miércoles, 4 de mayo de 2016

Una generación a prueba


Artículo de Luis Marín Sicilia

“Los protagonistas de la Transición a finales de los setenta eran, en su mayoría, jóvenes entre 35 y 50 años que no vivieron la Guerra Civil”

“Bajo el paraguas de aquellos principios consagrados constitucionalmente se ha criado una generación que hoy cuenta también entre 35 y 50 años. Ha sido la generación más privilegiada de la historia de España”

“Es hora de que recuperen algo de humildad, reconozcan sus limitaciones y sepan determinar con claridad el interés de España y de los españoles”


A partir de finales de los años cincuenta del siglo pasado, el régimen franquista inicia una liberalización que fue sentando las bases para lo que luego alumbraría en la llamada Transición, la cual no hubiera sido posible si el régimen seguía enquistado en sus políticas autárquicas de índole económica y social.

La liberalización económica produjo una profunda transformación social y cultural con el surgimiento de una sociedad urbana, secularizada y con mejores mimbres educativos. Políticamente la oposición al régimen se hizo más ostensible manifestándose a través de diversos movimientos sociales, surgiendo una negociación colectiva que, aunque tutelada, protegía los derechos de la clase trabajadora con bastante eficacia.

Un hito fundamental en este proceso de apertura fue la profesionalización de la Administración, con una función pública independiente que propició la progresiva separación entre Estado y Gobierno. Curiosamente, el régimen clientelar auspiciado hoy por la descentralización, hace que en algunos sitios, como Andalucía, sea una quimera esa separación, resultando envidiable -¡quién lo diría!- el sistema objetivo de selección de los funcionarios públicos consagrado por la franquista Ley de Funcionarios Civiles del Estado de 1964.

Lo cierto es que esa liberalización socioeconómica sin democracia, llevada a cabo en la segunda mitad de la dictadura, configuró los orígenes de nuestro presente gracias al proceso de la Transición que tuvo dos fundamentos básicos: uno social, interpretado musicalmente por el grupo andaluz Jarcha, empeñado en la recuperación de la "libertad sin ira". Otro político, proclamado con agudeza por Adolfo Suárez que puso empeño en "hacer normal lo que en la calle es normal".

Los protagonistas de la Transición a finales de los setenta eran, en su mayoría, jóvenes entre 35 y 50 años que no vivieron la Guerra Civil, y que supieron extraer lo mejor de la ciudadanía para abordar un futuro común, sin ataduras pero con el más absoluto respeto a la discrepancia y a las normas de convivencia aprobadas abrumadora y entusiásticamente desde el respeto y la tolerancia ideológica.

Bajo el paraguas de aquellos principios consagrados constitucionalmente se ha criado una generación que hoy cuenta también entre 35 y 50 años. Ha sido la generación más privilegiada de la historia de España. No ha conocido guerras ni dictaduras y ha nacido y se ha criado en un régimen de libertades que sus padres y abuelos jamás hubieran soñado. Han gozado de educación universal y gratuita y han sido atendidos con tal carácter por una sanidad pública que es envidiada en el mundo entero.

Estamos sin duda ante la generación más mimada, mejor criada y con más posibilidades, hasta ahora, de nuestra historia, la cual tiene ante sí el reto de defender una idea moderna de España que compagine el mantenimiento del Estado de bienestar con el control del déficit, al tiempo que tenga la valentía de confrontar modernidad con regresión a ideas ruinosas y totalitarias. Una generación que debe quejarse y llorar menos por sus "desventuras", que achacan a los demás, y esforzarse, por contra, en la búsqueda de valores que hagan aportaciones en positivo.

Es cierto que el modelo de la Transición requiere reparar las averías que su funcionamiento ha producido, pero no es menos cierto que nadie, hasta ahora, ha puesto sobre la mesa un modelo mejor y con más aceptación que el actual. La nueva política tan solo ha puesto de manifiesto que la trayectoria y los planteamientos de sus teóricos han resultado cargantes, añejos, rancios y tediosos, y cuyos resultados, de ponerlos en práctica, llevarían al deterioro social y a la ruina económica.

El líder socialista Eduardo Madina se ha lamentado del fracaso sin paliativos de su generación, en la primera oportunidad que ha tenido para interpretar la voluntad popular, provocando la repetición de las elecciones. Quizás hubiera sido bueno que esa juventud fogosa, que con tanta autoestima se conduce, tuviera en cuenta algunos consejos de otros políticos más maduros, al modo en que los protagonistas de la Transición supieron valorar lo que otros mayores aconsejaban, haciendo bueno aquello de aprovechar "del sabio, el consejo".

Esta generación, de la que depende el futuro de otras venideras, debe aprender a dialogar de verdad, a transigir y a pactar sin tantos vetos, líneas rojas y maximalismos que solo obedecen a intereses sectarios. Gran parte de culpa de su fracaso la tiene el vacío ideológico potenciado por personajes inicuos de vocación totalitaria que han dejado a la sociedad sin principios morales. Son líderes que presumen de no creer en nada y hacen proclamas falsamente humanitarias con la única pretensión de controlar y dirigir los destinos de la masa que ahora llaman gente y antes pueblo. Saben, como ya dijo Hegel, que "el pueblo es aquella parte del Estado que no sabe lo que quiere".

Si no quiere quedar sumida en el fracaso, esta nueva generación, de cuyo acierto pende el futuro de sus hijos, debe insistir en los valores del humanismo liberal, rescatando el mérito, el esfuerzo y el trabajo como la base del progreso y fundamento de la propia dignidad del ser humano. Debe extirpar esa errónea educación desestimuladora y vulgar, basada en la libertad de "lo que se quiera" y que ha provocado el estado actual de frustrante decepción.

Cuando Madina reconoce el rotundo fracaso de la nueva clase política está implícitamente aceptando que esta generación no sabe bien lo que quiere, encontrándose desorientada sobre el orden de prioridades que exige toda acción de gobierno, para cuya formación han acreditado nula capacidad.

Por todo ello, es hora de que recuperen algo de humildad, reconozcan sus limitaciones y sepan determinar con claridad el interés de España y de los españoles. Y recuerden la máxima del citado filósofo alemán Friedrich Hegel, advirtiendo que "quien todo lo desea no quiere nada en realidad, y nada consigue".




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