domingo, 2 de agosto de 2015

El alemán



Recuerdo el día que, viviendo en Nueva Zelanda, me topé con un padre y su hijo sordo. Cuando me preguntaron cuál era mi próximo destino, les dije que Alemania. El padre se lo tradujo al hijo con el dedo índice puesto sobre el puño de la otra mano. Era el símbolo del casco de Otto von Bismarck, que en la lengua internacional de signos representa el concepto mismo de Alemania. Así de importante es el canciller de hierro para la cultura germánica. Y eso pese a que el personaje desarrolló algunas de las grandes paradojas de la historia. Bismarck fue el canciller que firmó las leyes antisocialistas de finales del siglo XIX, pero al mismo tiempo
fue el político que inventó el Estado de Bienestar al introducir el seguro por enfermedad en las fábricas de su potencia industrial. Bismarck fue también el canciller que derrotó a Austria y logró la unificación de reinos muy diversos en 1871, pero también es señalado como el inspirador del colonialismo y las ansias imperialistas que décadas más tarde llevarían a Europa y al mundo al desastre. Pero de lo que no cabe duda es que Alemania, sin Bismarck, hoy sería muy diferente. O simplemente no existiría. Y por tanto, no existiría tampoco la forma alemana de ver la vida.

El alemán viene a la vida sabiendo que su destino es sufrir. Sabe que le esperan gratas recompensas, pero nunca olvida el camino para ganárselas. El alemán no viene a la vida como el cliente de una agencia de viajes al que le han prometido el paraíso y que luego se encuentra con obstáculos, como el trabajo, que se empeña en derribar. Para el alemán, no hay nada más importante en la vida que el orden y la razón. No en vano, este país nos ha dado una buena colección de pensadores, filósofos, sociólogos, médicos, físicos, matemáticos, químicos y escritores en los últimos siglos. El europeo del sur rebate esta teoría de la razón recordando el régimen nazi de 1933-1945, pero como es costumbre, el europeo del sur analiza las cosas de la vida sin meterlas en su contexto histórico. El Partido Nacionalsocialista de Adolf Hitler no era antes de 1933 sino una opción plausible para muchos alemanes de salir de una crisis brutal que había dejado imágenes de niños construyendo cometas con billetes de marcos hiperdevaluados, como consecuencia del resultado del Tratado de Versalles que la ''Europa insolidaria'' había impuesto a Alemania y que los ''partidos de la casta'' (Socialdemócratas y Democristianos) habían firmado en 1919.

Lo malo del orden y la razón es que el humor alemán es gris y pésimo. El motivo es muy fácil: los chistes, los chascarrillos y las bromas a los que estamos acostumbrados en el Sur se basan en el caos y la entropía, y le suponen al alemán un esfuerzo sobrenatural para el que no está preparado. Si usted le dice a un alemán que tiene más peligro que Willy Fogg con un bonobús, seguramente le responda que Willy Fogg es un personaje irreal y que, de existir, necesitaría algo más que un bonobús, pues además de autobuses se movía con tren, barco y globo. Si usted le dice a un teutón que tiene más peligro que McGuiver con un chicle, probablemente le conteste que depende de si el chicle es con azúcar o sin azúcar, y le dará una clase magistral de química aunque haya estudiado Periodismo. Porque el alemán es, ante todo, un ser culto.

El alemán, además, tiene un memorión y no es nada orgulloso. Eso le ayuda a no repetir errores del pasado y a explorar nuevos caminos, sin dejarse guiar por los estanques, la maleza y callejones sin salida de otros tiempos peores. Para el teutón, además de la razón y el orden no hay nada más sagrado que la educación. Con este triángulo del civismo, no es difícil contemplar que en un buffet alemán, aunque consista en varias mesas puestas de manera lineal, la cola empiece por un solo extremo. La buena educación se ve al hablar, porque Alemania es un país de lectores y escuchadores, en donde cada interrupción va automáticamente seguida de un Entschuldigung (Schuld es culpa, el sufijo -ung sustantiviza los verbos, y el prefijo ent- exime de algo; por tanto la palabreja significa disculpa). Este civismo da a Alemania un aire de templo de la verdad, y algunos inmigrantes nos convertimos también en peregrinos. Viajar de Alemania a España es alejarse de la verdad y del progreso para volver a una jaula de grillos donde las personas racionales solo pueden llevarse las manos a la cabeza, protestar y escribir. Escribir para no ser leídos, y protestar para no ser escuchados.

Fue Machado el que dijo que en España, de cada 10 cabezas una piensa y nueve embisten. Y esa debe de ser la razón del casco de Bismarck. El diseño con el pincho en lo alto parece querer decir ''a mí háblame desde la razón, muchacho, o te la llevas''. Y, por lo general, el alemán puede decir esto en varias lenguas.


http://www.eldemocrataliberal.com/search/label/Rafa%20G.%20Garc%C3%ADa%20de%20Cos%C3%ADo

2 comentarios:

  1. No estoy de acuerdo con la generalización e idealización que se hace de los alemanes, hay miles de matices que aplicar a este artículo, partiendo de mi experiencia particular y la ajena cercana. No son esos seres de luz que siempre se nos cuenta, ni de lejos. Pero bueno, supongo que este es el riesgo de generalizar, que nunca es justo ni se cuenta toda la realidad. Creo firmemente que los españoles tenemos tanto que envidiar de los alemanes como ellos de nosotros, somos distintos, pero de ninguna manera somos menos en el cómputo general. Ellos son mejores en unas cosas, nosotros en otras, nada más. Haré yo otra generalización, copiada de Joaquín Bartrina:

    Oyendo hablar un hombre, fácil es
    saber donde vio la luz del sol
    Si alaba Inglaterra, será inglés
    Si os habla mal de Prusia, es un francés
    y si habla mal de España... es español.

    Basta ya de acomplejarnos, entre Leyendas Negras inventadas y cantos de sirena europeístas no levantamos cabeza.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por tu comentario, Thund, de corazon. Comprendo tu rabia. Ahora mismo me acabas de pillar de vacaciones en España (vivo en alemania), y en algunas ocasiones me he preguntado si no soy muy duro con mi propio pais.
      La cuestion es la siguiente: claro que hay cosas buenas y malas en ambos paises... lo que es dificil de soportar es que queramos en españa ser igual que ellos (salarios, orden, etc)SIN imitarlos. Es decir tener todo lo bueno que tienen ellos, sin imitarlos en aquello que mejor hacen. Es mas, es que en vez de imitarlos les tiramos piedras. Y eso no puede ser. Saludos.

      Eliminar