estos programas de la televisión pública -que pago yo con mis impuestos!- no comprenden este concepto tan sencillo (enriquecer el espíritu del espectador a través de la contemplación de inteligencias superiores a la media), algo está fallando estruendosamente en los medios de comunicación; algo más, quiero decir!

Imágenes del subconsciente

El cerebro es muy divertido! E inquietante también, por supuesto; pero desde el punto y hora en que el que lo lleva puesto asume que hay varios Yoes y diversas Voluntades disputándose la hegemonía del Yo principal (si es que hay tal), alguna zona del cerebro, en su libérrima capacidad de asociación, te regala imágenes, canciones, sonidos y hasta olores que en principio nada tienen que ver con lo que estás viviendo en un momento determinado. Pero si mantienes abierta la puerta al mensajero que viene del subconsciente, puedes aclarar muchísimo lo que verdaderamente sientes. Digo esto porque veía la entrevista y se me venían a la cabeza las calles de esa ciudad cuyo nombre no quiero decir; escuchaba al tal Vigorra interrumpir a la ensayista para meter la pata con una pregunta mal formulada y mi cerebro me lanzaba la imagen de un vaso de plástico en una calle desconocida. Qué es esto? –me dije. A qué vienen estos recuerdos difusos que nada tienen que ver con lo que estoy presenciando? Hasta que me percaté del mensaje, claro, que venía a ser más o menos éste: “Acuérdate de la pena que sentiste cuando te pusieron aquella copa de Luis Felipe en aquel vaso de plástico y tuviste que tomártelo andando por las calles de… Acuérdate, Eduardo; porque esta entrevista que estás presenciando es equiparable a aquella sensación”.

Efectivamente! Elvira Roca, su libro, su extraordinaria sintaxis, su universo de ideas propias constituyendo un Cosmos estaba siendo equiparada en mi cabeza con el maravilloso milagro que es el brandy Luis Felipe. Y el mal iluminado estudio de televisión, el mermado presentador y su inoportunidad a la hora de entrevistar a alguien de esa categoría intelectual representaban el vaso de poliestireno! Elvira Roca en vaso de plástico! Qué gran oportunidad perdida! Joder! Con un entrevistador que se hubiera tomado la molestia de prepararse la entrevista todo habría ido mejor. Incluso si la invitada se hubiera encontrado frente a alguien que no se hubiera preparado la entrevista pero que estuviera bien instruido en cuestiones de Historia, Política y otras disciplinas la media hora de charla habría sido aún más interesante.

Vividores

Pero para qué van a prepararse los que, como Jesús Vigorra, llevan en la radiotelevisión pública andaluza desde que floreció el primer helecho en el planeta? Su carguito está bien blindado. Como el del indolente Juan Imedio, uno de los presentadores mejor pagados de España pero del que hace años desapareció todo rastro de interés por su propio trabajo; las pocas veces que lo he visto me ha transmitido rutina, sopor y una gran ansiedad por salir del estudio en cuanto acabe la grabación. Y así podríamos seguir enumerando vividores del dinero público que han olvidado para qué están ahí; gente sin duda muy conocida pero que a la hora de ponerse frente a una Elvira Roca, un Antonio Escohotado, un García-Trevijano, un Fernando Savater, un Albert Boadella o cualquiera de los científicos, literatos, empresarios o directores de orquesta de altura que hay en España –que, aunque no salgan nunca en la tele, los hay-, se quedan como las liebres ante los faros de un coche: petrificados.

El peor de los vinos

No soy nada andalucista. Es más, me dan arcadas los que se envuelven en la bandera de su región -no digamos ya los nacionalistas! Pero a veces hay que dar un toque de atención a aquellos que, como yo, están participando de la reclusión ideológica a la que cualquier Comunidad Autónoma nos somete siempre, que en el caso de algunas comunidades supone reclusión mayor, y en el de la andaluza -en donde nos acercamos ya a los 40 años de exposición ininterrumpida al socialismo- la reclusión se ha convertido en prisión permanente revisable! Digo, pues, que no podemos permitir que con el dinero público, que sale de nuestro trabajo, se financie este repugnante entramado que es Canal Sur, verdadera cloaca a la que van a parar cientos de millones de euros anuales; auténtico sumidero por el que han desaparecido miles de millones de euros durante los últimos veinte años y que cada día que pasa está más centrado en reproducir ad nauseam los estereotipos más abyectos, los programas más zafios y las producciones más groseras. Indefectiblemente, cuando el mando de la tele está estropeado o el dedo se ha deslizado por donde no debía y aparece Canal Sur en mi pantalla de televisión, hay siempre una señorita congestionada cantando copla, o una familia obesa desgranando su vida vulgar ante un público anestesiado, dirigido por una anoréxica que se esfuerza en sobrecargar un acento andaluz irreconocible; o unos cuantos niños resabiados y sin puñetera gracia ni talento diciendo obviedades bajo el mostacho soporífero y cargante de un aburrido Juan Imedio.

