domingo, 29 de marzo de 2015

Susana Lubitz, la copiloto suicida


Al enterarnos de que el Airbus A320 de Germanwings no sufrió un accidente sino que había sido estrellado voluntaria, volitiva, anhelantemente por su copiloto Andreas Lubitz, un espanto me recorrió los antebrazos en forma de látigo, y una imagen familiar, fugaz como las de algunos sueños, atravesó de Oeste a Este mis hemisferios cerebrales sin dejar más que un recuerdo vago, vaporoso como los sueños mismos; se me vino a la memoria algo familiar.

Qué dolor inaudito, inexpresado debe soportar una persona para estrellar un avión con 150 almas
contra una montaña inaccesible? Qué antipatía visceral debe horadar sus aurículas, perforar sus ventrículos en cada latido de cada segundo de cada día de cada semana para tomar la decisión inapelable de cerrar la puerta de la cabina y bajar lenta pero inexorablemente el avión con el único fin de dar fin a su desgraciadísima vida y a las quizás más felices de sus pasajeros?

Una depresión es una enfermedad terrible. La gente habla con frivolidad cuando utiliza las palabras depresión, deprimido, depresivo, deprimente como si tal cosa; estoy depre, dicen banalmente muchas mujeres cuando les viene la regla; Fulanito está deprimido, se dice de alguien que está pasando unas horas bajas, unos malos momentos; aunque a Fulanito lo único que le ocurre es que le han jodido el coche que aún no ha terminado de pagar y no se lo cubre el seguro. Eso no es una depresión! Eso es un marrón con la financiera!

Una depresión diagnosticada es algo muy serio; quienes la padecen pierden el sustento emocional que le confería sentido a su Yo. Desaparece la fe en uno mismo; cualquier chorrada supone una catarata de llanto; por la noche aparecen terrores inexplicables, indefinidos que no parecen tener fin; de día, no hay una razón verdaderamente convincente para levantarse de la cama. 
En una verdadera depresión, los tiempos se destruyen, la visión de la propia imagen se descabalga de sí misma, la escala de valores en la que nos criaron se pulveriza y se convierte en cristales hirientes; y, sobre todo, no hay certeza de que haya un mañana. Perder el apego a la propia vida se contempla como algo lógico; valorar la vida de los demás, por lo tanto, se hace técnicamente imposible!

Este muchacho, Andreas Lubitz, había recibido la notificación de la baja por depresión el mismo día en que se subió al Airbus A320 de la Germanwings. Rompió el papel en casa de sus padres, que nada sabían, y pudo subir al avión sin que nadie de la compañía pudiera o quisiera impedirlo. Nadie, al entrar en el avión, pudo percibir tanto terror comprimido: ni las azafatas de larguísimas piernas e incipientes patas de gallo; ni los pasajeros; ni siquiera su compañero de cabina, el Comandante, advirtió el oscuro y tenso zumbar del vórtice mudo que se agitaba en su interior. La depresión profunda no se nota como se podría notar una varicela galopante!

Lo demás, ya lo saben ustedes: sale el Comandante de la cabina; Lubitz se encierra hermética, crípticamente, dejando dentro, a solas en un diálogo de sumisión, a su Yo difuso encadenado a su espanto. El Airbus A320 empieza a bajar lenta, calculada, premeditadamente; el Comandante aporrea la puerta; Lubitz respira pero no responde; los pasajeros notan una bajada progresiva, aunque la asumen como algo que podría ser usual; el piloto contempla la catástrofe a la que Lubitz los encamina a todos y empieza a querer derribar una puerta a prueba de terroristas; los pasajeros empiezan a ser conscientes, durante los últimos 40 segundos, de lo que está ocurriendo; gritos, terror, los Alpes se abalanzan sobre sus ojos, un millón de recuerdos pasan por las laderas alpinas a velocidad de muerte; mis hijos, mis padres, mi novia, mis planes! Ya? Esto acaba así? Pero quién está ahí a los mandos? La montaña es esto? Pero esto era todo? Así he de acabar mi vida? Pero cómo...?


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La que ha ganado las elecciones autonómicas andaluzas, Susana Díaz, que aún no está investida como Presidente pero que hará lo imposible por que así ocurra, se dispone a subir de nuevo, como copiloto, al avión de la Junta para hacerlo recorrer la pista de despegue, elevar su prognático morro y poner rumbo a la enésima legislatura socialista consecutiva; esta vez, refrendada en las urnas por los votos de ese enorme número de andaluces que desprecian la Justicia, se mean en la Ley y son capaces de arramblar con el producto del esfuerzo de otros sin que les tiemble el pulso: los votantes socialistas.

Antes o después, algún descerebrado de Podemos o de Ciudadanos propondrá a su grupo apoyar la investidura de Susana y logrará convencer a todos de que es por el bien de Andalucía. Con esta premisa hedionda, se irán a dormir anestesiando sus conciencias, y la Hija del Fontanero podrá subir al avión como si tal cosa. Creerán que podrán controlarla, pero cuando se percaten de que vuela sola será demasiado tarde.

