martes, 15 de septiembre de 2015

Refugiados e hipocresía

Artículo de Paco Romero


El uso y, también, el lamentable abuso de la imagen dramática del pequeño Alan varado en la arena de la playa turca de Bodrum, ha propiciado durante las dos últimas semanas ríos de tinta, millares de horas de audiovisuales y billones de gigabytes por parte de comunicadores diversos y de gente del común que, con buena y mala fe, desde el conocimiento o desde la ignorancia, se han pronunciado en relación con el drama de los centenares de miles de refugiados y apátridas que han traspasado ya las fronteras de la Unión Europea o continúan aún hoy a sus puertas.


“Lo sustancial es lo que se percibe como verdad, no la verdad misma”



Afganistán, Irak y, sobretodo, Siria son las canteras de donde ha partido esta marea humana necesitada de protección y auxilio: hombres y mujeres, niños y ancianos -en menor medida- que, en su desesperación, se han hermanado echándose a un monte desconocido, abandonando sus exiguas o profusas pertenencias y que, con lo puesto, se han plantado -ora caminando, ora navegando en barcazas desvencijadas, también zozobrando, muchas veces agonizando- en las entrañas de Europa. Por cierto, ninguno rumbo a la “libertad caribeña”, nadie llamando a las puertas de países árabes, más cercanos y poderosos, ningún obcecado con presumir de dacha en la estepa rusa, como mucho de paso por sus países satélites pero siempre con la mirada y los selfies puestos en el país de la “malvada” Merkel.





Imágenes de la tragedia que, pese a la indignación y a la desesperación que rezuman, resultan un canto -trágico pero loa al fin y al cabo- a la tradición judeo-cristiana que el mundo occidental y, en particular la vieja Europa, representan. Lo sustancial es lo que se percibe como verdad, no la verdad misma, y es el momento cuando aparece una muchedumbre ansiosa de alcanzar lo que nosotros, desde la opulencia, despreciamos o, al menos, no valoramos en su justa medida.



“No llegan a entenderse tantos y tan costosos impedimentos en las vallas de Ceuta o Melilla al tiempo que se abren de par en par Los Pirineos”



La cuestión siria, como la afgana, la iraquí, la congoleña o la birmana, son claros ejemplos de lo que la desidia del egoísta mundo actual es capaz de ocasionar y, en modo alguno, mitigar. Como bien afirma Bente Scheller, de la Fundación Heinrich Boll de Beirut, “en 2011, la comunidad internacional no tomó en serio la revolución en Siria; se podrían haber salvado decenas de miles de vidas si se hubiera actuado cuando se usaron armas químicas; sin embargo hoy Asad sigue bombardeando indiscriminadamente, torturando hasta la muerte, cometiendo crímenes de guerra”. Los mencionados antecedentes no son sino el botón de muestra de avisperos que, tirando primero de ocupación y después de deserción y de políticas de paz, irresponsablemente se dejaron ivernar para renacer con toda su fiereza al tórrido sol de los combatientes islamistas y yihadistas que se apresuraron a ocupar el espacio dejado por el ignominioso vacío de poder. Fanáticos que en mayor o menor número, entre afirmaciones y desmentidos de gobiernos y responsables de inteligencia, aprovechando la permeabilidad fronteriza europea, pueden estar haciendo su incursión en el corazón de Europa con el kalashnikov bajo la chilaba, junto a los desplazados. Todo ello sin echar en saco roto las fuentes que aseguran que solo un tercio de los deplazados son sirios, afganos o iraquíes, por lo que no llegan a entenderse tantos y tan costosos impedimentos en las vallas de Ceuta o Melilla al tiempo que se abren de par en par Los Pirineos.





La foto de Alan en brazos de un policía turco no la han desaprovechado, tan habitual como repugnantemente, los habituales ventajistas, a la cabeza los que debieran ser más prudentes y reflexivos, o al menos de los que cabría esperarse un mayor grado de sensatez y compromiso. Al tiempo, el resto, los “profetas del todo a cien”, nos hemos vuelto a retratar volcándonos en la comodidad de predicar, con cargo a las cuentas públicas, un acogimiento multitudinario -¡cuantos más, mejor!-, apoquinando, como mucho, un puñadito de trigo en forma de míseras limosnas.



Mientras tanto, las ONG, con Cáritas, Acnur y Cruz Roja a la cabeza, son las primeras que han vuelto a disponer sus escasos medios para, sin alharacas, llevar a cabo la primera toma de contacto con nuestros imprevistos visitantes que no son tales, pues llegan con vocación de permanencia.



Desde nuestra absoluta ceguera e hipocresía, como un Tomás del siglo XXI, nos convertimos en creyentes absolutos gracias a la cruel realidad de una imagen, al tiempo que continuamos mostrándonos incrédulos irredentos ante las noticias remotas (ojos que no ven... ) que llegan de un Mare Nostrum convertido en cementerio de anónimas legiones, ávidas de paz y de libertad terrenales.



Aprovéchese el momento para dar y recibir una lección colectiva y concluir de una vez con la falacia de la gratuidad de servicios. Seamos conscientes de que es una situación que nos toca resolver entre todos. No nos conformemos con acoger a 17.000, abramos nuestras fronteras. Hoy, impactados, si nos requieren, todos nos mostraremos dispuestos a perder parte de nuestro bienestar en favor de nuestros inminentes conciudadanos: no nos quejaremos si las Urgencias se ponen imposibles (ahora sí, de verdad), aceptaremos si la Educación no puede ser cien por cien universal (que nunca gratuita), consentiremos que sueldos y pensiones tengan que congelarse o, incluso, minorarse.



Vienen huyendo del espanto y de la miseria, dispuestos a integrarse como españoles y como tales hay que considerarlos. Necesitan viviendas, colegios, medicinas, higiene, alimentos y las mismas atenciones de las que disfrutamos. Hemos de demostrar que estamos dispuestos, incluso en una situación de crisis como la actual, a renunciar a algunas de nuestras prebendas en su beneficio: pongamos a su disposición nuestra segunda o tercera vivienda, aumentemos sin rechistar la ratio de nuestras aulas, elevemos el copago farmacéutico, asumamos sueldos y pensiones en declive para hacer posible un acogimiento donde la solidaridad reluzca y no se convierta en infame postureo, ese que con excesiva frecuencia mostramos mientras apoyamos el codo más o menos inestablemente en la barra de la taberna.


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