viernes, 13 de marzo de 2015

Mayoría absoluta


Cualquier entrevista que se le haga a cualquier candidato para las próximas elecciones tiene una pregunta flotando en el ambiente: ¿con quién pactará? Un panorama tan fragmentado como el que se prevé según las encuestas (y cuidado con las encuestas) abocará a los partidos, según nuestro sistema electoral, a pactar para formar gobierno. Un acto que se ha convertido en natural en las partidocracias y que consideramos eminentemente democrático. Nada más lejos.

La convención de la democracia, desde sus orígenes en Atenas como democracia directa/asamblearia, hasta nuestros días con la democracia representativa, las decisiones de la nación toman como convención la fuerza de la mayoría absoluta. Hoy en España hay fobia a la decisión de la mayoría, al mismo nivel que fobia a la democracia. Se considera que las mayorías absolutas son malas y no comprenden que sin mayorías absolutas no puede haber democracia. Las decisiones deben ser claras y responsables: representativas. 

Precisamente el premio Nobel de Economía (1972) Kenneth Arrow, basado en los estudios del matemático Wilfredo Pareto, enunció la paradoja llamada de la “imposibilidad de la democracia”. Para que una decisión sea representativa, debe ser tomada siempre entre un binomio. El problema está cuando hay más de dos opciones. Para que la sociedad esté representada y nadie quede fuera de la decisión, la elección mayoritaria simple (que se produce por ejemplo en Inglaterra) da la representación al que tenga mayor número de votos respecto a los demás candidatos. Por lo tanto se ‘pierden’ el resto de votos. Pero aún así la convención justifica al ganador. Esta falta de consideración con el resto de votos, cuantitativamente, es a lo que Arrow le llevaba a pensar que no se pueden tomar decisiones democráticas. Pero hay una solución.

En Francia se emplea el sistema de ballotage o doble vuelta. Consiste en que, si la primera vez nadie ha obtenido mayoría absoluta, los dos que más votos obtuvieran se vuelven a medir en una segunda vuelta donde vuelve a participar todo el censo electoral. Así la decisión final es consecuencia tanto de las pasiones a favor de un candidato como en contra. El resultado es fidedigno. Todo el mundo ha podido decidir.

Claro está que he puesto ejemplos en los que el sistema electoral elige a personas, no a listas. Esto de elegir listas, tanto abiertas como cerradas, es algo incomprensible para un demócrata. Con partidos o sin ellos, los representantes de la nación (Legislativo) o del Estado (Ejecutivo) deben ser responsables directamente de las decisiones que toman y rendir cuentas no al partido sino a sus electores. Todo este circo de listas (tengo el buzón lleno de enumeraciones de personas completamente desconocidas) no es más que la gran trampa de los partidos estatales para intentar hacernos creer que elegimos. En todo caso votan (quienes lo hagan) a partidos, en bloque. Así no se diluyen responsabilidades. Se deben escoger a personas en distritos pequeños. Debemos saber dónde viven, de dónde salen, qué negocios se traen entre manos.

Esta es la clave que tanto en Estados Unidos, Francia o Inglaterra aplican desde que se conquistó la libertad política. Nosotros, mientras, seguimos creyendo que tenemos democracia cuando todas las libertades que tenemos son concedidas y la más importante para la sociedad, la libertad política, sigue secuestrada en una torre del Estado.




2 comentarios:

  1. Excelente Manu. Lo acabo de publicar en mi fb: "Recomiendo leer este artículo en cualquier momento del día o de la noche. También sería un buen momento para leerlo el día 21 de Marzo del presente. Jornada de reflexión".

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