miércoles, 6 de julio de 2016

Entre el miedo y la desconfianza

Artículo de Luis Marín Sicilia

“Más que miedo, Unidos Podemos ha generado desconfianza”

“Se han encontrado con una sociedad menos desestructurada de lo que pensaban y bastante más madura de lo que suponían”

“El temor, el recelo, la inseguridad sobre lo que Podemos decía o prometía, junto al hecho de que ya se les va conociendo, es lo que los llevó al fracaso electoral”



El politólogo italiano y profesor en las universidades de Bolonia y la Johns Hopkins de EEUU, Gianfranco Pasquino, dice que "el mayor enemigo de la izquierda es su sentido de superioridad". Tal valoración de sí mismos impide a los políticos de izquierda entender correctamente por qué, en determinadas ocasiones, los ciudadanos le dan la espalda. Ello es un obstáculo, como le ha ocurrido a los de Unidos Podemos, para hacer una crítica razonada y razonable, achacando su batacazo del 26-J a los mensajes del miedo vertidos por los vencedores.

A mi entender el retroceso de la formación populista-comunista tiene su razón de ser en la lógica social de un país alejado, más de lo que ellos creían, de los planteamientos rupturistas insertos, con más o menos disimulo, en sus mensajes electorales. Como dice el propio Pasquino "el populismo requiere una sociedad, un tejido social, totalmente desorganizado, y España no está en esta situación".

Más que miedo, Unidos Podemos ha generado desconfianza. Surgidos aprovechando un descontento generalizado, sus éxitos fueron puramente coyunturales, producto de diversas causas coincidentes en el tiempo: crisis económica, incertidumbre política, inquietud social, cambio generacional, pérdida de credibilidad y de valores democráticos en los partidos tradicionales, desilusión sobre determinadas instituciones del sistema, etc. Ello explica el afán conque desprestigiaban al sistema y a la clase política, a la que llamaban "casta", mientras prometían "conquistar los cielos por asalto" y "hacer saltar el candado de la Constitución", configurándose como expresión viva de la "antipolítica" que está en los propios genes leninistas de su formación.

Esos mensajes puramente coyunturales de la antipolítica dirigidos a una sociedad cabreada se han topado, ahora, con una doble adversidad. Por una parte, con la dificultad de ahormar todo el negativismo en un mensaje positivo que unificara la diversidad de origen del descontento social. Por otra parte, se han encontrado con una sociedad menos desestructurada de lo que pensaban y bastante más madura de lo que suponían. Si a ello añadimos la gestión que se va conociendo en los llamados "ayuntamientos del cambio", no es de extrañar que la mayor parte del millón doscientos mil votos perdidos en seis meses se haya producido en Madrid, Zaragoza, Valencia y otras plazas donde gobiernan.

Cuando Pablo Iglesias dice que "los quieren, pero no los votan" está reconociendo la poca confianza que generan. Y cuando añade que no lo hacen "por miedo" no se aleja de la realidad a la vista de la reacción que, ante el resultado electoral, provocaron en las redes sociales. Calificar a sus adversarios como "los tontos", "gilipollas", "analfabetos", "incultos", "pueblerinos", "viejos" o "fachas",  mientras se lamentan de "haber matado a muy poca gente de derechas" o de "haber quemado pocas iglesias" al tiempo que alientan la "gerontofobia" para las personas mayores, resulta obvio preguntarse: si esto ha sido perdiendo, ¿qué hubieran hecho de haber ganado?

Aunque los perdedores culpen al miedo de su derrota, entendiendo aquel como "una sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario" en la opción podemita, y algo de cierto hay en tal apreciación, creo que lo determinante en el electorado fue la segunda acepción del miedo como "un sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que ocurrirá un hecho contrario a lo que se desea". El temor, el recelo, la inseguridad sobre lo que Podemos decía o prometía, junto al hecho de que ya se les va conociendo, es lo que los llevó al fracaso electoral.

Para vendernos el "folleto de IKEA" que condensaba su programa, los podemitas nos pintaban previamente una España en blanco y negro, podrida de pobreza, abusos, corrupción y atraso, que ellos rescatarían de la marginalidad. Olvidaban que esa no es la España real, un país de enormes posibilidades, con buen nivel de servicios públicos y modernas infraestructuras, donde los menores disponen de teléfonos móviles en altísimo porcentaje y donde se van superando las enormes dificultades, sin merma del Estado de bienestar. ¿Que muchos sufren indigencia? Sin duda. Pero no es esa la situación dominante.

Los últimos datos de la agencia europea Eurostat sobre "carencias materiales severas" sitúan a España en mejor posición que la media, con un índice de pobreza superado por Italia, Portugal, Grecia y otros y casi al mismo nivel de Francia y Reino Unido, pese a la gran sacudida de los diez últimos años por causa de la crisis.

Tampoco son tan alarmantes los últimos datos sobre corrupción, según Transparencia Internacional. Entre 168 países, España ocupa el puesto 36, superada entre otros por Grecia (58) e Italia (61). Y para la consultora EY la corrupción y el fraude arroja un índice de percepción del 50 % en España, mientras en Italia es del 56, Grecia del 62 y Brasil, que encabeza el ranking, llega al 90 % de índice de corrupción.

Concluyendo: España no es el país pobre y gris que algunos dibujan pero, qué duda cabe, tampoco es el reino de Jauja. Es mucho lo que tiene que hacer el Gobierno que salga de esta Legislatura, y no lo podrá hacer si no hay amplios consensos entre los partidos, concesiones recíprocas y reformas de calado que den confianza y seguridad, porque este es el mandato que ha dado la inmensa mayoría de españoles a sus políticos. España en Europa, reforma constitucional, pacto educativo, mejora de la reforma laboral, pacto sobre pensiones, fortalecimiento institucional y división de poderes, unidad nacional e igualdad de derechos, pacto antiyihadista... son cuestiones necesitadas de acuerdos de gran envergadura.

Ante tales retos hay que sembrar confianza y construir puentes de diálogo. También hay que enfrentarse con el miedo a resucitar bandos y frentes. Al fin y al cabo, como dice Fernando Onega, "el miedo fue la base del éxito de la reforma política que alumbró la Transición". El miedo a repetir la historia cruel y cainita de las dos Españas. Si hoy ha triunfado algo ha sido el miedo a no perder lo que se tiene, lamentando situaciones de desigualdad, marginalidad y pobreza, cuyo correcto tratamiento debe abordarse.

El pueblo español viene aspirando, desde hace mucho, a evitar confrontaciones. El primero en hacerlo fue el Partido Comunista que, desde la clandestinidad en 1956, abogó por la reconciliación nacional superadora de los errores de la Guerra Civil. La actitud de todos los sectores sociales y políticos hizo posible la llamada Constitución de la Concordia en 1978, esa que ahora algunos desde el egoísmo y otros desde el sectarismo pretenden burlar.

Una vez más los españoles han votado moderación frente a radicalismo. Y ha dado la espalda a quienes provocaban desconfianza sobre sus verdaderas intenciones, alentando el miedo al paro, al rescate, a la destrucción de todo lo bueno, que lo hay, a la marcha atrás y al posible cambio de régimen hacia lo desconocido. Sí, ha podido haber miedo, pero la razón de ello es el convencimiento de que, desde posiciones dogmáticas y excluyentes, no se construye nada positivo.



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