Porque Susana es la copiloto irracional de un avión cuyo Comandante representa la porción de Soberanía de los españoles andaluces. Un Comandante que es la alegoría de la Justicia, de la Ley, de la Soberanía antedicha y de la libertad ciudadana. Pero este Comandante, a efectos prácticos, es para Susana y sus adláteres un hombre de paja que sólo ha servido para presentar en el aeropuerto unas credenciales que permitan legalmente despegar al avión; unas credenciales administrativas ajustadas a Derecho que hagan que la torre de control dé luz verde al despegue. Porque, por lo demás, el Comandante, desde que el avión encendió los reactores, no ha podido más que poner reparos técnicos a su copiloto: ni le gusta cómo maneja los mandos ni cómo se dirige a los pasajeros; no le agrada en absoluto el plan de vuelo, ni las rutas aéreas por las que Susana quiere atravesar la Historia.

Este avión, que probablemente despegue mucho antes de lo previsto, no ha pasado una revisión adecuada, no lleva combustible suficiente, ha dejado en tierra los chalecos salvavidas, y prácticamente no cuenta con cáterin suficiente para alimentar a tantos pasajeros. Este avión no cuenta con azafatas capacitadas para resolver dudas en vuelo, y, a determinada altura, presentará graves problemas de despresurización.

El Comandante ha salido de la cabina. Más que salir, lo ha empujado la copiloto hasta dejarlo fuera. A Susana Lubitz nunca le ha gustado la vigilancia estricta de la Justicia, ni la mirada admonitoria de la Ley. Siempre ha sido una aspirante a copiloto que no puede sufrir la presencia tutorial de mecanismos que controlen sus acciones; de manera que, a la mínima oportunidad, ha dejado fuera al Comandante. Y ha cerrado la puerta. Herméticamente.

Fuera de la cabina de control ha quedado la Justicia, la Ley, la porción de Soberanía de los andaluces. La copiloto le ha cerrado la puerta hasta nueva orden. Sola, sabiéndose dueña del complejísimo cuadro de mandos, y a salvo de quienes puedan pedirle cuentas, Susana Lubitz encamina el avión hacia donde únicamente puede llevarlo la hija predilecta del Socialismo andaluz: al abismo.

Lubitz será investida Presidente. Y, por descontado, no desmontará ni una sola pieza de la Administración paralela, ese gigantesco mecano pseudo-administrativo creado por sus imputadísimos padres políticos con el único objetivo de malversar ingentes cantidades de dinero público a través del cual mantener su despreciable partido en la cúspide de las Instituciones. Susana Lubitz no limpiará su partido de corrupción, porque ella misma no conoce otra estructura y ni siquiera sospecha que pueda existir una alternativa limpia en la que se desarrolle la Política! Lubitz no sabe pilotar de otra manera! 

El avión, por lo tanto, comenzará a bajar inexorablemente, porque esta copiloto suicida no va a dejar de endeudarnos a los andaluces hasta extremos impensables incluso para los griegos! La Europa hastiada, desde la torre de control, repetirá una y otra vez los avisos de que recupere la altura; como no hallará respuesta, nos retirará definitivamente su confianza, y, con ella, el crédito. Nadie nos querrá fiar; y cuando llegue el momento de pagar no ya a los funcionarios, sino a sus propios paniaguados, tendrá que declarar una especie de bancarrota maquillada de eufemismos. Y ésa será la definitiva caída en picado al final de la cual nos esperan los escarpados picos de la quiebra.

Fuera, en la puerta de la cabina, el Comandante Ley/Soberanía/Justicia aporrea la puerta desesperadamente. El pasaje, que no podía imaginar qué planes destructivos llevaba inscritos en su ADN socialista la copiloto suicida, comienza a gritar. Pero ya es tarde: el depósito de combustible está agotado; la confianza, herida de muerte; la posibilidad de recuperar el vuelo ya no existe. 
El avión se abalanza, en picado, sobre las escarpadas montañas de la quiebra, del descrédito, de la vergüenza; la copiloto se suicida estrellando a toda una población que en su mayor parte no la eligió. Los mecanismos de control, que no fallaron sino que fueron expulsados de la cabina para dejar a la Lubitz de Triana las manos libres, no han podido hacer nada para evitarlo.

En la cabina, a pocos segundos del final, se puede oír una respiración socialista, un resuello de progreso: Susana Lubitz, la copiloto suicida, lleva por fin el avión andaluz hacia el abismo. La montaña se hace cada vez más nítida, más grande. Pero qué hace esta tía? Por qué bajamos en picado? No ve que nos vamos a matar? Esto acaba así? Ya? Y mi boda? Y mis hijos? Y mi tienda? Y mi taller? No puede ser... Ya? Esto era todo? Pero si no me ha dado tiem...








3 comentarios:

  1. Genial, Eduardo, un ejercicio de esgrima a florete

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  2. Gracias, Eduardo. Tu agudeza y oportunidad nos motiva día a día a aventurarnos por la mañana temprano al igual que un pajarillo en su nido esperando con ansia a su madre con su comida. NO TE CANSES . TE NECESITAMOS.

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  3. Gracias, Eduardo. Tu agudeza y oportunidad nos motiva día a día a aventurarnos por la mañana temprano al igual que un pajarillo en su nido esperando con ansia a su madre con su comida. NO TE CANSES . TE NECESITAMOS.

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