sábado, 14 de marzo de 2015

¿Repugnancia?


Por prescripción facultativa no vi el debate del lunes entre los candidatos a la presidencia de la Junta de los partidos con presencia hasta hoy en el Parlamento de Andalucía. Corría serio peligro de que me diera un ataque de risa, de ira o de llanto, según me cogiera.

Así que, sin mucho pesar, dediqué la noche a otras cosas más placenteras. Pero no pude evitar al día siguiente ver algún flash del evento, y casi que produjo el efecto temido por mi médico, aunque haya sido en menor dosis que si lo hubiera visto entero.
Así que resulta que sale Susana Díaz, se pone muy seria, como sólo ella sabe ponerse, con cara de "indigná" y haciendo un esfuerzo sobrehumano va y dice: “A mí la corrupción me repugna, como a todos los andaluces”. Y se queda tan pancha.

La carencia de sentido del ridículo es una de las cualidades que -al parecer, irremisiblemente- han de adornar al político de hoy. Porque hace falta no tenerlo para decir tal cosa y seguir allí de pie frente a las cámaras como si nada. He leído en algún sitio que al debate le faltaron aplausos grabados. Yo más bien diría risas, carcajadas grabadas, porque la escena era de club de la comedia. 

Dice Susana “A mi la corrupción me repugna, como a todos los andaluces” y se oye de fondo (¡¡¡jajajaja!!!). Porque es que eso no se puede decir mínimamente en serio, tenía que ser la parte graciosa del debate, las tomas falsas, ¡ese es el corte que yo he visto! Si a Susana Díaz le repugnase verdaderamente la corrupción estaría continuamente de vomitera, y no precisamente por su embarazo. Andaría de retrete en retrete, de escupidera en escupidera, de letrina en letrina, no habría primperanes entre todas las existencias del Servicio Andaluz de Salud, con recortes o sin ellos, para calmar el flujo vomitorio.

Porque Susana -aunque ella tenga el desparpajo de querer aparentar que no tiene que ver con el asunto, que es cosa del pasado, que ella es "el tiempo nuevo"- es hija del sistema de corrupción en el que se asienta el poder en Andalucía desde hace décadas; se ha criado políticamente en el epicentro la corrupción, y sigue empeñada en tapar todo lo que puede sobre el tema, dificultando el trabajo de los jueces que la investigan. Su pedestal se asienta directamente sobre las cloacas.
Tan cerca ha tenido y tiene la corrupción que, a menos que tenga totalmente atrofiado el sentido del olfato, algún olorcillo putrefacto le ha tenido que llegar. Así que no venga ahora con sus dotes histriónicas a hacer bromas sobre el tema, que con las del extremeño ya tenemos bastante.

En cuanto a los andaluces, está claro que no a todos les repugna la corrupción, porque, si así fuera, los responsables de esta situación generalizada habrían sido enviados a su casa hace ya mucho tiempo, y sin embargo ahí siguen mandando, solos o en compañía de otros, como la comparsa cómplice de IU. 

Hay muchos andaluces a quienes les importa un pimiento lo de la corrupción, como lo corrobora la constatación empírica de que a pesar de ella siguen votando a sus responsables. Así que la frase es falsa por partida doble. Es una de esas frases propias de lo políticamente correcto pero que no se sostienen de ninguna manera, que no resisten lo más mínimo el contraste con la realidad.

Debería ser así, indiscutiblemente; pero el caso es que no lo es. Ni a ella particularmente, ni a muchos andaluces en general les repugna lo más mínimo la corrupción mientras no se demuestre lo contrario. No, al menos, mientras los corruptos sean de los suyos.




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