Hasta cuándo tendremos que cargar sobre nuestras machacadas espaldas el peso que supone mantener un engendro deplorable como es Canal Sur? ¿Se podrá en el futuro cuantificar no ya los miles de millones tirados a la basura (que esos están ya tan perdidos para nosotros como Cuba), sino el inmenso daño cerebral causado a la población, expuesta como está al ensalzamiento y glorificación de lo peor de nosotros mismos desde hace dos décadas? ¿Cómo sobrevivir a la certeza de que la búsqueda de la excelencia es lo único que no va a ser considerado digno de salir en nuestra televisión pública porque supondría una bofetada general al abyecto sistema de valores que la rige?

Que compareciera en un programa del castillo kafkiano de Canal Sur (en su modalidad Andalucía TV) un personaje tan interesante como Elvira Roca, que personifica el estudio, la disciplina, el trabajo sin límites horarios, la dedicación exhaustiva, la integridad intelectual, la rebeldía frente al adocenamiento y, en resumen, la Inteligencia, cualidades todas que son justo lo contrario de lo que sacan siempre en este canal de desagüe estomagante no deja de sorprenderme! Y la única razón que para mí explica que Roca haya comparecido allí es que su libro, en el momento de la entrevista, ya iba por la 6ª edición. La undécima en el momento de escribir este artículo!!! Tal es el éxito de Imperiofobia que ni siquiera Canal Sur ha podido meter la cabeza bajo su tierra yerma, como hace siempre ante los éxitos personales de los andaluces no sujetos al Régimen, y por lo tanto no han tenido más remedio que invitarla al programita del calvo! Pero no por ello puedo felicitar a los realizadores del mismo; porque ni Vigorra ni su equipo se prepararon la entrevista, ni fueron conscientes de las inoportunas imágenes que utilizaron para ilustrar la misma, ni se centraron en el tema principal, ni señalaron las frases esenciales que de la entrevista se iban desprendiendo, ni proporcionaron a los espectadores una imagen aproximada de la estatura intelectual de la entrevistada.

Mi subconsciente no me engaña jamás: escuchar a Elvira Roca frente a ese pólipo con gafas incrustado en la televisión pública fue como beber Luis Felipe en un vaso de plástico! Esa media hora de entrevista fue como verter varios siglos de crianza prodigiosa, de tumultuosa historia política, de aromas y sabores inefables en un recipiente que no está ni estará nunca a la altura de ese brandy prodigioso. Y desengáñense: lo que ofrece nuestra televisión pública (salvo contadísimas excepciones) suelen ser contenidos banales, vulgares, desprovistos de interés. Son vinos baratos, picados, remontados; en el mejor de los casos, vinos cabezones que pueden servirse en vasos de plástico sin que se eche de menos una copa de cristal; caldos cosecheros cuyo mejor destino es el de ser mezclados inmediatamente con gaseosa de limón bien fría. Esa es la carta de vinos de Canal Sur; están acostumbrados a servir esos vinos malos a los andaluces porque en su morondanga socialistoide y amorfa no alcanzan a imaginar que hay personas muy valiosas entre la gente, que a veces se encuentran individuos excepcionales en los sitios más insospechados, que aún hay vinos espirituosos, de gran calidad y con un sabor inesperado. Pero ello insisten en servirnos del otro. Porque creen que somos bebedores impíos e ignorantes, padres y madres de familia brutales, gente sin futuro, pollos hacinados que jamás se van a atrever a levantarse en pie de guerra para meterle fuego a la granja.

Y, claro, cuando por esas puertas de oscuridad y sumisión entra un verdadero andaluz, de los que sin duda compartirán la Gloria con los muchos que nuestra Historia nos ha dado, se ve con dolorosa nitidez lo que en realidad es Canal Sur: un enorme, un hipertrofiado, un descomunal vaso de plástico!




3 comentarios:

  1. Magnifico,genial.., como siempre Eduardo¡

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  2. No solo Andalucía está sufriendo esta degradación cultural, esta maravillosa España de las autonomías está haciendo que la cultura se vaya por los suelos.Los politicuchos autonómicos no quieren tener grandes pensadores, sino pequeños mercenarios de la cultura, que les creen unas minicivilizaciones a las que poder controlar y educar. Te das un paseo por España y solo verás como cada acto cultural es un acto de autoinflama autonómica, aunque el hecho en sí, tenga transcendencia nacional. Se están creando 17 historias, y 17 culturas avaladas por una serie de personajes autodenominados representantes de la cultura, financiados por el gobierno correspondiente, cuyo único fin es demostrar su razón de ser. Tenemos la educación y los medios de difusión en manos de mediocres subidos al altar. Siempre se ha dicho que no hay nada peor que un tonto que se cree listo, y también consuelo de muchos consuelo de tontos. Cómo sé que no eres tonto, también sé que no será tu consuelo. Tal vez te consuele saber que estamos muchos que pensamos como tú.

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  3. Aún recuerdo cuando aquel tuercebotas de mandil negro me sirvió un Magno en una bonita copa de brandy, desapareció como el rayo para, antes de que me diera cuenta...¡plonc, clinc! soltarme dos cubos de hielo del tamaño de los cubos-dado que adornan los retrovisores de los Seat León canis. Ahora, explícale tú al engominado procariota lo que significa "organoléptico."

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